Mocovíes
Las descripciones que haremos de este grupo, incluido dentro del mayor de los guaycurúes (abipones, mocovíes, tobas, pilagás), corresponde preferentemente a lo relatado por el Padre Florian Paucke.
De este relato hemos expurgado todos los elementos que indicaran contacto con el hombre blanco, especialmente teniendo en cuenta que sus observaciones fueron efectuadas durante la segunda mitad del siglo XVIII, es decir doscientos años después de la llegada de los europeos.
Muchos grupos a los que él conoció y trató, se hallaban aún en estado de aislamiento y los que convivían en su misión de San Javier, le transmitieron todas las tradiciones, su cosmogonía y otros elementos culturales que supo recoger con paciencia, minucia y fidelidad de etnólogo.
Pertenecía el guaycurú al grupo de los patagónicos o pámpidos, como ya lo mencionáramos, y era la más norteña de las parcialidades de éstos, lo que indica una corriente migratoria inicial hacia el norte y un retroceso posterior hacia nuestro territorio provincial, que se prolongó hasta la época independiente de nuestro país. Esto habría originado la denominación de chaquenses, que también se le da.Eran gente bien formada, hermosa y alta, aunque las mujeres se encontraban afeadas, para nuestro criterio estético, por pinturas y marcas corporales.
La falta de defectuosos físicos entre ellos, salvo los heridos o accidentados en la guerra o en la caza, se debía a la eliminación de los infantes nacidos con cualquier tara. Esto, y la desaparición durante la primera infancia de los menos aptos para la dura supervivencia, hacía que los adultos fueran muy fuertes y soportaran sacrificios y privaciones sin aparente daño.
Eran casi lampiños y se arrancaban los pelos que les nacían en el rostro, incluso los de las cejas. Usaban, tanto los hombres como las mujeres, collares y pendientes de conchas, y otros de madera; los hombres se hacían incisiones que aparentaran ser cicatrices de guerra y usaban un bezote con plumas para parecer terroríficos ante sus enemigos.
Generalmente andaban desnudos ya veces se cubrían con alguna piel ablandada, que colgaban de uno de sus hombros. Las mujeres llevaban un delantalcito que pendía de su cintura por la parte delantera.
Se hacían las mantas con varios cueros pequeños unidos y previamente pintados con una tinta roja; ésta derivaba de cortezas hervidas en orín; los dibujos eran pintados con un palito, y sobre ellas dormían.
Utilizaban ollas y vasijas para el agua, hechas de barro cocido por las mujeres y generalmente con forma puntiaguda en el fondo. Comían la carne de la caza y de la pesca, generalmente asada sobre las brasas o en parrillas de madera, y también hervida, juntando el caldo en una fuente que hacían circular por el grupo y de la cual todos bebían.
Se alimentaba también de algunos animalitos menores, gordos, que freían en su propia grasa; de hierbas del campo, huevos, frutas y langostas, dándose comilonas de éstas, ya sea hervidas, o secadas al sol y molidas, agregadas a sus sopas.
Preparaban bebidas fermentadas con agua y miel silvestre, o con agua y harina de vainas de algarrobo, a la que llamaban latagá.
El casamiento se hacía en edad no muy temprana, y el hombre debía hacer regalos (o pagar> por la novia, a su familia. Cualquiera de los cónyuges podía deshacer el vínculo si no lo consideraba adecuado. Los hombres podían tener varias esposas pero era común que tuvieran una sola.
Los niños eran criados por las madres y los varones, ya mozos, por los padres, pero toda la comunidad era responsable de su educación. Se hacía una vivienda de paja por cada familia. Estas eran muy precarias, por lo que se abandonaban cuando se trasladaban de lugar o se incendiaban cuando algún morador fallecía allí.
Organización política
Estaban organizados en pequeñas aldeas, a cargo de un jefe que no tenía mucho poder, pero que gozaba de respeto. El mismo no se distinguía ni por su Vivienda ni por su atuendo de los demás, y era a veces más miserable que los otros, pues al. ser los mocovíes, en opinión de Paucke, muy pedigüeños, el jefe no se atrevía a negar nada por no perder prestigio, llegando a quedar muy pobre.
El castigo de los crímenes que se pudieran cometer no era juzgado por tribunal alguno,. Era la familia ofendida la encargada de la justicia, lo que traía a veces largas reyertas. El jefe intervenía en ellas cuando ambas partes lo solicitaban y tenía mucho cuidado de ser justo para no perder su poca autoridad. Las viejas sabias solían aconsejar al jefe, así como algunos ancianos de prestigio, por su buen tino.
Los intercambios de mujeres entre aldeas eran frecuentes, dado que no estaba permitido por la tradición el matrimonio hasta el sexto grado de consanguinidad, resultando así más duraderas las alianzas.
El reconocimiento de pertenencia a un mismo grupo entre las distintas parcialidades mocovíes ha sido la clave del éxito en su enfrentamiento ante los demás grupos, inclusive ante los guaraníes, que se encontraban en expansión para la época que consideramos.
Usaban un numeroso arsenal, que era todo el mobiliario y el ajuar personal de los varones, el que consistía en arcos, flechas de punta de hueso o de espinas de pescado, otras flechas menores para atrapar peces, muy livianas, pesados garrotes, lanzas largas de afiladas puntas de madera endurecida al fuego, otras lanzas más cortas que- eran arrojadizas, boleadoras, las que resultaban todas aptas tanto para la caza como para la guerra.
Creencias. Culto a los muertos
Creían en un dios bienhechor, que habitaba en el cielo, en la constelación de las cabritas, cuya aparición festejaban anualmente, dios al que llamaban ‘el abuelo”, pero que no era objeto de culto especial ni tenía clero especializado. Eran también animistas, es decir, creían en la divinidad de todo lo animado, por lo cual toda su vida estaba impregnada de religiosidad, si bien al gran número de supersticiones que esto originaba, se agregaba la burla hacia las mismas, sobre todo por parte de los hombres, en momentos de tranquilidad o bonanza.
Una costumbre muy peculiar era la de eliminar el nombre de los muertos de su vocabulario, los que no podían ser nombrados nunca más, y como por lo general sus nombres representaban cosa o animales, usualmente aves, el nombre de los mismos debían cambiarse al morir aquel que lo llevaba, con lo cual cada comunidad variaba bastante la lengua respecto a la de sus vecinos.
Los fallecidos eran enterrados en lo que antes definimos como sepultura primaria, cerca de la aldea, donde se le ofrecían alimentos y obsequios pero pasado un tiempo, se desenterraba. Se descarnaban y sus huesos eran llevados hasta el secreto cementerio de los ancestros, hacia el norte, distante mucho kilómetros; sólo algunos conocían a dónde se efectuaba el entierro definitivo.
En señal de duelo los deudos especialmente las viudas, se cortaban una falange; así es que se va observado casos en que sucesivos duelos, a algunas viejas les quedaban casi dedos en as manos, y aún en los píes.
Todas las enfermedades se consideraban de origen sobrenatural, por lo cual, eran muy apreciadas y temidas as viejas hechiceras, que lograban curaciones; las hacían, en general, chupando la parte enferma para extraer el mal que se había alojado en el cuerpo del enfermo. Utilizaban también hierbas, infusiones y emplastos.
Aarón Castellanos: Fundación de Colonias en Argentina
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