Mechongué se resiste a desaparecer
MECHONGUE.- Así como a mediados de siglo la primera locomotora trajo con sus vagones y cargas las primeras señales del progreso, el museo en el que hoy se ha convertido la estación ferroviaria de esta localidad es un tibio recurso para mantener viva la memoria de una comunidad que disfrutó de venturosas épocas y ahora intenta sacar boleto para el único tren que no se resigna a perder: el de la esperanza. La crisis, disfrazada unas veces de problemas económicos, otras de desastres meteorológicos, ha clavado su puñal hasta lo más hondo de este pueblo bonaerense situado casi en el centro del triángulo que forman Mar del Plata, Necochea y Balcarce.
Así, los de heridas más profundas cargaron a sus familias a cuestas y no tuvieron más remedio que buscar nuevos rumbos intentando adivinar la ruta que conduce al trabajo.
Otros resisten, a pesar de las hipotecas y los remates. Y aunque la falta de movimiento en las calles y los caminos indique lo contrario, estos 1500 sobrevivientes, la mayoría descendiente de los fundadores de esta localidad, jamás reconocerán que Mechongué tramita con su realidad el título de pueblo fantasma.
"Sabemos que el esfuerzo es casi quijotesco, pero vale la pena, porque nuestros padres y abuelos se sacrificaron mucho durante años como para permitirnos desaparecer del mapa", dice Mary Belver, hija de Vicente, un español incansable que desembarcó en estas tierras cuando el siglo XX daba sus primeros pasos y hoy se lo recuerda como uno de los pioneros más pujantes.
Piedras, tornado y lluvias
Fundada el 12 de mayo de 1911, esta localidad creció paso tras paso. Los chacareros encontraron en el sistema cooperativo la herramienta para un desarrollo firme y sostenido.
A partir de 1960 y por casi tres décadas, los fértiles campos de la zona dieron excelentes rindes tanto en la producción de papa -principal cultivo de la región- como en la de cereales.Hasta que aparecieron los problemas. "Empezamos con la circular 1050 del ministro (de Hacienda Alfredo) Martínez de Hoz, nos cavó la tumba la hiperinflación de (Raúl) Alfonsín y nos terminó de sepultar la gestión de (Carlos) Menem", describe Ernesto Ianantuony, quizá el más contundente ejemplo de lo que fue y de lo que es Mechongué (ver recuadro).Lo poco que dejaron en pie los planes económicos lo terminó de liquidar el clima en menos de cuatro meses. El 26 de diciembre de 1997 se registró la pedrada más impresionante que se recuerde en la zona."Las piedras eran así", señala la esposa de Ianantuony, y con ayuda de pulgares e índices simula un círculo del tamaño de un pomelo. Para explicar lo que pasó diez días después sólo necesita un dedo y señalar hacia arriba para mostrar las nubes desde el interior del galpón, cuyo techo desapareció tras el voraz tornado del 5 de enero de 1998.
Cuando por entonces se miraba al cielo para encontrar un milagro, lo que llegó en abril fue un temporal con 530 milímetros de lluvia que dejaron bajo agua campos, cosechas y los últimos sueños de recuperación."Eso terminó con todo, porque los bancos y los acreedores empezaron a apretarnos y perdimos todo", recuerda Belver, que tiene cinco hijos.Fue ella quien presidió la asociación que formaron hace dos años 116 mujeres. Golpearon a las puertas de las autoridades y de los bancos para pedir ayuda. Pero ni esa fortaleza propia de madres las salvó. Tuvieron que rendirse ante la desidia.Las cooperativas de agricultores General Alvarado y General Pueyrredón desaparecieron, al igual que -por ejemplo- la fábrica de bolsas Bolsamec. Por falta de producción, el tren pasó a ser innecesario.
Sin trabajo, la mitad de los más de 3000 habitantes que tenía Mechongué emigró; entonces, tampoco se justificaba el servicio de transporte público. Por eso hoy sólo tienen un ómnibus diario -tenían tres- hacia y desde Mar del Plata y Necochea, que pasa por la ruta 88 y deja a los pasajeros a 15 kilómetros del acceso al pueblo.Los "pulpos cerealeros" -como aquí recuerdan a empresarios del sector- ofrecían semillas y agroquímicos que ante las malas cosechas se cobraron indefectiblemente con maquinarias o campos.Los productores que se quedaron para jugar su última carta subsisten como pueden e intentan salvar lo poco que les queda, que en muchos casos es el nombre."Empecé a achicarme y vender tierras, máquinas y herramientas para cumplir", cuenta Francisco Goitía, de 73 años y nativo de Mechongué. Y ante la necesidad, aparecen los abusos, como que se ofrezcan mil pesos por un tractor que cuesta diez veces más. "Hoy -reconoce- tengo apenas el 50% del patrimonio que llegué a conseguir con trabajo."
Es uno de los pocos que no reniegan de los bancos. "Cuando me dieron, no pude cumplir", admite.Otros acusan a esas entidades sin contemplación. Juan Spadari, de 39 años, dice que el Citibank ordenó el remate de su camión cuando tenía saldado el 75% de la deuda. "Se aparecieron de noche, con la policía, y me trataron como a un delincuente", recuerda. Jamás pudo recuperar la caja del vehículo -que había comprado aparte- y ni siquiera el viejo equipo de mate que lo acompañó durante 20 años por las rutas."Sacamos gratis la patente de sinvergüenzas", agrega y se queja Raúl Spadari, con 46 años y ojos que brillan de tanta lágrima contenida. Asegura que con esas actitudes ha quedado casi toda la población marginada del crédito.
"Hasta un usurero te mete en el Veraz", señala sobre lo que es una paradójica realidad.La crisis ha hecho que ese registro privado de deudores en Mechongué sea casi un calco de la guía telefónica de esta localidad.Por eso duele como nunca. El puñal se hunde hacia lo más profundo, hasta que se encuentra con un callo común, infranqueable. Porque, como dice Raúl Spadari, "podemos perder campos y herramientas, pero si hay algo que en Mechongué no estamos dispuestos a resignar es la dignidad".Por Darío Palavecino Enviado especial
De próspero productor a verdulero en apuros
MECHONGUE (De un enviado especial).- "Pasen a mi oficina", invita Ernesto Ianantuony. Enciende la pantalla de la garrafa para capear el frío matinal y se dispone a contar su historia de 45 años."Todo lo que ves en este pueblo -dice- lo hicieron nuestros padres y abuelos."Hijo de agricultores, como el 95% de los habitantes de Mechongué, su padre lo reclamó en 1978. Tuvo que abandonar "una vida de playboy" en Mar del Plata, donde estudiaba, para retomar el camino del chacarero.Los golpes fueron tremendos, y reconoce que, entre los de su generación, no hubo margen ni capacidad de respuesta. En 1981 perdió 200 hectáreas de campo. Cuatro años le llevó recuperarlas y apenas unos meses demandó que se esfumaran con la inflación de 1985. "La híper nos mató". Y en 1991 se quedó sin nada.Ianantuony ya no necesita tractores ni cosechadoras.
Sus brazos le alcanzan para acomodar los tomates y las manzanas en los cajones de su verdulería, de donde salen los recursos para mantener a tres hijos, a los que ruega que lo visiten seguido si es que -como el resto de los jóvenes de Mechongué- deciden seguir su futuro fuera del pueblo. En la desesperación intentó con microemprendimientos promocionados como la panacea. Preparar y envasar papas en bastones, por ejemplo. Ahora encontró una alternativa menos explotada. En verano prepara choclo y verdura picada que se comercializan frescos.El emprendimiento requiere apenas una cámara de frío para la mercadería que Ianantuony tiene en su comercio. Ahora está en desuso y, paradójicamente, es el lugar más cálido del local. Con garrafa y pantalla incluida, es la oficina del ex productor agropecuario devenido verdulero.
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