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Foto del escritorCharles Gutierré

Catamarca: Andalhuala incluida entre pueblos rurales en riesgo de extinción


Son los de menos de dos mil habitantes, y según las últimas proyecciones, 800 poblaciones que se encuentran en esa situación; Desde 2001, noventa de ellas desaparecieron. La mayoría de los que emigran son jóvenes que buscan trabajo o viajan para estudiar.

El 40 por ciento de los pueblos rurales argentinos corre riesgo de extinción, porque sus habitantes migran para estudiar o buscar trabajo y no regresan, según un grupo de especialistas que cruzó datos recientes con los últimos censos nacionales, según lo que se informa hoy en la pagina de internet de la agencia noticiosa TELAM.

La publicación da cuenta que los pueblos "en crisis o riesgo de extinción" son los que tienen menos de 2.000 habitantes y cuya población disminuyó más del 10 por ciento entre un censo y otro, y según las últimas proyecciones unas 800 poblaciones -de todo el país-, están en esta situación.

Los investigadores sostienen que la merma comenzó en 1960 y se agudizó con los años: luego que el Censo Nacional de 1991 registró 430 pueblos "en crisis", en 2001 la cifra ascendió a 602, en tanto 128 poblaciones crecieron menos del 10 por ciento y 90 desaparecieron.

"La extinción de los pueblos favorece el éxodo a las grandes ciudades que no están preparadas para recibir a esta gente, que termina viviendo en forma muy precaria", afirmó Marcela Benítez, geógrafa y fundadora de la organización Recuperación Social de Poblados Nacionales que Desaparecen (RESPONDE).

Benítez, que analizó esta problemática en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICET) durante 10 años y visitó más de 100 pueblos en todo el país, indicó que la mayoría de los migrantes sólo tiene estudios básicos y se le hace muy difícil la inserción al mercado laboral.

"Las expectativas de mejorar la situación económica y la calidad de vida no siempre se cumplen -destacó la geógrafa-, pero como el pueblo ofrece aún menos oportunidades de desarrollo que la ciudad, son pocos los que vuelven".

Los técnicos de RESPONDE advierten que la extinción de una comunidad no sólo repercute en las grandes ciudades, sino que afecta fuertemente a sus habitantes, que rompen sus vínculos familiares y pierden el patrimonio cultural, la historia y la identidad del lugar en el que nacieron.

"Hay pueblos que de un censo a otro se volvieron parajes de 300 o 400 habitantes que tienen planes de irse", graficó el director del área de proyectos de la organización, Alvaro Zone, y afirmó que históricamente, el factor que más contribuyó a la extinción fue la suspensión del ferrocarril.

El cierre de emprendimientos de envergadura que concentraban el trabajo de la población, como las explotaciones mineras, la falta de ofertas educativas que superen la escuela básica y la ausencia de transporte público y carreteras para zanjar grandes distancias, también influyen a la hora de migrar.

En la nota se cita el caso de Marisa Ayala, que nació en Andalhualá, que en lengua indígena quiere decir "cosa redonda de cobre", un pueblo del norte de Catamarca, a 180 kilómetros de la vecina San Miguel de Tucumán, y que hoy tiene 300 habitantes.

"Me mudé a Santa María (en Catamarca) para estudiar, porque en el pueblo no hay escuela secundaria", contó Ayala y dijo que entre los jóvenes la migración es el único proyecto, sea para continuar sus estudios o para buscar trabajo.

No obstante, Ayala dijo que "las cosas no siempre fueron así", porque en Andalhualá, había una producción fuerte de nogales, duraznos y vid, en la que sólo ganaban los intermediarios y que se estancó en el tiempo, a falta de inversión tecnológica y capacitación.

Ñorquinco es un paraje en Río Negro, a 200 kilómetros de San Carlos de Bariloche, que a principios del siglo XX era el poblado más importante de la zona y paso obligado del tren "la trochita" que transportaba lana, en donde hoy viven unas 400 personas.

"Con el cierre del ferrocarril, el pueblo se extinguió", lamentó el párroco del lugar, José Luis Genáro, y contó que la ausencia del tren no fue suplida por otro medio de transporte y los pobladores prácticamente quedaron incomunicados.

Muchas de las familias que viven en Ñorquinco son mapuches que crían ganado ovino y hace tres años ni siquiera tenían una escuela secundaria donde mandar a sus hijos a estudiar.

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