Los inmortales
Comenzaremos por ubicarnos en el tiempo y el espacio. Década del 50, barrio oeste de la ciudad de Salta, cuando su población sumaría 60 o 70 mil habitantes.
Cuatro Instituciones se destacaban en este vecindario: la parroquia San Alfonso, el club Federación Argentina, el hospital del Milagro y el Centro Argentino.
Hecha la presentación, damos comienzo al nacimiento de Los Inmortales. No fue el nombre de un bar, ni de un club, o de una Fundación, tampoco de una .Institución sin fines de lucro, fue una necesidad. de un grupo de amigos, que en lugar de reunirse en un bar o en una esquina cualquiera, decidieron hacerlo en la casa de uno de ellos, comida de por medio y eligieron el día viernes a la noche.
No existía un temario, era la necesidad de comunicarse entre amigos, contar sus actividades laborales, romances con la vecinita, quizás la ausencia de alguno por razones de salud, era otro motivo para el comentario, y para visitarlo en su lecho de enfermo, organizar una pesca en los ríos cercanos y hasta terminar la cena con una partidito de truco.
Por lo general, el menú, se limitaba a un asado en la parrilla de la casa organizadora y un vinito de damajuana. No eran numerosos los comensales. El éxito de la reunión del viernes no se hizo esperar y, por supuesto, como en aquella vieja película de Don Enrique Muiño .Adiós a la Vida., cuando la familia se iba multiplicando, con hijos, nueras, yernos, nietos, el jefe de la familia le comunicó a su señora: Vieja hay que agrandar la mesa.. La historia se repitió en este caso y por razones presupuestarias, mobiliario, vajilla y principalmente de espacio aunque rotaba la reunión casa por casa no había un Gold Silver.
Con el voto unánime. de los muchachos, decidieron trasladar la reunión del viernes a las amplias instalaciones del Centro Argentino, que contaba y cuenta con un amplio salón para fiestas, conferencias, convocatorias de políticos de diferentes ideas, y en el fondo del local, dos canchas de bochas y otro terreno, donde los amigos del viernes lo utilizaron en estos eventos.
Previa autorización de las autoridades del Centro, facilitaron además del predio, tablones y sillas. Como la reunión barrial tuvo trascendencia en la ciudad de Lerma, el crecimiento viernes tras viernes tenía más adeptos, y en esos trasnoches alguien propuso a los autoconvocados, bautizarlos como Los Inmortales.
Aquellos temas tan familiares del comienzo les incorporaron cantores y guitarreros para animar el final del asado, poetas, escritores, pintores, artistas. Recordaremos a Jorge Cafrune, Julio Espinosa, Manuel J. Castilla, José Rios, Jacobo Regen, Walter Adet ,Jose Casto, como invitado especial Don Atauhalpa Yupanky.
Aquella parrillita familiar tuvo que ser reemplazada por una de dos plazas fabricada por uno de .los fundadores, de profesión herrero, y con un extra de lo que prorrateaban por el asado, se compraron los utensilios, vasos, platos, fuentes y cubiertos como para un batallón de comensales.
Entre los amigos, había habilidosos asadores. Se imaginan que preparar comida para muchos no es tarea fácil. Los que se encargaban de las ensaladas, rotaban, esta ya es para cualquiera que sepa lavar lechuga y cortar cebolla y tomate.
Cabe destacar que Los Inmortales. eran respetuosos en la Semana Santa, reemplazaban la carne por pescado. Como no hubo sucesores, poco a poco el asado de Los Inmortales. se fue diluyendo con el tiempo hasta desaparecer.
Para terminar, vaya una anécdota. Llegaba de visita a nuestra ciudad un Presidente de la Nación, y los de Ceremonial de la Casa de Gobierno local programaron un asado en un lugar campestre, pero olvidaron lo principal: los asadores y la megaparrilla. Posiblemente alguien de ceremonial que habría participado o participaba de la reunión de Los Inmortales. solucionó el problema .contratando. a los habilidosos y colaborando con la parrilla.
Y me quedo pensando en mis amigos .que el asado me produjo, las partidas de truco, en cuarto o en sexto que armaban. como postre, o a las bochas, para .conciliar el sueño. de los vecinos al golpear la bocha en las maderas, de aquellos cantores y guitarreros con acompañamiento de desafinadas voces de algún memorioso frustrado, que apenas recordaba el estribillo, y el verso del poeta que nos regalaba el fruto de su inspiración.
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