MECHITA, luces y sombras de un pueblo ferroviario.-
En Mechita está resumida la historia de nuestro país: el ferrocarril dio vida a la localidad, trabajo, viviendas, escuela y produjo el crecimiento de la producción local. “Con un sueldo ferroviario vivías muy bien, y nos quedaba tiempo para trabajar la tierra o dedicarle horas a una institución” nos cuenta Edith, quien vive junto a Teodoro en una casa florida a pocos metros de las vías que hicieron que se conocieran y se casaran. El tren, formó esta familia como formó a las miles que vivieron acá mientras el tren pasó por este pueblo donde la presencia de los ingleses es recordada con añoranza.
La historia argentina tiene un hito que ha marcado la vida en el interior. Cuando pasaba el tren y cuando dejó de hacerlo. Los ingleses vinieron a estas tierras con el inicio del siglo XX, propietarios del Ferrocarril del Oeste, llegaron sabiendo qué iban a hacer y dónde lo iban a hacer. Todas las construcciones, estaciones, talleres, casas, puentes y escuelas hechas por ellos, todas están en pie. “Gran parte de las construcciones, tienen más de cien años, y son las únicas que se han conservado”, reconoce Edith. Lo que pasó en Mechita fue un proceso pocas veces visto: por su posición geográfica en la provincia, los ingleses decidieron trasladar los talleres de reparación de locomotoras acá. Entonces se necesitó mucha mano de obra, y para todos los empleados los ingleses les hicieron casas, que hoy son conocidas como“La Colonia” y como debe ser, luego de cien años, aún permanecen en pie, habitables.
El pueblo entonces, gracias al ferrocarril y llegó a tener 5000 habitantes. “Pasaban 8 formaciones por día, por lo menos 4 eran de pasajeros, y después se llevaba granos y la hacienda. Todo el día se sentía pasar los trenes, el pueblo estaba lleno de gente”, recuerda Teodoro quien fija una diferencia entre aquellos años y ahora. “Había alegría. Trabajábamos con alegría porque no hacía falta tener más que un trabajo. El ferrocarril nos dejaba tiempo y hacíamos bailes todos los fines de semana, muchas veces terminábamos de madrugada y sin dormir nos íbamos a trabajar” Había un sentido fundacional en esos días. Esta pareja que hace más de medio siglo que están casados, y que aún se abrazan como si fueran novios, son el reflejo de lo que alguna vez se soñó en nuestro país: el desarrollo de la vida en las pequeñas comunidades.“La Colonia” y como debe ser, luego de cien años, aún permanecen en pie, habitables.
El pueblo entonces, gracias al ferrocarril y llegó a tener 5000 habitantes. “Pasaban 8 formaciones por día, por lo menos 4 eran de pasajeros, y después se llevaba granos y la hacienda. Todo el día se sentía pasar los trenes, el pueblo estaba lleno de gente”, recuerda Teodoro quien fija una diferencia entre aquellos años y ahora. “Había alegría. Trabajábamos.
La historia luego es conocida, pero en Mechita la explican muy bien. “Pobre Perón, compró los ferrocarriles con buena intención, pero cuando nosotros nos hicimos cargo de la empresa, todo se vino abajo, no se respetaban los horarios, no había disciplina y se comenzó a robar, algo impensado cuando estaban los ingleses. En pocos años, el servicio desmejoró, hasta que en la década del 90, con la privatización, les cortaron las piernas al pueblo” Teodoro la mira a su amada esposa, que cierra los ojos, buscando retener las imágenes de su Mechita dorada. El sueño de un país se derrumbó.
Ahora, sin trenes el pueblo es otro. “Muchas familias se han tenido que ir a Bragado, al no haber trabajo, los jóvenes tienen que irse y ya no vuelven, así que gran parte de los que quedamos somos viejos” Lo localidad tiene una además una singularidad catastral. La mitad del pueblo es de Bragado y su parte oeste, del Partido de Alberti. Aunque la mayor parte de la actividad está en el primer Distrito. Los dos clubes del pueblo, antes de desaparecer se unieron y formaron el Club Social y Deportivo Mechita. "Tenemos un cementerio muy lindo", cuenta Edith. Antes cuando alguien se moría, el tren llevaba al finado hasta un cruce cerca de Bragado y ahí bajaba del vagón hasta la necrópolis bragadense. Es bueno para ellos saber que se quedarán en Mechita para siempre.
Sin dudas hay dos personajes que hoy se destacan en este pueblo que alguna vez lo tuvo todo: el artista plástico Juan Doffo, quien ha recorrido el mundo exhibiendo sus obras, pero jamás olvidó a su pueblo y creó el Museo de Artes Visuales de Mechita, un espacio que causaría envidia en cualquier metrópolis, y Raúl Finucci, uno de los más importantes tradicionalistas de nuestro país, quien desde esta localidad emite un programa de radio alzando la voz de nuestras raíces. Acaso no sea en vano que el arte y la tradición, más la unión comunal que entrelaza a los vecinos en el Club sean los pilares que piensan en una reactivación del pueblo que resiste en caer en el olvido.
Edith y Teodoro nos hablan desde el patio de su casa, donde las rosas, los claveles y jazmines perfuman el jardín con un aroma apesarado, las vías del ferrocarril los unió hace medio siglo, cuando en Mechita los tiempos eran tan buenos que pensar en la caída del tren era algo tan ridículo como suponer que lloviera desde el piso. “No sé qué pasó, pero hicimos todo lo contrario a lo que había que hacer. Jamás creímos que el tren iba a desaparecer”, se resiente Edtih mientras se seca las lágrimas en su rostro. Nos despedimos y en la esquina un muchacho nos cuenta que a la noche pasarán una película en el Club para juntar fondos. Acaso no está todo perdido.
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