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La plaza de Alberti y el hacedor de ilusiones


Enviado por María del Carmen Morello 

E-mail: maricemorel@hotmail.com

Atardecer de verano. Las calles somnolientas del pueblo ya se habían despertado después de la prolongada siesta. Lentamente comenzaba el movimiento. Algunos jóvenes volvían de retozar en las piletas. Las amas de casa regaban los jardines, refrescaban las veredas. Los ancianos, sentados en los bancos del frente de sus casas, a la espera de algún transeúnte que les contara las novedades. El heladero en el carrito hacía el último recorrido de la tarde. Todos ellos iban cambiando la fisonomía del paisaje veraniego.


El sol se resistía a esconderse, continuaba iluminando como si no hubiese querido privarnos de su luz. Finalmente, la tierra con su magia y con la complicidad de la luna que pugnaba por salir, despidieron con un guiño al último rayo hasta el día siguiente.

Era sábado. El día que tanto esperaban los jóvenes para salir, encontrarse con amigos y dar vueltas alrededor de la plaza. La famosa vuelta del perro. Desde el dormitorio donde daba los últimos retoques a mi ropa, escuché salir despedida desde las cuatro bocinas, estratégicamente ubicadas en la plaza, los compases de Ondas del Danubio. Entonces me di cuenta de que eran las 19,30.

Debía apurarme. Mis amigas debían estar esperándome para que todo el grupo salga con un objetivo: divertirse y, en lo posible, sentir palpitar muy fuerte el corazón ante nuestro enamorado.


Salí a la calle. El regador municipal pasó salpicando a algún caminante distraído. Más adelante, las calles de asfalto se estremecían al sólo contacto con el agua, exudando un vapor caliente que se elevaba serpenteando como una nube a escasa altura. El encuentro era inmediato. Yo era la que vivía más lejos. Por lo tanto, a medida que avanzaba mis amigas se iban sumando.


.¡Rápido! ¡Debemos llegar antes que los pedidos musicales estén hechos!. Cuidando de no mojarnos los pies en las .únicas. sandalias que ya llevaban dos temporadas, íbamos acercándonos a LA PLAZA.


Mientras dos subíamos pisando los mosaicos blanquinegros de sus veredas en busca de un banco libre, otra dirigía sus pasos hasta la casita de 3×5 desde donde salía despedida la música que acompaña la charla, el encuentro, las miradas.


Llegamos tarde. Los bancos de madera verdes, rayados con mil nombres y corazones, estaban ocupados. Algunos por parejas abrazadas, otros por grupos de amigas esperando el .flechazo., o por matrimonios contándose alguna anécdota sin perder de vista a sus hijos que jugaban entre la gente. Entre ellos, Nélida y Manolo, infaltables. Ella, con esos zapatos altos que tanto admiraba; él, súper elegante como siempre.

No nos quedaba otra que comenzar a girar. El próximo es el tema que yo pedí -dice Elena- pero no me animé a dedicarlo.. .¡Si se diera cuenta que es para él!., exclamó ansiosa. Mientras tanto, nuestros ojos buscaban en la mano contraria al giro a quien veníamos a ver. En cada vuelta rotábamos la ubicación, ya que el sólo hecho de rozar con nuestro brazo la manga del traje de .Ë. nos emocionaba. Otra miraba disimuladamente si por la calle pasaba .el auto. dentro del cual estaba quien hacía que su corazón se acelere.


Los cruces olían a Polyana 555 o Mary Stuar en ellas; a Vieja Lavanda Fulton u Old Spice. en ellos.

Aunque los pies dolían después de tantas vueltas, seguíamos firmes. El aire transportaba los gritos de los niños que jugaban a la escondida o a la mancha envenenada, en el .Monumento a la pastilla. -como llamábamos al centro de la plaza-. También viajaba con él la cadencia de la música que salía de los altoparlantes, mientras que un viento fresco traía el olor dulzón de las plantas en flor y a veces arrastraba consigo alguna ilusión.

El Club Social exhibía sus mesas y sillas en el frente. De allí provenían las risas. Mientras que desde el amplio salón, con espejos dorados, persianas abiertas de par en par y a media luz, se vía cruzar algún socio controlándolo todo. A las 22 empezaba el baile. Cruzando la plaza, entrábamos con el pretexto de ir al baño, nos asomábamos al salón donde estaban probando la música. Alrededor de la pista de brillantes mosaicos y contra las paredes, hileras de sillas dejaban el espacio libre a los bailarines.

Don Bustos, el mozo, pasaba con el famoso copetín: 6 u 8 platillos con diversas degustaciones, Gancia, Fernet, Cinzano o naranjada.


Mientras todo esto sucedía, pedimos un papelito y escribimos un nuevo pedido musical.

.Voy a pedir .Como antes. por los 5 Latinos., dije yo. .¿No será demasiado? Ya fuimos tres veces., acotó Elena. .Que vaya la que aún no pidió nada, así no nos reconocerá., insistí.

A los pocos minutos, ya reintegradas a los giros, escuchamos: .Y a pedido de tres pícaras jovencitas que pretendieron engañarme sin lograrlo, va el siguiente tema.. ¡Ya sabíamos nosotras que no nos podía defraudar nuestro cómplice musical!

Con tristeza vimos en el reloj pulsera de Lidia que se acercaban las 21,30. Faltaba poco para que, .con el característico saludo musical., el hacedor de ilusiones, que se encontraba en el pequeño recinto ubicado al lado del Club Social (hoy EEM Nº 2), se despidiera hasta el domingo de 11 a 12, después de misa o al atardecer.


Los bancos comenzaban a desocuparse, pero ya no valía la pena sentarse. Era hora de regresar contándonos las experiencias vividas en esas dos horas.

Los últimos compases se hacían oír, mientras que allí adentro. alguien con inviernos crudos y veranos sofocantes acompañaba nuestras ilusiones y era, sin pensarlo y casi sin saberlo, un socio, un amigo, un acompañante del destino, que con su voz, la púa de un equipo y cientos de discos de pasta, hacía que cada jueves, sábado y domingo se hiciera realidad alguno de nuestros sueños.

Pasó el tiempo. Las épocas cambiaron y las costumbres también, pero para quienes las transitamos ellas dejaron su huella. En mi caso, aunque contaba con sólo 15 años, aún hoy cuando escucho su voz, regreso a esa edad tan maravillosa.

Alguien dijo que la felicidad es como el dinero: cuando no la tienes no sabes lo que significa. Cuando la tienes, ni siquiera te das cuenta. Está allí simplemente.

Aclaración:


El HACEDOR DE ILUSIONES es un personaje que presta el don de su voz y el caracol de sus palabras para que con ellas evoquemos momentos de nuestra adolescencia y juventud y los transportemos al día de hoy. Es un relato donde paradójicamente puede comprobarse cómo una persona puede llegar a modificar un destino sin siquiera proponérselo. En el mismo pinto una época simple, pero bella, con escasos matices pero que servía para que dentro de esa simplicidad los jóvenes fuéramos auténticos y felices.


Vaya aquí mi homenaje a HORACIO BILLIA, el Flaco, radioaficionado, locutor de bailes, festivales, kermeses y empleado de DEBA hasta su jubilación, pero por sobre todo presentador oficial de la orquesta típica de nuestro querido maestro ROBERTO PRANDO. Aquel Horacio a quien perdimos de nuestro medio hace muy pocos meses. Por mi parte pude hacerle un reconocimiento porque esto le fue entregado antes que se apagara su voz.

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© 2019. PUEBLOS DE MI ARGENTINA. Autor Carlos Francisco Gutierre / Proudly created with Wix.com

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