Tras una jornada de trabajo, una bala letal lo encontró en la puerta de su casa
- Charles Gutierré
- 15 ago 2022
- 6 Min. de lectura
Alejandro Ramúa tenía 21 años y quería volver a jugar al fútbol. La noche del viernes, desde una moto, le dispararon en avenida Del Rosario al 400 bis.

Alejandro Ramúa estaba sentado sobre una mesa frente a su casa. En el mueble quedaron impactos de balas.
Hay que remontarse varios años atrás para ubicar al barrio Saladillo como escenario de uno de los tantos crímenes de la saga de sangre y fuego que azota a Rosario desde hace una década. Ese sector de la zona sureste que supo ser a fines de 1800 un lugar que las familias adineradas de la naciente ciudad de Rosario eligieron para construir sus residencias de fin de semana devino con el tiempo en un barrio popular de trabajadores, muchos de ellos extranjeros que bajaban de los barcos en busca de un futuro mejor a partir de la instalación de varios frigoríficos en la segunda década de 1900.
Pero todo fue cambiando, y aunque hacía mucho tiempo que los cronistas de historias policiales no lo visitaban, algo que recuerdan los mismos vecinos, la muerte violenta que no conoce de límites se hizo presente el viernes a la noche en un punto neurálgico de la barriada. La víctima fue un joven de 21 años que estaba en la puerta de su casa y fue ultimado a balazos desde una moto. Todo indica, por estas horas, que las balas no eran para él.
Fue poco antes de las 20 de este viernes cuando una moto con dos ocupantes apareció desde el este por avenida del Rosario y a poco de cruzar la rotonda con Lituania, donde se erige el monumento a Eva Perón al que todos conocen como “La mandarina” y tienen su punta de recorrido las líneas 141, 144/146 y 122 roja del transporte urbano de pasajeros, empezaron a disparar a mansalva contra una humilde casa de tapial verde y techo de chapas que se levanta sobre la vereda sur de la avenida, la misma donde hay un supermercado que por entonces aún tenía sus persianas abiertas y numerosos comercios barriales atendidos por sus propios dueños.
Frente a esa casa, sentado sobre una mesa de chapa, estaba Alejandro Gabriel Ramúa. Al menos uno de los disparos efectuados por los motociclistas le dio en el pecho, a la altura del corazón. El muchacho alcanzó a pararse, caminar unos pocos pasos para ingresar a su vivienda y allí cayó desplomado y sin vida.
El parte policial indica que el fiscal Ademar Bianchini, de la Unidad de Homicidios Dolosos, comisionó a los pesquisas de la Agencia de Investigación Criminal (AIC) a trabajar en el lugar para recabar testimonios, levantar rastros y comprobar la existencia de cámaras de videovigilancia públicas o privadas que puedan haber registrado lo ocurrido con el fin de poder esclarecer qué fue lo que pasó. De por sí, a sólo 30 metros de la casa donde vivía Ramúa, sobre un poste de luz que se erige frente mismo al monumento a Evita hay un domo municipal y una cámara de vigilancia que enfoca hacia el este, por donde la avenida del Rosario pasa debajo de la Circunvalación y se pierde hacia Villa Gobernador Gálvez tras cruzar el arroyo Saladillo. También hay cámaras en la sede del Sindicato de la Carne, cuyo edificio está frente a la casa atacada. Y otras más en el complejo municipal de piletas públicas del barrio, unos cien metros al oeste de la escena homicida.
Un auto quemado La casa donde vivía Ramúa, dijeron los vecinos que dialogaron con La Capital es propiedad de Fernando, un trabajador portuario que reside en el barrio desde hace muchos años y que no se encontraba en el lugar al momento del ataque que terminó con la vida del muchacho. “Desde hace algunos años este hombre lo apadrinaba a Alejandro, lo protegía, le daba un lugar para vivir, para comer y para trabajar, porque por lo poco que sabemos tuvo una vida complicada, difícil y desde hace algún tiempo vivía con él. No sé si eran familiares, pero si que vivían los dos allí”, contó un muchacho que tiene un negocio a metros de la vivienda de tapial verde.
El viernes no fue un día común para Fernando y Alejandro. Durante la madrugada tuvieron que despertarse sobresaltados después de que autores desconocidos prendieran fuego al viejo Renault 9 del dueño de casa que estaba estacionado sobre la vereda, con su trompa apuntando a la pared que quedó chamuscada por las llamas. Entonces tuvieron que llamar a los bomberos para que apagaran las llamas: del auto sólo quedaron hierros retorcidos que fueron retirados horas más tarde. A lo largo del viernes, después de ese susto (¿o fue un mensaje de advertencia?), Alejandro se dedicó como todos los días a trabajar lavando autos en el frente de la casa de tapial verde y donde a veces estaba con sus hermanitos menores, a los que acompañaba al quiosco de la cuadra para comprarles golosinas o gaseosas. También tuvo tiempo para picar la pared que había sido dañada por las llamas que consumieron el Renault de Fernando. Y cuando ya había caído el sol, antes de poner fin a la jornada, se hizo tiempo para darle la mano a un bicicletero vecino y lo ayudó a entrar herramientas y bicicletas al negocio.
Buscando móviles “Cuando terminamos de entrar las cosas al local bajé la persiana y lo saludé como todas las tardes. Él se fue para su casa y se sentó en la caja esa en la que apoyaba las cosas con las que lavaba los autos y yo me subí al mío para irme a mi casa. No hice más de cincuenta metros que escuché los disparos”, dijo el comerciante con total asombro por lo ocurrido. “Jamás pensé que le habían disparado a Alejandro porque era un pibe re bueno, tranquilo, que no andaba en nada raro, cero alcohol, cero drogas”, dijo el muchacho.
El sueño de Alejandro, coincidieron varios vecinos, era ser jugador de fútbol. “En una época jugó en el Club Arijón, pero después tuvo un problema en una rodilla que le impidió seguir. Sólo pensaba en poder operarse por estos días para volver a jugar porque su objetivo era estar en las canchas y llegar a primera en algún club”. Pero, como en tantas crónicas policiales, se vuelve a hablar de un sueño destruido por las balas que ya no saben de barrios, horarios ni víctimas. Otro comerciante del barrio recordó que Ramúa siempre estaba dispuesto a darle una mano a los vecinos. “Una vez se cortó la trifásica que tengo en el almacén. Le pregunté si se animaba a arreglarla, vino, reparó la instalación y no me quiso cobrar. Le di una Coca y se fue contento. A otros vecinos les cortaba el pasto, le sacaba la basura, siempre estaba predispuesto para dar una mano, nunca te decía que no”, recordó.
Pero del relato de los vecinos surge un dato que quizás ya se encuentre entre los testimonios recabados por los investigadores. “Desde hace poco tiempo andaba con una chica que no es del barrio. La piba venía seguido y estaba con él. Habría que ver quién es esa chica, de dónde viene, qué junta puede haber tenido, si hay algo en su pasado. Porque realmente que lo hayan querido matar a Alejandro no se entiende, era un tipo sin problemas, que nunca había estado preso, que nunca tuvo complicaciones con los vecinos”. Quizás ahí esté la punta del ovillo a desenrollar por los investigadores policiales y judiciales, a cargo del fiscal Ademar Bianchini, para entender este nuevo crimen en una ciudad que no sabe de fronteras para la violencia letal.
El doble crimen en las piletas El 18 de diciembre de 2013 un grupo de amigos disfrutó del incipiente verano en el complejo de piletas públicas del Polideportivo Saladillo, ubicado a sólo 100 metros al oeste de donde el viernes mataron a Alejandró Ramúa.
Entre quienes aprovechaban el veranito estaba Carlos “Pelado” Acosta, de 20 años, quien en un momento se acercó a un joven que estaba junto con otros dos y le dijo que dejaran de robarles a los chicos que estaban en el natatorio. Ante eso los tres pibes increpados se la juraron y prometieron buscarlo a la salida. Y así ocurrió. Alrededor de las 19, cuando una importante cantidad de familias se retiraban del lugar y el frente del complejo se encontraba poblado de gente, Acosta junto a su amigo Ariel Jesús Zamora, de 22 años, y otros dos amigos emprendían el camino de regreso a sus casas. En ese momento se puso en marcha una moto Yamaha YBR negra que había esperado a media cuadra unos 45 minutos, y cuando pasaron frente a los pibes uno de los ocupantes sacó un arma y disparó provocando la muerte de Acosta y Zamora. Cinco años después, tras el trámite judicial de rigor, la Cámara de Apelación Penal ratificó la condena a 19 años de prisión para Nicolás Andrés “Zurdito” Zácaro como autor de los disparos y rebajó de 18 a 14 años el castigo a Luciano “Luky” Casco como partícipe primario por conducir la moto en la que huyeron tras el ataque.
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