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Foto del escritorCharles Gutierré

Naupa Huen, un Pueblo que reclama

INFORME ESPECIAL : NAUPA HUEN, UN PUEBLO AISLADO QUE RECLAMA

Tiene 300 habitantes. Se entra por una tranquera y se necesita de un "botero". Una escuela contiene a chicos con carencias afectivas y alimentarias. La necesidades se enfrentan, pese a la ausencia de las autoridades.

Por SUSANA YAPPERT

sy@patagonia.com.ar

Naupa Huen es un paraje de unos 300 habitantes, situado en Río Negro, a 250 kilómetros de Roca y unos 30 de Picún Leufú. Para llegar hay dos caminos: uno por Río Negro y otro por Neuquén. El primero es una huella normalmente en mal estado, sin señalización, intransitable cuando llueve. Un colectivo pasa por allí una vez por semana, aunque el servicio suele suspenderse por el mal estado de este acceso. La otra vía es más rápida, por ruta nacional 237 (que une el Valle con Bariloche), asfaltada y con estaciones de servicio. Aun así, no es fácil entrar al paraje por aquí. Las instrucciones de acceso son de "boca en boca", preguntando a algún baqueano, lugareño o pescador, ya que no existe cartel indicador que señale la entrada al lugar.


Para llegar al poblado hay que frenar en el kilómetro 1.383, pasar por el campo de un particular, encontrar al "tranquerero", peón autorizado a abrir la tranquera. Si éste abre, el viajero tiene que transitar unos 12 kilómetros hasta el Limay, río que hay que cruzar para llegar al poblado. Pero la odisea no termina allí, quizá sólo empieza.


Décadas reclamando un camino y una balsa

Clarea. Afuera, varios grados bajo cero. El camino que hay que transitar hasta el río es angosto, rodeado de alpatacos y de charcos que dejó la lluvia una semana atrás. El agua dispersa tiene una espesa capa de hielo. Se lo escucha crujir como vidrios rotos bajo las ruedas del auto. Media hora más tarde se ve el Limay. Muy caudaloso. Alicia Quilodrán, la maestra que viene desde Roca para dar clases de música, llama al lanchero que está del otro lado del río. Con todas sus fuerzas, grita su nombre. Don Octavio escucha y viene a buscarla. Cuando el cruce en su lancha termina, el sol despunta.


El "botero" es empleado de la provincia de Río Negro. Hace 20 años que tiene este trabajo. Conoce tanto las mañas del río como las necesidades del lugar. Por hacer este servicio cobra un sueldo, pero quien cruza el río tiene que pagarle 2 pesos de ida y dos pesos de vuelta: "Es para el combustible de la lancha", explica.


Hace más de 30 años que los habitantes del poblado piden una balsa y un acceso directo al pueblo desde la ruta nacional 237. Los sucesivos funcionarios, normalmente de gira antes de una elección, han prometido durante 30 años a los pobladores de Naupa Huen que llegaría la balsa y que construirían un camino sin tranqueras. Los pobladores, de resignada paciencia, todavía esperan.

El paso del río puede ser "cuestión de vida o muerte". Abundan las anécdotas. "Que te cuente la directora o una maestra que vino con sus hijos-relata un viejo poblador-. Fueron hasta la ruta caminando para tomar el colectivo. El colectivo no pasó y volvieron al río. Ya era de noche. El botero se había ido. La directora y la maestra con sus hijos tuvieron que pasar toda la noche a la intemperie y con temperaturas bajo cero". No hace mucho tiempo, una mujer estaba en estado grave.


Lograron pasarla en la lancha para llevarla al hospital de Picún. Pero el tranquerero no estaba. No podían pasar hacia la ruta y decidieron desarmar la tranquera. De otro modo la mujer hubiese muerto. "En una oportunidad -cuenta un maestro- tuvimos que salir de urgencia con un chico con convulsiones. Era de noche, cruzamos el río alumbrando el agua con una linterna. Nos esperaba una ambulancia mientras avisábamos al padre del nene. Su situación era tan delicada que lo llevaron al hospital de Neuquén. Ese chico quedó en silla de ruedas. Me pregunto si un acceso más fácil, un puente, un camino con salida directa a la ruta, no hubiese cambiado su destino... ¿Cómo es posible que el acceso a un pueblo dependa del humor de un particular que cierra y abre el candado cuando quiere? ¿Cómo puede ser que la provincia no haga un camino alternativo?", se pregunta.


Luego de 10 minutos de navegación sobre el Limay, tocamos la otra orilla. Desde este punto hasta el paraje hay unos 1.500 metros que separan al visitante de a pie del poblado. Siguen los charcos. A los saltos, con todo su material didáctico a cuestas, la maestra camina con paso rápido los metros que la separan de la escuela. No quiere llegar tarde. Hoy tiene que dar clase a todos los cursos. Tras varios minutos de caminata, comienzan a aparecer casas de adobe, perros, caballos, cabras. Al fondo del paraje, contra un monte, se ve la escuela. Luego de un vistazo rápido, se impone como la construcción principal de Naupa Huen. Es el centro. El alma del paraje.


Antes de llegar a la escuela se ve la salita de primeros auxilios con una ambulancia vieja. En frente, está la comisaría con su patrullero inútil, en desuso.


El comisario cuenta que tuvo que tirar abajo el calabozo para hacer su habitación. "Por suerte es un lugar tranquilo. Desde que estoy aquí (dos años) no ha habido muertes, ni robos. Alguna que otra discusión entre familias, nada más. Es muy tranquilo. Demasiado...", comenta. El comisario se ofrece a cebar mate y se presta a una charla junto a la cocina económica. "Por suerte, la provincia me da la leña, pero la gasté casi todo con los chicos que tuvieron que venir acá a tomar clases porque estaban arreglando la escuela". Afirma que hay unas 250 familias, pero no todos los pobladores están a la vista, su jurisdicción cubre varios kilómetros a la redonda. Este hombre también es testigo de las necesidades eternas del lugar.


La salita tiene una enfermera. Es joven y vive con su familia en el puesto sanitario. "Atendemos de todo un poco -afirma-. El otro día hice un parto, pero las cosas graves se derivan. Faltan medicamentos. Por suerte en la salita recibimos muchos medicamentos donados". Un médico del Hospital de El Cuy, atiende allí una vez por mes.

En la salita funciona el único teléfono del paraje. Allí acuden los pobladores para hacer y recibir llamadas. Otros, solicitan taxis a Picún cuando no encuentran a un hombre que por 20 pesos los lleva desde el río a la ruta 237.


Pobladores que migran a Neuquén

"Cuando llegué a esta escuela- relata Marta Curruchet, su directora - hubo un crecimiento importante de la matrícula debido a la crisis. Los padres que vivían en el campo se venían al paraje para sobrevivir, pero después, la cosa empezó a mejorar en el campo y regresaron. Algunos se han ido del paraje, se van a la provincia de Neuquén, a Picún, porque allí hay trabajo, planes sociales y hospital. Aquí no hay fuentes de trabajo, ni ayuda del Estado y un gran aislamiento..."


Muchos pobladores de Naupa Huen trabajan en la semana en Picún Leufú, mientras su familia permanece en el paraje. La mayoría hace trabajos rurales y muchos ya han solicitado un pedazo de tierra para poder llevar a su familia allí y hacer algún cultivo.


También emigran los jóvenes. En Naupa Huen no hay secundaria y los que quieren seguir estudiando prefieren partir a Junín de los Andes, más distante que la secundaria más cercana de Río Negro, pero que tiene un albergue nuevo y confortable. La escuela de Junín es -además- una escuela agrotécnica.


El año pasado egresaron de Naupa Huen 22 chicos. Todos fueron a Junín. El maestro Carlos -a cargo del albergue de Naupa Huen- agrega con orgullo que los abanderados de Junín son ex alumnos. Un transporte los lleva y los trae. Hasta Junín hay unos 200 kilómetros, no mucho más lejos que El Cuy, aunque la distancia a este punto parezca mayor: "Si quieren ir a la secundaria de El Cuy se tienen que tomar el colectivo que va a Roca para después tomar otro que va a El Cuy y que sale una vez por semana. Una frecuencia y un itinerario que no haría dudar a nadie de optar por la escuela de Junín, además de que el secundario de El Cuy carece de albergue y allí no aprenden ningún oficio.", concluye el maestro.


En las últimas elecciones hubo 102 electores, explica un burócrata para calcular la población que importa a la dirigencia política. El comisionado de Naupa Huen es Luis Bezpalko. Hace 20 años que está en el cargo, que es designado directamente por el gobernador. Durante las últimas elecciones se hizo una votación, a iniciativa de la gente, que dio como ganador para el cargo al maestro Urquiza. Esta elección no fue legal, ya que el comisionado no sale de las urnas. Lo interesante de esta experiencia fue que no sólo motivó a los alumnos, que quisieron entender por qué ellos no pueden elegir a sus propias autoridades, sino también que al aprendizaje se colaron las críticas a su gestión.

Los pobladores acusan a Bezpalko de "estar quedado", de "no luchar por los derechos de la gente", de no presionar para dos obras trascendentes como la balsa y el camino, amén de las quejas que recibe por estar poco y nada en su oficina, usar el auto que le da el Estado y cobrarles el combustible a los vecinos.


Maestros que dan mucho más que clases

En la escuela se escuchan tonadas de varias provincias. Las sureñas, y las de los maestros que vienen del norte. Los hay de Tucumán, de Corrientes y de Santa Fe. La directora, Marta Curruchet, cuenta que se recibió de maestra muy joven y, desde que conoció Bariloche a los 15 años, tenía el berretín de trabajar en el sur. Cuando se recibió, pasó por Roca y le encantó. Su hermano vino primero y su papá la vio tan decidida, que terminó pidiendo el traslado en el Correo y se mudó toda la familia. Llegó el 13 de marzo de 1979 y el 16 ya estaba trabajando en Roca. Poco tiempo después quiso hacer el profesorado de teatro de títeres. En el único lugar que se dictaba era en Rosario, de modo que volvió a su provincia. Terminó su profesorado y regresó al sur, pero ya con idea de ir a trabajar a alguna escuela rural. "Llegué y me dijeron que había un cargo de auxiliar docente en Naupa Huen.


Yo no sabía ni dónde estaba. Alguien me dijo que era un lugar hermoso, al lado del río. Otros me decían que estaba loca porque allí no había nada. Después me enteré que cuando me designaron dijeron ´esa rubia no va durar ni 15 días´. Pero aquí estoy. Esa gente no sabía que mis abuelos eran del campo y que para mí no era una experiencia nueva. Fui. Alquilé una casa de adobe. No había agua potable, iba a buscarla al río. Entonces, el director era el maestro Urquiza, un chico de San Luis. Estuve un tiempo y me nombraron en Cerro Policía. Estuve allá dos años. Finalmente, en el año 2001 rendí como directora y gané el cargo en Naupa Huen".


Cuando llegaron supieron por el enfermero que había gente dispersa por el lugar. Familias enteras cuyos hijos jamás habían asistido a una escuela -relata la directora- "Fuimos a buscarlos con mi hermano Carlos (a cargo del albergue). Trajimos chicos que viven a unos 80 kilómetros de Naupa Huen, para el lado de Michi Huau. Cuando llegaron a la escuela sufrieron, tuvieron que hacer un enorme esfuerzo de adaptación. Algunos nunca habían salido de su rancho. Por lo general dormían sobre cueritos. Esos nenes nunca vieron una pelota y tienen que aprender a jugar, a bañarse, a comer cosas nuevas. Luego de un tiempo, se acostumbran a vivir mejor. Aun así, sufren el desarraigo, extrañan, porque vuelven a sus casas sólo durante las vacaciones." Salir a buscar a estos chicos fue una iniciativa de la directora y de su hermano. Ellos disponen de una camioneta pero no cuentan con seguro para hacer los traslados, como sí lo tienen la mayoría de los chicos de la provincia.


La escuela de Naupa Huen es una escuela-albergue con 90 alumnos, de los cuales 37 son internos. El albergue tiene capacidad para 20 chicos. Pero viven allí casi el doble de esa capacidad y de edades muy disímiles: niños de 5 a 14 años. Hay una habitación de nenas y otra de varones y un maestro auxiliar los acompaña todo el tiempo.


No hace mucho tiempo, el establecimiento de Naupa Huen fue noticia porque las cocineras que trabajan allí descubrieron que les habían enviado carne en mal estado. "La portera dijo que la carne tenía un perfume raro- relata Curruchet-. Indiqué inmediatamente que se la estudiara. Bromatología comprobó que tenía sulfito. A la semana fue Salud Ambiental y retiró la carne. El informe, que quedó archivado en el Hospital de Roca, decía "carne picada contaminada con sulfito, no apta para consumo". Yo tenía dinero de los cinco meses que nos dio Nación y compré carne entera, sin picar.


Pero esto no es todo. Tampoco recibíamos leche entera, nos cansamos de pedir; mandaban una chocolatada y un café con leche que los chicos no quieren tomar. Los chicos nos piden té o mate cocido. En esta región, los chicos suelen ser amamantados y luego del destete no reciben más leche. Algunos niños llegan desnutridos. Por eso es importantísimo que se les dé leche entera. Con esfuerzo, tratamos de acostumbrarlos a volver a tomar leche. Se desaconseja que los chicos tomen café y les mandan café. Además no les gusta. Ellos mueren por un yogur, cosa que no ven ni en figurita. Tratamos de llevarles yogur, siempre de nuestro bolsillo".


A los chicos del albergue les dan apoyo escolar -comenta Carlos, el maestro a cargo del mismo-. Con ellos hacen un seguimiento constante y un refuerzo. A veces llegan chicos que tienen 10 años y no saben escribir. Se intenta estimularlos mediante talleres especiales. Los maestros auxiliares son algo más que maestros. Cumplen el rol de maestro, de padres sustitutos y de ayuda espiritual.

A la noche, los niños tienen su espacio de recreación y de baño. Los maestros ayudan a bañar a los más pequeños. El baño les insume horas porque hay sólo dos duchas y un termo de 120 litros. Luego ven algo de tevé o dibujan. Todo durante un tiempo muy reducido. Porque todas las actividades del pueblo están limitadas por las horas de electricidad que tienen. Agua y luz están racionadas, pese a que a pocos kilómetros de aquí están las grandes empresas hidroeléctricas de la región. "A veces los chicos hacen sus tareas con una velita -comenta una maestra-. Nosotros notamos cómo esos chicos van perdiendo la vista por el esfuerzo...".

La escuela tiene dos zepelines para guardar el gas. El gas es obsequiado por una petrolera. Una de las maestra auxiliares comenta que unos pescadores que llegan al lugar les consiguieron algunos medicamentos comunes para atender a los chicos, cuando tienen un resfrío o fiebre. Antes, el Estado mandaba algunas cosas, como champú, jabón, cepillos de dientes, lavandina. Ahora no. Les ayuda la Escuela Brentana de Cipolletti y el Rotary. Varias necesidades de la escuela son cubiertas por particulares.


A la precariedad edilicia, el aislamiento y la falta de fuentes de trabajo, se suma el encarecimiento. Vivir en Naupa Huen es más caro. Los maestros cuentan que en invierno gastan un promedio de un 30% de lo que ganan en leña. La gente del lugar prefiere hacer compras en cantidad en Picún, aun cuando el ahorro es relativo si suman lo que implica llegar a esta localidad neuquina por la 237. Y a esto suman otras complicaciones. No hay médico ni odontólogo de modo permanente. En la escuela y en el puesto sanitario hay muchas necesidades. Faltan desde elementos de cocina, cuadernos, instrumentos para dar clases de huerta (palas, rastrillos), hasta platos, sábanas, mantas o toallas para el albergue.


En Naupa Huen, las carencias se enfrentan dolorosamente con la ausencia de las autoridades. En otras de las localidades de la provincia, cualquiera de los problemas detallados, provocaría una inmediata reacción por parte de sus habitantes. En cualquier ciudad del Valle, por caso, si no hay gas en una escuela, se suspenden las clases. Indudablemente, el aislamiento del paraje atenta contra los derechos de sus habitantes.

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