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El macondo de Yupanqui

Por: Juan Jose Pfeifauf Mail: juanjosepfeifauf@hotmail.com

Ubicado en el noroeste de la Provincia de Córdoba, a 165 Km. de la Ciudad Capital, este poblado de 400 habitantes sirvió de refugio para El Payador Perseguido. En este lugar, Atahualpa compuso gran parte de su obra artística y vivió con su familia hasta que se exilió en Francia. Hoy, el alma de Yupanqui sigue estando presente no sólo porque reside su hijo Roberto; sino también porque sus restos mortales descansan el sueño eterno en el patio de su casa museo.


Ciudad de Córdoba. 6:00 AM La brisa helada de la mañana mantiene tiesos a la treintena de pasajeros que aguardan en la plataforma 20 de la Estación Terminal la llegada del ómnibus que une la capital cordobesa con Cerro Colorado. La mayoría de los que esperan, sin embargo, no llegarán hasta el pago elegido para vivir por Roberto Chavero Aramburu (Atahualpa Yupanqui), sino que descenderán en las paradas intermedias de Jesús María o Villa del Totoral.


Luego de tres horas de viaje, y de haber recorrido 154 kilómetros, el ómnibus se detiene en una de las banquinas de la Ruta Nacional 9, frente a la entrada de Santa Elena, un pequeño pueblo de 360 habitantes, situado en el Departamento de Río Seco.


La Ruta Provincial 21, perpendicular a la Ruta Nacional 9, conecta este pueblo con Cerro Colorado. Angosta, sinuosa y ondulada, la senda de once kilómetros de extensión deja ver a ambos lados los estragos de la sequía que afecta, desde hace meses, a la provincia gobernada por Juan Schiaretti.

Después de 15 minutos de viaje, el asfalto concluye dando lugar a calles polvorientas. Un amplio cartel anuncia la llegada a territorio yupanquiano. En el caserío de 400 habitantes, el silencio reina y la imagen dantesca del cerro domina la escena. El azul del cielo contrasta con el rojizo de las colinas y el paisaje despierta coplas en los cantores y versos en los poetas.


Nada perturba la calma del lugar, ni siquiera la presencia de turistas que recorren el cerro para conocer El Museo Agua Escondida, las pinturas rupestres o la Reserva Natural Cerro Colorado. Los visitantes caminan sigilosos; miran y no paran de fotografiarse. Saben que en el Museo Agua Escondida, debajo de un roble, descansan las almas de Don Ata y El Chucaro Santiago Ayala, y no desean interrumpirles el sueño eterno.


Una larga función

A mediados del año 1939 la situación internacional era inestable; faltaba sólo unos pocos meses para que la Alemania nazi atacara a Polonia y desencadenara la Segunda Guerra Mundial. El ánimo de belicosidad se respiraba en el aire. Mientras tanto, en nuestro país los conservadores gobernaban gracias al fraude electoral y al apoyo de los sectores terratenientes.


Bajo ese contexto político y social, un hombre de apellido Gómez Molina recorría el interior argentino proyectando películas mudas. El empresario, que llevaba los últimos avances de la tecnología a pueblos marginados, especialmente del sur de Santiago del Estero y norte de Córdoba, no estaba solo en esta sociedad; un paisano bien criollo, de rasgos indios, y dueño de silencios, que decían mucho más que las palabras, tocaba la guitarra al finalizar las proyecciones cinematográficas. Ese hombre, de ideas socialistas, zurdo para rasguear la guitarra y derecho para escribir, no era ni más ni menos que Don Atahualpa Yupanqui.


Roberto Chavero Aramburu, Don Ata, como lo llamaban cariñosamente en el lugar, llegó a Cerro Colorado cuando el pueblo no tenía más de una docena de precarios ranchos y abundaban los boliches, recuerda su hijo, apodado El Coya, que también eligió el cerro para afincarse: .Mis padres anhelaban lo mismo que los gauchos de antes. Buscaban tener su terruño y paz; por eso eligieron Cerro Colorado para aquerenciarse. El cerro le permitía a mi padre encontrarse consigo mismo, recuperar el vínculo con la tierra, con lo telúrico y buscar la trascendencia del hombre., recuerda Chavero hijo.


En 1945, Don Ata se afilia al Partido Comunista y permanecerá en condición de tal hasta 1952 cuando decide retomar su posición política independiente. Durante este tiempo, Yupanqui no sólo estará prohibido en la República Argentina, por su oposición al gobierno peronista, sino también en la España franquista.


Condenado al ostracismo artístico por parte de los gobernantes de turno decide instalarse definitivamente en el cerro junto a su hijo y esposa franco-canadiense Antonieta Paula Pepin Fitzpatrick, (Nenette), a la que había conocido en 1942 en Tucumán.


Un amigo para el cantor

Hugo Argañaraz tiene 70 años; es calvo y de estatura mediana y está a cargo del boliche que heredó de su padre, en el cual Yupanqui vivió y cantó infinidades de veces.


El Payador Perseguido llegó a su casa cuando Hugo apenas tenía unos meses de vida. Gómez Molina, el hombre que proyectaba películas mudas, era el amigo común que tenían Don Ata y el padre de Hugo. Gracias a él, el guitarrista entabló rápidamente amistad con Argañaraz y se afincó definitivamente en el cerro.


.Para proyectar las películas colocaban una sábana blanca de un árbol a otro y cobraban veinte centavos del lado que se veía bien y diez centavos del lado que se veía al revés., recuerda Hugo, mientras sirve una medida de ginebra para un parroquiano, que apoyado al mostrador exhibe una mirada arisca.


Argañaraz conoce la historia de Yupanqui como pocos. Su familia fue muy amiga de Atahualpa y sostén de éste mientras su prohibición artística lo mantuvo en apuros económicos. A partir de 1953, cuando la Revolución Libertadora le levantó la proscripción, Don Ata mejoró su situación económica.

¡Kusiya, Kusiya Cerro Colorado!


El poder disfrutar de la soledad, del amanecer, tocar la guitarra a orillas del río, escuchar los pájaros, andar a caballo fue lo que cautivó a mis padres, confiesa El Koya, que también vive en Cerro Colorado desde hace tres años.


La pena de Don Ata por haber abandonado el pago, su .Macondo.- en alusión al pueblo descrito por el escritor colombiano García Márquez en varias de sus novelas- lo acompañó hasta su muerte en Mayo de 1992. . .Quise pagarle al Cerro su paisaje y sus bondades con chacareras, gatos y algunas zambas. Hasta donde pude cumplí con ese anhelo., escribió Yupanqui a su amigo Hugo Argañaraz en 1975. En la misiva, Atahualpa escribe que vive en Francia con bastante comodidad y que nunca le faltan conciertos, pero aclara que .la patria galopa en las venas y uno vive atajándose las ganas de largarse camino de la tierra..


La última vez que Argañaraz vio a Atahualpa en su boliche fue en 1992, meses antes de su muerte: .Vino a festejar su cumpleaños acá, con todos los parroquianos como a él le gustaba; con asado y guitarreada. Antes de irse, me pidió que cuidara de su rancho del cerro. Su pérdida fue un gran golpe..

Cuando se deja el cerro, la nostalgia avanza como una enfermedad irremediable. No importa cuánto tiempo se ha estado en el lugar; basta con haberlo conocido para ofrendarle unas lágrimas a ese puñado de piedras rojizas que una vez enamoró al Payador Perseguido. Quizás, por eso, Don Ata escribió: .Cuando se abandona el pago y se empieza a repechar, tira el caballo adelante y el alma tira pa atrás.

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