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El Ramón

Por Eduardo O. Silva Formosa .Barrio San Pío X- E-Mail: edusilva1@hotmail.com Lo leí en algún lado: .Una persona muere cuando muere la última persona que lo recuerda..

Sopor de verano. Seis de la tarde. Al mejor estilo penitente, se suspendía con las manos agarrotadas en los tobillos, colgado de la misma viga que se usaba para colgar el gancho con la carne y con el mismo cable que antes fue el tendal de ropas, pendía el Ramón, rodeado de los vestigios que quedaron de su suicido. La silleta sin respaldo en la que se arrodilló para ahorcarse caída como al descuido, la mesa con la botella de vino por la mitad y los huesos que quedaron sobre la tabla de picar carne donde compartió su ultimo asado de domingo. Tenía 23 años. El cuadro que componía la escena estaba compuesto por el mismo Ramón con la cara morada, se veían del cuello para arriba los pliegues de la piel cerca del nudo que el plástico del cable arremangó en la ceñida, boquiabierto con los ojos secos. Una lágrima en la mejilla que no coincidía con su estado actual. Dueño de una realidad de muerte que sólo él conocía entre todos los presentes y que se sumaba al silencio de los policías que por rigor no dicen una sola palabra. 

Las viejas chismosas del barrio que con cara hipócrita de asombro comentan exageradas: .si por lo menos hubiéramos sabido algo de lo que le pasaba.; los chicos curiosos, en patas con tierra que pararon el partido y aún jadeando se mezclaban con el gentío a la altura de la cintura; lo perros que nunca faltan; las moscas, y una mezcla de olores que como oleadas se confunden en la escena, de la grasa del asado, del carbón ardiendo entre cenizas, del vino y del desodorante del juez. 

El Ramón había hablado antes conmigo y quiero emitir las palabras que pudo haber dicho antes de matarse, y rememorar con sus recuerdos de lo que vivimos juntos, armando la verdad desde el principio. El San Pío X es quizás el barrio más pequeño de la ciudad, lo componen no más de ocho cuadras y esta rodeado por una incoherente realidad; hacia el norte cerca del río, la fabrica de tanino y los tanques que hacen de deposito de petróleo para el traslado del mismo a las refinerías, (ambos contaminantes ambientales) y por el otro, al sur, La Laguna de los Indios, una biosfera enmarcada como reserva natural. Cuatro calles lo componen, ninguna de ellas tiene más de cinco o seis cuadras, y la principal, la calle Santa Fe, que pasa por el frente de la capilla, es la única que luego de una pronunciada pendiente (la bajada le dicen) bordea lamiendo la Laguna sin llegar a zambullirse y sale del otro lado en el barrio Bernardino Rivadavia (ex – lote 4). Allí en el barrio, al que se lo denomina aún .de La Laguna de los Indios . se desarrollaba la infancia de todos (me incluyo) en el centro de atención que lo formaba la misma laguna, pista de aterrizaje de los pardos Mbiguá, cuando el camalotal se arrinconaba según el viento; en una de las dos costas, escenario visual recíproco para los yacarés y para nosotros, que al descubrirlo, desesperadamente buscábamos cascotes para tirárselos al pobre, quien con una sabiduría de años se sumergía lentamente y hasta con un aire de superioridad sólo dejaba los ojos en la superficie en son de burla; lo imaginaba con una sonrisa sobradora debajo del agua. Entre camalotes, pesca, partiditos, guayabas y revolcones por peleas de bolitas y trompos, pruebas de barcos, arcos y flechas de palo, competencia de quien hace más sapitos con los bodoques tirados con la honda sobre el agua y acelerando la velocidad de la bici en .la bajada., a muchos se nos fue la infancia en un verano caluroso donde el viento norte no nos hacía mella la diversión de entonces. Eramos varios los de la barra: Omar Cantero, mis hermanos y yo, Pepa Ruiz Díaz y sus hermanos, los hermanos Ortiz y los hermanos Pintos -hace poco falleció el que tenía casi mi edad Osvaldo Pintos (Q.E.P.D.) en la tragedia familiar que enlutó al matutino donde trabajaba- y por supuesto el Ramón .Tutina.. En esta nube revuelta de recuerdos, un soplo del loco Viento Norte me trae a la memoria de mis días de alegría joven, cuando al llegar al lugar, donde todavía vive mi madre, lo veía al Ramón, un negrito de esos de ojos pícaros, hijo de madre prostituta y de quien sabe que hombre; que en una noche de descuido lo dejo engendrado al pobre. De ojos vivaces, que escondían tristes recuerdos de pobreza, ignorancia y malos tratos, boca de labios gruesos, bien a lo negro, dientes blancos grandotes, pómulos salientes a lo indio y un pelo chuzo mal cortado, negro y duro a la manera de los de acá.. La TUTINA Jú (la negra Tutina en guaraní), era su madre, una negra que mostraba su experiencia en los artes del amor, pero con ese disimulo propio de aquellas mujeres que saben lo que hacen y, aunque quede evidencia de su modo de vida, tienen un .no sé que. sacado de quién sabe donde que hace que se las respete (debe ser por todo lo que saben, de la intimidad ajena), que las hace inmune a la habladuría popular y sueltas de lengua para expresar lo que piensan, porque .de todas maneras no tienen nada que perder.. El Ramón era de aquellos que tenían que salir a .jugar afuera. cuando su madre realizaba las ocupaciones propias de su profesión y se escuchaba desde la bajada de la laguna; sea la hora que sea: esas risitas disfrazadas surgidas de las cosquillas que alguien le hacía en quien sabe que partes. Al pobre no le quedaba otra que salir afuera en los días de sol y quedarse encerrado en los de lluvia, a veces todo el día, en la piecita de al lado, sin molestar a nadie y aguantando todo lo que pasaba, hambre, frío y quién sabe qué más. A los cuatro o cinco años él ya se arreglaba solo, no puedo tener la más mínima idea de lo que debe haber sido su vida antes de esa edad, lloraba en los rincones y se autoconsolaba acurrucado en un rincón de la casa, torturado por los sonidos que a su edad serían, imagino, .aparentemente.  incomprensibles pero lógicamente dolorosos, acostumbrado a comer de lo que le daban, a amacarse como fuera, hizo a tientas y a ciegas una escolaridad de ceros y unos, con los retos y castigos en la casa porque era burro, y además travieso, al que sólo le gustaba el fútbol. De tardes de laguna y pesca, y de vacaciones que tomaba cuando él quería, nos reuníamos a sacar mojarras y anguilas a la siesta, y recuerdo que yo traía de casa algunas naranjas, o bananas del postre las que compartía con él, pedía sin vergüalguna porque eso para él era normal, expresaba la necesidad propia de aquel que vive en la escasez de todo, de ropa, de alimentos y de afectos. La naranja en una mano y un trozo de otra fruta en la boca para no desperdiciar nada, encarnaba el anzuelo y comía la naranja con cáscara y todo el pobre, y cuando se trataba de una manzana no quedaba ni el palito.  Con sorpresa, a veces le decía : .Ramón no seas puerco, no comas la cáscara. y al ver la desesperación con que lo hacía no me quedaba más remedio que darle la mía también. La cosa era compartida porque cuando la Tutina hacía chipacuerito (tortas fritas) él salía con algunas escondidas debajo de su camisa y me las convidaba, no sin antes recordarme que era porque yo le convidaba casi siempre frutas, a los otros no les daba ni el saludo. En estas historias tristes se iba llevando el tiempo nuestra niñez y cuando menos me di cuenta el Ramón tenía ya 12 años, yo ya estaba en la secundaria .Un día, a la tarde, después de la salida del colegio, una delegación de la policía lo llevaba al Ramón, ante la sorpresa de todos le pregunte a mamá porque lo hacían o que delito cometió y sólo me dijo: .Doña Tutina lo mandó al Hogar de Varones para que quede allí..  No me olvido esa tarde en la que el Ramón se iba, ojos inundados de lágrimas y la boca desfigurada en un sollozo de impotencia y de incomprensión. Ahora me pregunto lo que debe haber sentido si su propia madre lo denunciaba, una invitación interior a su propio rechazo, y hacía público su desprecio y desinterés, confirmando su alma de hiena y declarándolo ella misma un bastardo, jamás imagine hasta hoy lo que debe haber sentido el pobre, ni al mismo Judas su madre lo despreció y él un poco menos que nada.  Después de esa tarde, lo veía de vez en cuando por la calle, cabizbajo y meditabundo, ido de la realidad y vagando vestido de estropajos, fumando con la mirada fija en el suelo. Me saludaba avergonzado con su cara desfigurada por la vida que otros le trazaron como un tajo en su alma que nunca deja de sangrar y que cuando se cierra. el dolor de abrirse de nuevo es mucho más intenso. Por las cosas del destino, Dios me puso, después de haberme recibido y trabajado en varias empresas, como gerente en un comercio de materiales de construcción. Allí tuve la posibilidad de incorporar gente y obreros para las tareas propias del corralón y, en una de las visitas que realizaba para ver a mi madre, ella me comentó que el Ramón estaba viviendo al lado, en la misma casa de siempre, porque había fallecido la madre y él había quedado como único heredero de las pocas cosas que quedaban y que se encontraba sin trabajo. Surgió en entonces la vacante para changarín y encargado de carga y descarga y allí lo coloque al Ramón.


Por mi fe en Dios, le hablaba de esas cosas para que intentara progresar y al menos rehacer su triste vida. El primer mes fue lleno de sorpresas, allí se desayunaba todos los días porque el refrigerio lo pagaba la empresa, era pan francés con algún fiambre y café con leche. El café con leche y el pan lo pagaba la empresa y el fiambre lo compartíamos entre todos. El negro se puso gordo y más brilloso que caballo de carreras en menos de lo que canta un gallo. Tipo comedido y trabajador que mantenía el deposito siempre limpio y arreglado, con desodorante y esas cosas, siempre encontraba algo para hacer y era del tipo servicial para todos. De vez en cuando, en algún reparto de cemento en los que lo llevaba al Ramón para descargar las bolsas o en los momentos que uno se hace en los días de lluvia para hablar de todo un poco y de cosas de la vida, me acercaba a los muchachos y entre rondas de mate y facturas que comprábamos en la panadería de al lado se desentrañaban historias personales cargadas de verdad y dolor, de injusticias y desánimos, interrumpidas por un chiste para cortar la celeridad del caso y volver a la realidad del mate, las facturas y el momento que vivíamos para darle gracias a dios por todo esto. Eramos pocos los que trabajábamos en el galpón del corralón, Walter Centu (diminutivo de Centurión que era su apellido), Hugo Colman, Walter Sosa (cuñado de Ramón), el Ramón y yo. Cada uno de ellos con algo diferente; agrupados en desgracias similares y formas de aceptar la vida de maneras distintas.

El Centu, un pibe de barrio que había perdido a su viejo y al que la desocupación lo llevo a probar los porros y las ginebras en las noches de frío en el parque infantil y la cerveza y el vino al natural al lado del lago en el mismo lugar, haciendo de eso algo cotidiano de la vida, porque a falta de consejos era lo más bueno que había conseguido obtener, al menos así pasaban los días sin mayores logros ni decepciones, hasta que comenzó a trabajar con nosotros, por recomendaciones mías se cortó el pelo, se afeitó y hasta parecía otro, cara blanca, buena presencia y ganas de progresar, hoy es un agente de policía, tiene varios chicos, vive en su propia casa y lo veo de vez en cuando, lo saludo con un abrazo y, más allá de todo, lo siento como un amigo más, al que también respeto. De todos ellos hay algo muy peculiar para describir porque eran tipos con una aparente normalidad, pero llenos de historias propias salpicadas de dolor y de angustias, llevadas adelante sólo por la voluntad de cada uno de ellos y por el ancestral deseo de ser felices algún día. Pero ahora centrémonos en el Ramón. De aquel con quien compartía los días de laguna y pesca no quedaba ni la sombra y de por ahí un reflejo de la infancia me confirmaba que era él, por la manera desesperada de comer y de tener un hambre que nunca se sacia, acomodado el inconsciente dejaba ver de vez en cuando al Ramón de la infancia, dejo de sonreír, no hablaba, sino lo necesario, vivía en un silencio torturante de recuerdos tristes y agrieras eternas. No se enojaba, ante las injusticias agachaba la cabeza y seguía con lo suyo, por las bromas y chistes ni se inmutaba, el día que podíamos ver algo de alegría era cuando con cierta duda cantaba partes de .la Rambla. donde decía .me siento soolo. en la rambla estoy. me siento soolo.bajo la rambla estoy y no sé que hacer… Era la música según dijo que lo identificaba, y era verdad estaba solo sin nadie más que él y sus recuerdos.

De días que pasaban en el trabajo de repartos de pedidos de cargas y descargas, pasó un año, él ya había comprado algunas cosas para su casa, tenía heladera, radio, cocina, platos y aparentemente para nosotros se iba arreglando de a poco su vida. En uno de los repartos que hicimos, no sé bien por qué motivo, él comenzó a relatarme anécdotas de su vida. - ¿Te acordás, Edu -me dijo- la tarde en que me llevaron? - Sólo le respondí un seco .Sí.. - Me fui al Hogar, ¿sabés? Me dejaron solo en la cana primero y ni agua me dieron. Después vinieron y dentro de la camioneta de la policía me llevaron al hogar. - La primera noche los mismos chicos del hogar me dieron la bienvenida. Me acosté en el suelo, después de que se cansaron de pegarme por todos lados. No dormí por casi dos meses. Aprovechaba a la siesta para dormitar un ratito porque cuando me descuidaba me volvían a pegar los más grandes. Que mala mi vieja, ¿no? Hubiera preferido que me castigara ella en vez de todos estos. Yo primero pensé que todo terminaba con los castigos pero no era así la cosa -dijo, entre dientes, mordiendo los labios y aguantando a lo macho su destino-. También me violaron. Uno ya no se puede sentir nunca bien después de eso. Te llega a la cabeza y no lo podés sacar nunca más, ¿sabés? Después de eso no pensaba en otra cosa que en irme lejos a vivir solo. Me escapé y me fui a Clorinda, escondido en un camión con papas. Allí, por esas cosas de Dios, me encontré trabajando en un bar y, por mi apellido, me contaron que había un tal Agüue tenía una hermana en Formosa, pero que vivía en Asunción, Paraguay, y me fui preguntado a escondidas hasta que llegué. Estaba sin documentos, pasé al Paraguay de suerte y empecé a trabajar en una fabrica de jeans colocándole la marca a los pantalones según el pedido. Comía bien, pero laburaba todo el día adentro. Comparado con lo que me hizo mi vieja, todo lo de más es bueno. Un día salí de noche y me agarro la PM (la militar) y sin documentos fui a parar a Tacumbú. Allí sí fue bravo. Son todos demonios, ¿sabés? Ellos de día o de noche te hacen sentir el miedo. El más malo es el capo. Estuve dos años adentro y aprendí rápido: no tenés que hablar, no te tienen que ver, vos tenés que sentirte muerto para que no te jodan, y morí por 2 años. Después, no se por qué, salí con documentos y vine a Formosa. Cuando llegué, me contaron que mamá había muerto y que podía estar en la casa de ella, y después lo tuyo sabés, que empecé a trabajar aquí. Pero todo lo que me acuerdo no me deja en paz .

Y volvió a meterse dentro de su bunker de silencio. Para sacarlo de allí le dije: - Ramón, tengo que arreglar la arena y el patio de casa el sábado. Si querés. te doy la changa. - Bueno, me dijo. - Son 20 pesos, para el asado del domingo te van a venir bien. El sábado por la tarde estuvieron acomodando el patio y la arena de casa el Ramón y su cuñado. Terminaron a eso de las siete, entre tererés y bromas, la cosa era como de todos los sábados. Les pagué lo acordado y se fueron en sus bicicletas. Era domingo por la tarde, cerca de las cinco. .Todo pasó rápido., me dijo Fleitas (el vendedor del negocio donde trabajábamos). Estaban comiendo un asado con Ramón, el cuñado y la hermana. Tomaron vino pero no estaban borrachos. Se fueron Walter (el cuñado), un amigo más y la mujercita de Ramón como para tomar el colectivo y él les dijo: .Vayan nomás yo los sigo después.. Estuvieron hablando de varias cosas pero nadie esperaba lo que pasó.

- Se ahorcó, Don. En menos de 10 minutos lo hizo. Cuando lo dejaron solo. Walter se dio cuenta de lo que iba a pasar y volvió de la parada del colectivo pero fue tarde. Ya estaba muerto. - ¿Quién te aviso a vos? - Walter con la policía. Y él, como Ud., sabe no tiene a nadie. Y los otros son todos amigos pero ningún pariente. Lo fui a ver al arquitecto pero ellos no quieren verlo. Me dijeron que se haga cargo de todo.

Le hicimos celebrar misa, le acompañaron sus amigos y su mujercita, que estaba esperando un bebé de él. Conseguimos un nicho donde ponerlo y, con la vaquita que hicieron los amigos, le pagaron el terreno del cementerio. La empresa se hizo cargo de los gastos del sepelio, y yo, sobre su tumba, rememore los recuerdos más lindos de mi niñez, donde todo se veía pintado de alegría. Para Ramón Agütus amigos., decía la única corona que se dejó en su tumba.

Hoy, en cada misa de niños (los domingos a las diez de la mañana) celebrada en la Parroquia Maria Madre de la Iglesia (a la que asisto con mis hijos), recuerdo con la presencia de los huérfanos del Hogar de Varones, que una vez a la semana ellos tienen la alegría que el Ramón no supo encontrar y que yo tengo la posibilidad de rezar con ellos como no lo pude hacer con Ramón.

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