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EL NIÑO Y EL GOBERNADOR

Cuando tenía nueve años de edad, el hijo de un chacarero de la zona de Carabelas cabalgaba por un camino vecinal y se cruzó con el gobernador Carlos V. Aloé, que también venía a caballo. Un breve diálogo y una audaz propuesta del niño, quedaron grabados en su recuerdo.

1953

EL NIÑO Y EL GOBERNADOR

Escribe: Bernardo Sheridan

Siempre agradeceré el haber tenido la suerte de vivir mi infancia en el campo.


Esa vida sencilla y laboriosa en la que compartíamos el trabajo de nuestros padres, la sociabilidad con los vecinos y la escolaridad con unos pocos niños y jóvenes del barrio rural.


El pueblo parecia estar lejos en ese tiempo en que el vehículo mas común era el sulky. No habia teléfono ni televisor en el campo. Se iba poco al pueblo. El carnicero y el panadero traían su mercadería a casa.


El gallinero pasaba a comprar aves y huevos.

Mi familia era católica practicante y, considerando que el pueblo quedaba muy lejos para ir a Misa, la escuchábamos todos los domingos en torno al aparato de radio alimentado por una batería.

La vida social se desarrollaba entre poca gente. Es cierto que los del campo teníamos poco “roce”. Los niños éramos tímidos en el pueblo y se notaba de lejos que éramos “del campo”.


Cada ida a Carabelas, a Rojas y a Colón era para mí una novedad. En muy contadas oportunidades mi madre me envió a Carabelas a hacer algún mandado.


Cuando tenía nueve años tuve que hacer el viaje montado en mi caballo “Garufa”. Yendo hacia Carabelas veía a mi izquierda el campo de Luis Iribarne y sus inquilinos Carlos y José Boveri. A la derecha la extensa propiedad de la señora Boveri de Tibiletti, con fracciones alquiladas a Felipe Ponzo, Sergio Argüelles y José Puigarnau. Al llegar a la actual ruta se doblaba a la izquierda donde, al terminar el campo Iribarne comenzaba el de Baguear y, en frente, la Estancia “Santa María” de Carlos Vicente Aloé.


Mi madre me recomendaba antes de salir que fuera por la banquina para evitar el peligro. Por eso yo iba del lado derecho, bordeando el alambrado de la “Santa María”.


De pronto descubrí con espanto que del otro lado del mismo alambrado, en sentido contrario, también a caballo, venía EL GOBERNADOR. Yo conocía a don Carlos Vicente Aloé por haberlo visto en el remate de la chacra de Scala, vecina a la de mi padre.


En esa oportunidad el martillero Teolindo Castro remató en un solo día las herramientos y el campo de esa familia. El más conocido de todos ellos era el “Gordo” Scala propietario de la primera autocosechadora del barrio. Era una “Massey Harris” roja. En la parte de adelante iba el maquinista y en el costado izquierdo dos operarios que iban llenando y cosiendo a gran velocidad las bolsas de cereal que luego se deslizaban en grupos de tres hacia el piso del lote por una especie de tobogán de chapa.


En la oportunidad del remate don Carlos quiso comprar el campo y pujó con Emilio Rassat quien terminó ofertando más.


Más adelante Rassat agregó el campo de Scala el vecino de Perez, a quien también compró llegando a limitar con la parte de atrás con el campo Baguear.


Mi timidez de niño del campo hacía difícil enfrentarme con cualquier desconocido. Imagínese lo que significaba encontrarme cara a cara con el gobernador de la Provincia de Buenos Aires. Pensé en cruzarme al otro lado del camino pero ya estaba demasiado cerca. Además el miedo me había paralizado y seguía por inercia hacia delante. Tuve la esperanza de pasar inadvertido.


Pero, al cruzarnos, nuestros caballos se pararon y enfrentaron para “conversar”. He visto muchas veces que al encontrarse dos caballos se paran y comunican. Tienen un lenguaje propio constituido por gestos y sonidos.


Estábamos cara a cara con el gobernador de la Provincia de Buenos Aires. Él me preguntó:- “ ¿Cómo te llamas?”

“Bernardo Sheridan”- le respondí

“¿Hijo de don Mateo?”

“Si”

“A qué grado vas?” – y la conversación siguió con temas sencillos que ahora no recuerdo. Lo que sí tengo claro es que mi interlocutor escuchaba con interés lo que yo le decía.


Siempre que tropiezo con algún piojo resucitado que llega a funcionario y hace notar su importancia, me acuerdo de la sencillez de ese hombre poderoso que escuchaba con interés a un niño.

En un arranque de audacia que todavía no me explico le dije que en el camino que pasaba frente al campo de mi padre, en dirección al almacén “La Estrella”, había un pantano a la altura del lote de la señora Boveri de Tibiletti alquilado a Ramón Rubió, que requería la construcción de un puente.

No sé si fue casualidad pero a los dos meses aparecieron obreros, un camión con tubos y materiales y una topadora. El puente se construyó.


Bernardo Sheridan

Marzo de 2011

NOTA: el director de Historias de Rojas aclara que el autor de la nota precedente es militante de la Unión Cívica Radical.

FUENTE: http://www.historiasderojas.com.ar/index1.php?id=id00037

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