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Interrumpe en un almuerzo y mata a tiros desde la puerta al dueño de casa.
- Charles Gutierré
- 9 oct 2020
- 5 Min. de lectura
Héctor René "Miki" Gongora fue ejecutado con calibre 380 en su humilde vivienda del barrio Las Palmeras, lindero a Santa Lucía.

Héctor René “Miki” Gongora tenía 32 años y cuatro hijos. Lo balearon mientras almorzaba con su familia en barrio Las Palmeras. Una familiar de Gongora muestra las huellas de los proyectiles en la ropa que llevaba puesta la víctima. Foto: Celina Mutti Lovera. 04:00 hs - Viernes 09 de Octubre de 2020 Hay barrios en la gran ciudad en la que muerte está ahí, al alcance de la mano, completamente normalizada y descarnada. La muerte está siempre ahí. Expectante y al acecho. Uno de esos lugares es barrio Las Palmeras, separado tan sólo por las vías del ferrocarril Mitre de Santa Lucía.
Allí el miércoles a la tarde un pistolero metió la mano por sobre una puerta precaria y abrió fuego. Un ataque a balazos sobre el patio interno de una casa pobrísima ubicada en calle Provincia de Misiones al 2100, a escasos 50 metros del puente de Circunvalación. Un sitio en la que almorzaban media docena de adultos y un número similar de pibitos menores de 8 años. Héctor René “Miki” Gongora, de 32 años, vio el cañón del arma y con empujones dispersó a su gente.
Fue en un parpadeo que el arma empezó a escupir plomo. Gongora quedó en la línea de tiro. Recibió múltiples heridas en la región inguinal derecha. Uno de los proyectiles le lesionó severamente la arteria femoral. Su cuñado lo trasladó en un auto al Clemente Alvarez en estado desesperante. Entró directamente a quirófano y murió poco antes de las 19.30. Su familia dijo que Gongora era empleado de Aguas Provinciales. Tenía cuatro hijos. Datos de un nuevo homicidio.
“A nosotros nos amenazaron el lunes pasado. Vinieron de cara y nos amenazaron de muerte. Y ayer vino otro, que no fue el de la amenaza, y nos disparó desde la puerta. Metió la mano por el costado y empezó a disparar. Le pegó a mi cuñado pero pudo ser cualquiera. Había un montón de pibitos. Y no les importó. Disparó igual. Después dicen que se fueron corriendo. Pero nosotros no vimos nada”, explicó Tania, una adolescente de 16 años, mientras terminaba de limpiar la sangre derramada sobre la tierra apisonada.
“Esta bronca viene por una prima que llegó de Empalme Graneros. Ella contó que se vino porque querían que se juntara con un hombre que ella no quería; otros nos contaron que parece que mandó al frente a un pibe y por eso la andaban buscando. Pero ella se refugió acá y no nos dijo nada de la bronca que traía. Y pasó lo que pasó”, relató Tania, una muchacha que habla con la solvencia de una mujer de varias veces su edad. Con la templanza de haberlo visto todo.
Tania se puso el relato al hombro. Agarró la bolsa con la ropa ensangrentada de su cuñado que le dieron el hospital. Así metió la mano en la bolsa y sacó primero un short rojo y negro, que llevaba puesto Gongora al momento del ataque. También con el calzoncillo hecho un estropajo. Mostrándole a este cronista los agujeros de los impactos. Todo delante de una familia que no puede creer su mala fortuna. Todo delante de pibes chiquitos de ojos opacos por la tristeza y el horror por lo que les tocó. Todo para que el extraño entienda lo que es vivir y morir en medio de la pobreza al costado de la vía que separa dos barrios bajo fuego. “Soltó un montón de "tripita". Ves, mirá acá. No merecía esto el pobre”, describió la adolescente con tiempos de veterana mujer. Y luego se largó a la recreación del crimen en una especie de homicidio tour con tiempos de “American Horror Story” pero en el oeste rosarino. Otra historia de violencia, pobreza y muerte en Rosario.

"Miki" Foto: Celina Mutti Lovera.
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