El Algarrobo Abuelo
Este magnífico ejemplar de Algarrobo Blanco (Prosopis Alba) es un sobreviviente del extenso bosque de algarrobos que cubría todo el Valle del Conlara hasta la llegada del Ferrocarril, a comienzos del Siglo XX. Actualmente declarado “Árbol Provincial”.Ubicación: Piedra Blanca Abajo, una zona llena de historias y tradiciones, distante 4 Kms. al Norte de Villa de Merlo. Origen del Nombre: Antes era conocido como el “Algarrobo de los Agüero” por pertenecer a esta tradicional familia del lugar, que se radicó a su sombra, hace más de 200 años. Después que uno de sus descendientes, el poeta Antonio Esteban Agüero, le dedicara su bello y extenso poema “Cantata del Abuelo Algarrobo”, la costumbre popular comenzó a llamarlo con este nombre entrañable y filial. Su último dueño, antes de ser expropiado como bien público, fue el artista y filósofo, Orlando Agüero Adaro, sobrino del poeta y residente en el lugar.Edad: Se le han realizado estudios dendrocronológicos que habrían establecido una edad superior a los 800 años.Testigo Viviente: El gran árbol ha presenciado todas las etapas de la historia lugareña: la cultura aborígen, la colonización, los aportes realizados para la guerra por la Independencia, la lucha por la organización nacional entre unitarios Y federales y los pasos del progreso que lo van cercando inexorablemente. Antiguos relatos hablan del paso de los caudillos federales Facundo Quiroga y Ángel Vicente Peñaloza (El Chacho).Otros recuerdan visitantes distinguidos como los artistas plásticos Luis Cordiviola, José Malanca y José Sabino. También fotógrafos, periodistas, escritores, políticos.
Cantata del abuelo algarrobo
Antonio Esteban Agüero
Las cantatas del árbol
Padre y Señor del Bosque, Abuelo de barbas vegetales, Yo quisiera mi canto como torre para poder alzarla en tu homenaje; no el canto pequeño de la flauta dulce, delgado, suave, la de cantar la rosa y la muchacha, sino el canto del mar; un canto grave, con olores de vida y con el pulso musical y viviente de la sangre. Algarrobo natal. Abuelo mío.
Hace mil años la paloma trajo tu menuda simiente por el aire y la sembró donde Tú estás ahora sosteniendo la Luz en tu ramaje y la Sombra también cuando la noche en larga lluvia de luceros cae. Así naciste.
Cuando tú crecías la región era bosque impenetrable, con oscuros guerreros que danzaban junto a los juegos al caer la tarde, y con nombres diaguitas en los ríos, sobre todas las bestias y las aves, en cada hierba, sobre cada cerro, una tierra sin mapas ni ciudades, donde dioses sedientos presidían el cortejo y el rito de la sangre que vertían pintados hechiceros para aplacar las cóleras solares.
En tiempo aquel la arena numerosa que festonea las playas litorales ignoraba las máscaras de proa, las amarras y el ancla de las naves, sólo sabía de los pies desnudos y de la huella digital del ave; era cuando los ríos conducían lentas piraguas sobre remos suaves mas no la ambición del maderero que asesina al futuro en el obraje y convierte en silencio de moneda la rumorosa fiesta de los árboles; por ese entonces, mientras Tú crecías, algarrobo natal, Señor y Padre, la tierra nuestra en libertad vivía hacia todos los rumbos cardinales, desde el país del Ona y la Ballena hasta el infierno vegetal del Cáncer, desde el prado que el Ceibo ruboriza a la región que señoreaba el Huarpe, sin conocer ejidos ni parcelas, ni muro torpe o codicioso alambre, donde el hombre y la bestia convivían estrechados por lazos fraternales, y la Luna era Quilla y el Sol Inti, el día joven y la noche grande.
Así creciste, un día y otro día, hacia abajo y arriba, penetrante, con las raíces cada vez más hondas y la copa más alta y dominante, en crecimiento que fue dura guerra sostenida y ganada a cada instante contra el viento del Sur y la sorpresa del rayo azul y su puñal tajante, contra el cierzo de julio que traía los rebaños de nieve trashumantes, contra la sed en el ardor de enero, cuando gentes y plantas implorantes alzan ojos y hojas a las nubes por si las nubes sus entrañas abren y la lluvia se vierte generosa en licor de celestes manantiales.
Pero ya Tú eres lo que ahora miro ¡Algarrobo natal, Señor y Padre! con estos ojos que el amor habita y los otros secretos de la sangre: un árbol rey, un árbol sólo, el Árbol sin edad en el tiempo y en el aire, a cuya sombra hace doscientos años a favor de un designio inescrutable se fundó mi casona solariega sobre honrada simiente de linaje.
fuente: villa de Merlo
Cecilia Fernández de Gabriel Biblioteca Piedra Blanca
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