
Rosario, la vieja capital de los cereales, la otrora rosa crispada, siderúrgica y obrera, es hoy una ciudad en la que casi 170 mil personas no tienen trabajo estable y 55 mil chicos no alcanzan a satisfacer sus necesidades básicas. Sin embargo, el 7 por ciento de la población se queda con casi el 30 por ciento de los ingresos. Una brutal concentración de riquezas en pocas manos que comenzó a consolidarse desde la irrupción de la última dictadura militar, el 24 de marzo de 1976.
Un cuarto de siglo después, como consecuencia de la acción de desaparecedores y desocupadores, el presente para pocos. El terrorismo de estado fue la herramienta de control social que se aplicó sobre las dirigencias obreras combativas y la militancia estudiantil y política que impulsaban la transformación estructural de la realidad.Los documentos que componen este libro demuestran que en la región del Gran Rosario se produjeron 1.800 detenciones entre 1976 y 1979; 520 desapariciones de personas en la provincia y 350 en la ciudad.
También se secuestraron niños –más de una treintena como por primera vez se publica en estas páginas- y otros nacieron en cautiverio de los que nada se sabe hasta el momento.La policía rosarina, entre 1976 y 1983, perdió 23 hombres y el ejército, en el Comando del II Cuerpo, menos de una docena.A noviembre de 1976, un informe reservado del teniente coronel Alfredo Sotera sostenía que solamente había 88 “terroristas prófugos” en la región. Sin embargo la dictadura se extendió hasta diciembre de 1983 y las víctimas se multiplicaron sin razón militar alguna.