Ellos vinieron para las fiestas
Por: David Picolomini Mail: davidpico58@hotmail.com
A fines de diciembre las tres cuadras que significan el centro neurálgico de la ciudad cordobesa de Bell Ville, comienzan a verse transitadas por gente rara.
Mientras uno circula -patológicamente urgido por inexistentes motivaciones- inusuales fisonomías se trasladan por Córdoba y Alberdi, Córdoba y Sarmiento y Córdoba y Sáenz Peña; todo, a moderado y turístico paso de tortuga.
En realidad, no integran contingentes coordinados por alguna obra social o reconocidas entidades deportivas foráneas, sino que, simplemente, se trata de aquellos bellvillenses que, no hace mucho tiempo atrás, habían pertenecido fervorosamente a algunas de las adolescentes tribus originadas en los nueve establecimientos secundarios de la población.
Se trata de hijos de los hijos de la presente aldea pampeana cordobesa; sus abuelos tuvieron campos, sus padres trabajaron en algún banco, en alguna oficina pública o sus madres fueron maestras de grado.
Hoy están casados-con hijos, muestran vehículos con buen valor de reventa, tienen las piernas muy blancas, el abdomen turgente, residen en Córdoba, Rosario, La Matanza o Comandante Luis Piedrabuena, en Santa Cruz y le responden a todo aquel que los reconoce, que .vinieron para las fiestas..
.Las fiestas., para ellos, en realidad, casi siempre es una sola, .24 de local y 31 de visitante. o viceversa, dado que cumplen religiosamente el fixture del .una con los viejos y otra con los suegros.
El dos de enero -necesario es destacar- el panorama cambia. Las mesas y las sillas veraniegas de los bares de .Córdoba desde el cuatrocientos al quinientos. vuelven a mostrar los mismos rostros, las mismas figuras y, casi sin querer, la misma acción gestual que se había observado durante el invierno.
A mi no me engancha mucho este asunto de las fiestas.
Para el 24 de diciembre de 1978, se compraban cuetes en el kiosco de Carlitos Pizzolitto, a razón de cincuenta centavos moneda nacional la cajita de fosforitos hechos con papel de -vaya a saber cuál diario. Otros lo compraban dos o tres cuadras más adelante, por la calle Pío Angulo, pero en ningún otro lado más.
En tanto, los mayores, ya habían decidido -como respondiendo a mandatos ancestrales- lo que iban a sacrificar para la celebración. Sea ésta, la del veinticinco o la del treintiuno.
Si era la del veinticuatro, irían a la casa materna, o paterna, según a nombre de quien constara el inmueble en el Catastro provincial. Si el caso estaba referido al comienzo de año, también se imponía la reunión familiar en la casita de los viejos. Ese tema era precisamente el detonante anual del duro examen que debían atravesar las parejas emparentadas para demostrar el vigor y solidez de la relación que los unía.
-¡Yo a casa de tu vieja no voy, no le doy bola a tu cuñada! -¡Ni por casualidad me llevás allí, todos los años son siempre los mismos los que se pelean cuando ya están tomados! -¡Sabés muy bien que no estamos como para regalos este año, irás vos solo, si querés! -Chicos, ¿van a venir a casa?, miren que, con su padre, nosotros siempre los esperamos. No sean malos, ¿eh?
Los cuetes atronaban un mes seguido. Bomba con mortero, petardo con dos mechas, triangulito de papel glacé, ametralladora de varios estampidos, rompeportones con piedras y papel de diario, que explotaban con solo mirarlos fijamente un rato. También venían las cañitas voladoras y sus parientes terrestres, los buscapiés, para que nadie quedara afuera de la diversión pirotécnica.
A pesar de existir semejante galería de parafernalia visual y sonora, no faltaba el exagerado que la emprendía a escopetazos del doce contra los renos, los angelitos y hasta con el acalorado Papá Noel, quien nos visitaba una vez por calendario.
-.Che, Pijuí, ¡¡¡dejate de tirar tiros con la escopeta, que estamos comiendo en el patio y se nos llena de municiones la ensalada rusa, te digo!!!.
Yo, entonces, me retiraba de la escena principal; no me daba ganas de recorrer el barrio persiguiendo los globos aerostáticos para ver dónde morían. Ese año no había venido mi madre a pasarla con nosotros y mucho no me había gustado la granadina.
Para colmo, para esa Navidad, me había llegado el regalo tres días antes por encomienda, no había aguantado y lo tuve que abrir (lindo, un juego de ruleta con los números de hule y el aparato donde gira la bolita, de chapa negra brillante).
Claro, con ese asunto de la encomienda yo sabía desde hacía rato que, el niñito Dios, Papá Noel y los tres Reyes Magos, eran en realidad una sola persona: mi vieja.
Los demás chicos de mi cuadra, se esmeraban en colocar agua fresca para los cervatillos, chapa y pintura para el trineo y un abanico español para el sacrificado escandinavo. Pero yo, no.
Me llevó tiempo el interpretar que hubiera tanta cantidad de gente concentrada en una sola mujer. Por eso, desde entonces, a mi no me engancha mucho este asunto de las fiestas.
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