Lo que vamos a compartir está escrito en el libro “Historias de Olavarría - Barrio San Vicente”. La edición es de mi autoría (pagada de mi bolsillo por falta de apoyo financiero) y comenta el nacimiento del barrio que primeramente fue “Villa Magdalena”, luego “La Noria” y finalmente “San Vicente”.
Este misterioso hecho forma parte de un vasto repertorio de creencias populares que influían sobre el imaginario colectivo, ávido de acontecimientos nuevos: algo impensado para este siglo XXI de imágenes al momento y exceso de información.
El tic-tac del reloj, los pasos del hombre invisible, una criatura llorando en un baúl, una lata que saltaba sola y espíritus de vecinos con intenciones de degollar a un cliente.
Todo esto sucedía en el viejo almacén “La Noria” durante las décadas del 40’ y 50’ en pleno corazón del barrio San Vicente, en la esquina de Balcarce y Moreno. Un cronista de la época lo relataba de forma novelesca y atrapante, más o menos, así.....
EL VIEJO ALMACÉN
El almacén LA NORIA en Balcarce y Moreno
Una luz mortecina, filtrada a través de un desvencijado postigo que mal trataba de impedir el paso del frío por entre los vidrios rotos, nos indicó el lugar: Moreno y Balcarce, en pleno barrio “La Noria”.
La luz amarillenta de una bombita de escasas bujías pretendía disimular el ambiente lúgubre cuya monotonía sólo era rota por la presencia de cinco parroquianos que –cosa extraña- no conversaban, o al menos así lo creímos nosotros, tal vez imbuidos por la sugestión del medio en que nos hallábamos.
-¿El señor Fortunato? – inquirimos.
-¡Servidor! – dijo una voz ronca que emanaba de un hombre doblado por el peso de los años que, en ese preciso instante, “emergía” detrás del mostrador donde se hallaba sentado sobre unos leños, frente a un brasero.
Al estrechar su mano –ablandada por la vejez, pero encallecida por el trabajo- advertimos su mirada interrogante. Un rostro agudo, cuyos rasgos característicos no han sido borrados por la flacidez sexagenaria, nos mostraba las arrugas marcadas nítidamente por el tizne del carbón con que trabaja. Su calva, tipo “franciscano”, contrastaba con sus cejas “superpobladas”.
-Que hay de cierto acerca de las “cosas extrañas” que –se dice- han sucedido aquí hace varios años; como por ejemplo, el extraño caso del tic-tac de un reloj que nunca apareció, pero que logró despertar la atención de muchas personas.
-Les voy a contar todo lo que ha ocurrido en este almacén. Tal vez Uds. no lo crean, pero les juro por las cenizas de mi madre que todo lo que les voy a decir es la pura verdad ¡Y desde ya les aclaro que yo no creo en los desaparecidos...aunque hay cosas que...!
EL MISTERIO DEL RELOJ
He aquí lo que, respecto del “reloj fantasma”, nos relató don Pedro Antonio Fortunato (italiano, de 64 años, soltero, nacido en Basilicata, Provincia de Potenza):
“En el año 1940 edifiqué, sobre lo que era un terreno vacío, este almacén al que le puse el nombre del barrio: “La Noria”.
“Todo era normal y marchaba bien hasta que, una noche de agosto del año 1946, comenzó aquello...
“Estaba fresco. No había ningún cliente. El silencio era grande. Me acerqué a un estante y, cuando fui a tomar una botella...¡lo escuché por primera vez!.
“Era el tic-tac de un reloj que comenzó suavemente... y se fue haciendo cada vez más intenso... más... ¡y más!”.
(Mientras narraba, don Fortunato miraba con fijeza el estante donde hacía 18 años había ocurrido “aquello”, y nosotros esperábamos... cómo si en cualquier momento el “tic-tac” pudiera llegar “in crescendo” a nuestros predispuestos oídos!) “Busqué por todas partes; detrás de los paquetes; corrí botellas; destapé cajas... ¡pero nada! ...El “reloj” no aparecía...
“Poco después llegó un cliente y le conté lo que sucedía. Y entonces fuimos dos los que comenzamos la búsqueda de un reloj que no se veía, pero que su incesante “tic – tac” se hacía escuchar ¡ en cualquier parte!. Tan pronto parecía estar dentro de los estantes... como dentro de una caja... como sobre el platillo de la balanza”.
-Eso es verdad – aseveró uno de los parroquianos que estaba escuchando el relato (Juan Acchierno, de 42 años, soltero, jornalero, domiciliado en la vecindad).
“Yo puedo atestiguarlo porque tuve ocasión de escuchar “al reloj” en muchas oportunidades. Una vez lo escuché tan fuerte dentro de una lata de masitas que la tomé y dije: ¡Aquí está! ... pero cuando la abrí ¡no vi absolutamente nada!
“Pero lo más interesante es que un jueves o viernes santo (no recuerdo bien) el tic – tac se escuchaba en todas partes a la vez ¡ Si parecía una relojería el almacén. En cuanto paquete, cajón o envase había, allí se escuchaba el reloj!.
LOS PASOS “FUERTES” DEL HOMBRE INVISIBLE
Cuando el señor Acchierno hubo terminado su relato, la voz de un segundo parroquiano del almacén “La Noria” se dejó oír:
-Y eso no es nada ... ¡ Muchas otras “cosas raras” han pasado! –aseveró José Carlos Maíz (54 años, albañil, casado, también domiciliado en el barrio), y luego de una pausa agregó:
“Eso del reloj ocurrió hace 18 años y se prolongó por espacio de unos 7, con algunos intervalos... pero ahora mismo (1964) se siguen escuchando ruidos extraños...”
-¡¿Qué ruidos?! – preguntamos, con mas asombro que sorpresa por cuanto aquello – como vulgarmente se dice- ya pasaba “de castaño a oscuro”.
-Los pasos “fuertes” que se escuchan por el corredor de esta casa por alguien a quién nunca se ha podido ver”.
- ¿Cómo es eso que ud. Dice?- inquirimos.
- “Pues Uds. Verán: resulta que casi todos los viernes y martes, entre las 22 y 22,30 horas, se escuchan ruidos que parecen “pasos fuertes” que diera algún hombre con botas ¿Cómo si fuera un vasco bruto que lo hiciera!.
“Y en todas las oportunidades que hemos salido al corredor al escuchar esos ruidos, no hemos encontrado a nadie... ni en el corredor...ni en la casa... ni en la calle. Cosa misteriosa, ¿no?”
UNA LATA QUE SALTABA SOLA
Antonio Fortunato, dueño del almacén misterios
En tren de confidencias un cuarto parroquiano intervino para decir:
- Y aquel “asunto” de la lata de masitas que se puso a saltar sola sobre el mostrador?”.
Antes que nosotros pudiéramos salir de nuestro asombro, retomó la palabra el señor Acchierno y le respondió:
- Eso fue otra cosa que llamó mucho la atención. Resulta que una tarde se encontraba aquí un ex vecino de este barrio y ex cliente de la casa que se llama Nuri Nardo González.
Como Gonzáles se hallaba solo y además era muy amigo de Don Fortunato intentó servirse, por su cuenta, un paquete de masitas. Pero al ir a tomar la lata y depositarla sobre el mostrador, se llevó una sorpresa tremenda: ¡ La lata comenzó a saltar , sola, como si tuviera resortes!
- ¿Y usted vio a la lata cuando “saltaba”?- le preguntamos a boca de jarro al señor Acchierno. - No. Pero pocos momentos después de haber ocurrido el hecho llegué al almacén y lo encontré a González que, sumamente nervioso, me relató lo sucedido. ¡ Y por la manera de contarlo, seguro que no mentía!.
EL LLANTO DE LA CRIATURA
Ocurrió en una cruda y tormentosa noche de invierno de hace varios años. El viento silbaba entre los escasos árboles y las pocas casas que por entonces había por aquellos parajes. Una llovizna fría calaba hasta los huesos.
Los parroquianos eran pocos en el almacén de Fortunato. El tiempo no favorecía la concurrencia. Como en familia se habían reunido en el aposento del dueño a tomar algunos tragos y fumar uno que otro cigarrillo. La conversación languidecía...
De pronto pregunta Acchierno – ¿ No han oído? – Fortunato le responde; - Parece como que llorara una criatura- ... es ahí, al lado del baúl. Todos miran, pero no ven más que el viejo arcón de madera de siempre. Pero el llanto se sigue oyendo. Hasta Pastore, el cantor de la orquesta Pucci, que también estaba presente. Vuelven a sentarse y vuelta a oírse el llanto, y así varias veces con las consiguientes búsquedas. Era cosa de volverse locos...
-Les juro, nos dice Fortunato, que creí que alguna madre soltera me había dejado el chico “como peludo de regalo”.
– Y el cantor Pastore, ¿qué decía?
- Bueno, Pastore no volvió más por aquí y después por algún tiempo cantó con la voz estrangulada. Estas cosas no son para cantores...
LA PRESENCIA DE LOS DOS MUERTOS
Libro donde se encuentra esta historia
Cuando ya creíamos que no habría más “asuntos raros” por relatar, fue nuevamente el señor Maíz quién nos instigó con esta frase:
Caso raro fue el de los dos “finados” que quisieron degollar a un cliente de este negocio en la cocina de esta casa”.
Cuando nos disponíamos a escuchar el relato del señor Maíz, fue Don Fortunato que llevó la voz cantante en el asunto del cual –luego supimos- fue co-partícipe.
- Eso también ocurrió en una noche de agosto, hace dos años.
- Eran las 23,30 horas y en el almacén tan solo estábamos Julio Aguilera y yo”.
- Quién era el señor Julio Aguilera?-
- Es un hombre que fue vecino del barrio y que se había instalado en Tapalqué. Vino a Olavarría en esa oportunidad porque tenía a un familiar internado en el Hospital.
Yo lo había invitado a que se quedara a dormir aquí para que no tuviera que gastar en hoteles”.
Satisfecha nuestra curiosidad solicitamos a Don Fortunato que continuara con su relato. Entonces dijo:
- Cuándo llegó la hora de dormir, yo le acomodé a Aguilera un catre en la cocina y le encendí una vela (la lamparita se me había quemado) y allí lo dejé. Yo me retiré a mi pieza (ubicada a escasos metros de la cocina), me senté en la cama, encendí un cigarrillo pero no pude ni siquiera dar una pitada cuando escuché: ¿Socorro! ¡Me quieren matar! ¡Socorro! ¡Sálvenme!”.
Los gritos procedían de la cocina y Aguilera era el que gritaba. Inmediatamente fui allí, de dónde provenían toda clase de ruidos como si se tratase de una pelea.
“Cuando abrí la puerta lo encontré a Aguilera blanco como el papel sobre el que Uds. Están tomando apuntes. Estaba asustadísimo y pedía a gritos que lo socorrieran porque, decía, “los dos finados me quieren agarrar; tienen un cuchillo y me van a degollar”.
“Yo revisé toda la cocina y ¡No había nadie!. Recorrí toda la casa ¡y nada!. Sin embargo Aguilera, desesperado, quería irse inmediatamente de mi casa.
“Al final lo convencí (ya era muy tarde) y lo hice quedar a dormir aquí, sobre el mostrador izquierdo.
“Se quedó, pero el pobre no pudo pegar los ojos en toda la noche . ¡Imagínense!”.
A esta altura del relato terció el señor Maíz para decir que él, en la mañana siguiente, a las 7 horas, había pasado por el almacén y tuvo oportunidad de conversar con Aguilera, quién le narró lo ocurrido la noche anterior.
“¡Todavía estaba blanco el pobre! – concluyó.
- ¿ Y que es de la vida del señor Aguilera -preguntamos deseosos de saber la suerte corrida por la “víctima”.
- “Ese mismo día se fue para Tapalqué y nunca mas regresó”, dijo Don Fortunato.
- ¿Y Uds. saben si Aguilera pudo “reconocer” a alguno de los dos “aparecidos”?
- ¡Claro que los reconoció! Como que habían sido vecinos de este barrio que vivieron muchos años en las inmediaciones del almacén. Uno de ellos murió a los 40 años y el otro a los 55. No les voy a dar sus nombres porque podrían sentirse afectados los familiares”, dijo Don Fortunato.
Considerando que con aquellos relatos ya teníamos el material suficiente, nos despedimos de Don Fortunato (un hombre que ha trabajado de heladero, pescador, empleado municipal y almacenero. Un sexagenario que en sus años mozos – 1912 a1914- recorría con su canasta de mercaderías el trayecto de Olavarría a Sierra Chica. ¡“a pie”! Una persona que pese a todo lo por el relatado “no cree”... pero...en los “aparecidos”).
Final de esta historia que parece escrita por Boris Karloff. Pero como es de aquí nomás, forma parte de nuestro compendio histórico y “nos tenemos que hacer cargo”.
Quiero resaltar - antes de terminar-, que los dos aparecidos a los que se refería Antonio Fortunato, sin dar nombre, son Manuel Bergallo y José Zafiro. Ambos eran socios de un almacén ubicado antiguamente en la esquina de Las Heras y Rivadavia y fueron asesinados por una banda de forajidos durante el año 1932, en un sonado caso que llenó varias páginas en los diarios.
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