Linyeras que yo conocí (1° parte)
Actualizado: 15 jul 2020
Como era su costumbre, una mañana de principio de los años sesenta el Intendente Luís Cándido Carballo recorría los barrios de la ciudad, esta vez se apersonaba en la calle Olivé al 2200 de Empalme Graneros. Allí vio con gran estupor dos terrenos baldíos de cuyos portales se le presentaba un asentamiento de ancianos, "crotos y linyeras". A muy poco de esta visita, con gran sentido humanitario, trasladó a todos ellos al Geriátrico Municipal, para luego en dichos baldíos construir una placita y una canchita de fútbol, que fuera nuestra principal atracción por aquellos años.
Terminaba así gran parte de una historia dentro de un barrio que, por desgracia y a la vez por sentimientos marcados, me hizo conocer a estos increíbles personajes llamados “Linyeras”, para otros “Crotos”. Cuando digo desgracia es por la pobreza que reflejaba el barrio por aquella época. Cuando digo sentimiento es por las emociones que muchos de aquellos “linyeras” estremecieron en mi niñez.
Viviendo gran parte de mi infancia en la calle Olivé al 2300, siendo ésta la última arteria de Empalme Graneros, ya que limitaba con la Playa Sorrento del Ferrocarril General Belgrano para trenes cargueros. Esta inmensa playa de grandes galpones y numerosas vías se dedicaba a la carga de combustible de las locomotoras de los Convoy, de su reparación y mantenimiento, (cuando hablo del abastecimiento de combustible digo de las inmensas montañas de “Carbón a Piedra y Palos de Quebracho", ya que éstas eran a vapor, con el tiempo llegarían las máquinas Diesel).
Además de todo lo antedicho, esta playa tenía la particularidad de traer en sus vagones de carga a personas de distintas localidades del interior que viajaban “colados”. También se usaba como transporte de muchos hombres que iban a levantar las cosechas a los campos de los pueblos que le inmensa red del ferrocarril brindaba para el traslado de cereales al puerto de Rosario.
Todo este movimiento del ferrocarril hizo que alrededor de esa parte del barrio se construyeran “Fondas” y “Pensiones”, como así de “Bodegones”. Todas estas daban albergue a muchos de los hombres que venían de afuera que en su mayoría eran jóvenes y solos. Con el tiempo, unos por la crisis de la época, otros por vagancia, borracheras, demencias, gran parte de ellos se convertirían en linyeras o crotos.
Lo sorprendente de aquello, es que se crea un asentamiento de estos personajes que en su mayoría pertenecían a emigraciones a los que nosotros llamábamos “Polacas”. La realidad es que muchos eran “Poloneses”, pero existían entre ellos lituanos, ucranianos, rusos blancos, yugoslavos, checoslovaquos, etc., etc.
En Olivé al 22OO existían tres Bodegones con pensiones, uno propiedad de D´stéfano, otro de Stajo y otro de Pietrenko, justo en esa cuadra estaban los dos terrenos referidos, en cuyos baldíos los linyeras armaron sus viviendas inmersos entre los cañaverales que la tierra hizo florecer en esos espacios abandonados.
En las pensiones vivían aquellos que más o menos se la rebuscaban trabajando, ya sea en las cosechas de los campos y otros como peones de la construcción. Muchos de estos con el tiempo lograrían casarse y armar un decoroso hogar. Mientras que los no tan afortunados levantarían “viviendas” que armaban muy precariamente, cuyo espacio habitacional era de una longitud que les alcanzaba solamente para cubrir el cuerpo acostado y estirado, con una altura no mayor de setenta centímetros. Estas eran construídas en su parte interior con las mismas cañas y forradas por fuera con latas de cualquier embase. (Aceite, galletitas, etc., etc.).
La usaban solamente para dormir o para protegerse ante temporales lluviosos y de las tormentas que un poco amortiguaban los cañaverales que rodeaban a cada una de estas. En el frente de este tipo de bóxer hacían la “ranchada”, o sea, era un “fogón”, con dos ladrillos, sobre éstos una parilla de alambre, fuego con "leñas" donde ponían la ollita para cocinar. (Siempre una especie de puchero) producto del mendigaje. De bebida tenían elaboración propia, que era a base de alcohol puro y cáscara de naranja, que llamaban “Cachuña”.
A espaldas de nuestros padres, muchos de nosotros los pibes, visitábamos la “ranchada”, nos sentábamos frente a alguno de ellos y así supimos de sus historias. En su gran mayoría tenían que ver con la guerra de Europa y su posterior crisis económica. De allí, una afluida inmigración buscando un crecimiento personal que a muchos de ellos por diferentes razones el tiempo les negó.
Entre tantas historias, mi memoria se remonta al viejo y querido “Balu”, de una figura muy pequeñita, de grandes ojos azules y de mirada transparente, de oficio zapatero. Una vez le pregunte si había dejado familia en su país y mirando hacia el cielo me dijo textualmente: “dejar hermana hanna y madre Loisa en Austria, nunca saber de ellas más nada, mi padre morir en guerra”. A los pocos días aparecería ahorcado en los morales del ferrocarril.(En aquella arbolada varios eligieron el mismo destino)
Me acuerdo del “Checo” Luís, alto, grandote de brazos y manos enormes, de vez en cuando alguna changa como peón de albañil, cuando cobraba se mamaba después de haberse tomado un cajón de doce cervezas al natural, nosotros inocentemente lo cargábamos con Hitler porque sabíamos que se enojaba. “sharaaaaat, hetler asasan” para después decir: “Póido ir dormir” y se atrincheraba en su terruño vosciferando entre murmullos "alemanes atacar". Un amanecer de aquellos crudos inviernos, tras una de sus grandes borracheras, se lo encontró al pobre Luis congelado y muerto en una zanja. Zanjas que hasta uno de pibe podía caminar sobre sus escarchas producto de las grandes heladas.
Decenas de historias como estas para contar de estos imborrables personajes llamados linyeras y las vueltas de la vida para transformarlos como tales. Vivencias que uno las palpó antes que el Intendente Carballo erradicara a estos lindos y queridos atorrantes, que jamás volvimos a ver, salvo y queda pendiente, la historia de uno de los “polacos” del cual nunca supimos su nombre, pero bautizamos “Chinchibira”.
“Chinchibira” volvió, mejor dicho se escapó del hospicio de ancianos, fue el único que regresó al antiguo "Portal" para encontrarse con la canchita de San Lorenzo que no le impidió a un costado de la misma armar su nueva "ranchada". Pero esa es otra historia, una historia de vida que da para contar, la de un misterioso y sorprendente sujeto de doble personalidad, de terribles borracheras, que muchas veces llegó hasta el hurto para saciar su sed de tragos, pero supo con su simpatía compradora hallar el perdón de todos los que fueron victimas de sus “travesuras”, hasta que una noche murió en su ley.
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