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"La Media Luna", El Almacén que protege a todo un Pueblo

El Almacén "La Media Luna", en Las Marianas, Partido de Navarro (Buenos Aires), fue fundado en el año 1900 y siempre atendido por la familia Masmud, abre todos los dias brindando un servicio inigualable. Fadila y Pedro están al frente del centenario boliche que ostenta la fama de ser el lugar donde se sirve el mejor Gancia de la provincia. Leé la nota y conocé la historia de un almacén que protege la tradición de todo un pueblo. 

Por Leandro Vesco / Fotos: Juan Carlos Casas / Video: Juan Olivan

Un pedazo del Líbano se resigna a morir en Las Marianas, el Almacén La Media Luna, abierto desde el comienzo del siglo XX abre todos los días sus puertas para mantener viva la más pura y pampera tradición pulpera. Barajas, copa y soledad, acá las mesas son huérfanas y esperan la llegada de la paisanada para recrear el conjuro de la compañía. Gastada y ajada, la piel de madera del mostrador tiene la suavidad del embrujo criollo. Los árboles, frondosos, aseguran sombra en la vereda, la historia del pueblo se podría contar si las botellas más altas de las estanterías hablaran. “Me van a sacar muerta de mi boliche”, asegura con una mirada pícara Mimí, quien en realidad se llama Fadila, y se jacta de jamás haber tenido un novio. Sin embargo, ostenta una fama que trasciende el pueblo: “Sirvo el mejor Gancia de la Provincia”.


La Media Luna se llama así porque don Masmud, padre de Fadila, Soraya y Pedro, la guardia imperial de hermanos almaceneros- llegó del Líbano a los 15 años y sin saber el idioma, comenzó a trabajar en este boliche que su abuelo en el 1900 había abierto. “Siempre ponía en los almanaques una media luna y una estrella, eso le hacía recordar la cultura árabe” En aquellos tiempos no se necesitaba hablar en criollo, si uno sabía trabajar, ya con eso bastaba, y don Masmud, una vez muerto su padre, siguió en el almacén, tuvo su familia acá y ahora sus hijos siguen su legado. Su presencia es aún notable, al almacén lo conocen como “Lo de Massmud” Si alguien viene a Las Marianas y no pasa por acá, no ha venido al pueblo. En el argentino aquelarre de botellas, yerba, latas y sogas hay una foto en una estantería con el patriarca del boliche con una visión del almacén, desviamos la mirada hacia la realidad que ven nuestros ojos y es cierto nomás que en lugares así el tiempo no pasa, con casi 100 años de diferencia, “La Media Luna” sigue igual. Esto se llama magia.


Las Marianas es un pueblo fértil, a resguardo con un cinturón de árboles, la localidad vive su propia dimensión temporal. La plaza nuclea la vida social y los comercios, una carnicería, la farmacia, un bazar y la Delegación. También la capilla y la escuela. Viven aquí 500 personas, vemos vecinos que caminan para hacer sus compras, perros atildados que husmean las bolsas de los clientes que salen de la carnicería. Hay un aroma a hierba fresca que atraviesa de hito en hito el pueblo. El silencio es franco y la sonrisa de un niño que pasa en una F100 que maneja su padre nos impresiona y reconforta, hay una felicidad que merodea la comarca. Los pueblos del interior profundo respiran un aire diferente. En eso, el mugido de una vaca y el sonido de una botella que se posiciona frente a un vaso, nos devuelven la mirada al almacén.


Esto lo hacemos para mantener la tradición”, reconoce Mimí. Los jóvenes van a la noche a jugar al mus. “Esa mesa tiene 45 años”, nos señala su hermano Pedro. Gastada en forma de cruz, parece tener un siglo. Años ha, había una cancha de bochas al lado del almacén, pero nos cuentan que eran muy insurgentes los jugadores. “Jugaban con mocasines, y eso rompe la cancha, y un día dije basta”, las bochas eran demasiado trabajo. Acá la actividad es permanente, pero cuando cae el sol, el movimiento se hace sentir. “Los muchachos juegan por la copa, el coperío es constante. Antes podías vivir muy bien del almacén, ahora alcanza para pucherear” Mimí, detrás mira a su hermano con desconfianza. “Yo pude juntar plata”, dice orgullosa esta hija de libaneses que eligió quedarse toda su vida entre estanterias y encopetinados hombres. “Me hubiese gustado viajar, pero ahora ya es tarde, es entretenido acá”, su mirada, pulida por la mansedumbre de las noches, se posa en el último resplandor del sol, que entra en diagonal hacia una caramelera de vidrio esmerilado.

Fadila parece un personaje de una versión criolla de las Mil y Una Noches, salvo que aquí no existe un príncipe a quien hechizar con historias, sino una sempiterna y entretenida embajada rutinaria de peones rurales y muchachos que se sienten seguros jugando a las cartas, tomando algunas copas, sonriendo al oir alguna anécdota campera,compartiendo esas picardías con esta suerte de madre hechicera de las noches de Las Marianas.


La Media Luna funciona como un portal, aquí todo vuelve a una normalidad centenaria, más allá de la esquina, el pueblo descansa mientras se oyen algunos grillos desafinados. Las luciérnagas, que nacen de un capricho del aire, todo lo envuelven en una fantasia de pampa húmeda.

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