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La ciudad de los muertos: el gigantesco Cementerio de la Chacarita

Una guía para no perderse en una necrópolis monumental donde descansan los restos de cientos de personalidades, entre ellas Gardel, Gilda y Gustavo Cerati.


Cementerio de la Chacarita, Ciudad de Buenos Aires, Argentina

El cementerio estrella de Buenos Aires es, sin dudas, el de La Recoleta. Ubicado cerca del centro porteño, en un hermoso entorno y como referencia del barrio más distinguido, elegante y adinerado de la ciudad, el camposanto de Recoleta no solamente cuenta entre sus difuntos a varios de los apellidos más ‘honorables’ de la historia argentina sino también suntuosos monumentos funerarios. Pero en Chacarita está y estuvo siempre el pueblo. El ‘Cementerio del Oeste’ reúne a los nombres más reconocidos por el argentino medio, desde actores y actrices que marcaron una época hasta dirigentes sindicales, músicos populares, políticos, escritores y poetas, deportistas y celebridades futbolísticas. Todo esto en la necrópolis más grande Argentina, una auténtica ciudad de muertos.


El Cementerio de la Chacarita es grande, muy grande. Tiene 95 hectáreas, más del doble que el famoso Père-Lachaise de Paris y casi veinte veces la superficie del Cementerio de la Recoleta. Y no solamente tiene tumbas en tierra, nichos en galerías, mausoleos, bóvedas y panteones, sino que además en el área central hay un triple subsuelo que alberga 40 mil nichos. Nació de una urgente necesidad arrasadora: a una epidemia de cólera le siguió la fiebre amarilla de 1871, que mató a 14 mil porteños, poco menos del diez por ciento de la población total.

En el Cementerio de la Chacarita terminaron tanto los ‘vecinos de a pie’ como varias personalidades que trascendieron a su época. Hubo entierros multitudinarios: el de Juan Domingo Perón, el de Carlos Gardel, el de Ringo Bonavena. Mientras las organizaciones de Socorros Mutuos construían panteones monumentales para sus socios, en 1917 se concluyó el Panteón Internacional de Artistas, que más tarde pasaría a manos de la Asociación Argentina de Actores. Y también llegarían los músicos con el de Sadaic. Y, como aquí también funciona el crematorio municipal —inaugurado en 1903—, desde entonces y hasta hoy llegan para su despedida definitiva los ciudadanos más humildes y también las estrellas populares.

El panteón de Actores, el más blanco de toda Chacarita.


La lista de famosos sepultados o cremados en Chacarita es casi infinita: Domingo Cura, Nélida Lobato, Enrique Cadícamo, Gianni Lunadei, Juan D’Arienzo, Aída Luz, Alfredo Alcón, Homero Manzi, Julio de Grazia, Tita Merello, Juan Carlos Calabró, Alberto Migré, Lalo de los Santos, Oscar Moro, Rosamel Araya, Enrique Muiño, Alejandro de Michele, Alberto Olmedo, Eladia Blázquez, Gian Franco Pagliaro, Alfredo Le Pera, Enrique Santos Discépolo, Pocho La Pantera, Adolfo Castelo, Jorge Porcel, María Gabriela Epumer, Javier Portales, Alicia Bruzzo, Edmundo Rivero, Homero y Virgilio Expósito, Cacho Tirao, Alberto Castillo, Antonio Tormo, Eduardo Falú, Lolita Torres, Pepe Cibrián, Juan Verdaguer, Leonardo Favio, José María y Pascual Contursi, Claudio Levrino, María Elena Walsh…


Y no solamente actores y músicos: el pintor rosarino Antonio Berni, el artista León Ferrari, los boxeadores Bonavena, Pascual Pérez y el Mono Gatica y el empresario Tito Lectoure, la fotógrafa Annemarie Heinrich, el nobel de Medicina Bernardo Houssay, el jockey Irineo Leguisamo, el aviador Jorge Newbery (que tiene uno de los monumentos funerarios más sobrecogedores de la necrópolis), el periodista Fabián Polosecki, el político socialista Alfredo Bravo, los sindicalistas José Ignacio Rucci, Augusto Timoteo Vandor y Saúl Ubaldini, el fusilado anarquista Severino Di Giovanni, los militares Edelmiro Farrell y Juan Carlos Onganía, el navegante y deportista Vito Dumas, el escritor Osvaldo Soriano, y hasta el abuelo de Juan Domingo Perón, el médico Tomás Perón, quien arriesgó su vida durante la misma epidemia de fiebre amarilla que dio origen al cementerio. Los restos de su nieto también estuvieron en la misma bóveda hasta el caótico traslado a la Quinta de San Vicente, casi veinte años después de la profanación de su tumba.

El mausoleo de Jorge Newbery.


Otro médico que trabajó intensamente durante la epidemia fue Adolfo Argerich, pero no sobrevivió. Sus restos también se encuentran en una bóveda de la Chacarita, en la Sección 1.


Como si no fuese suficiente con tantos famosos, hay además un ‘Recinto de Personalidades’ en la sección 7E, donde se reunieron los mausoleos de Luis Sandrini, Francisco y Julio De Caro, Waldo de los Ríos, Agustín Magaldi, Osvaldo Pugliese, Ariel Ramírez, Roberto Goyeneche, Ernesto Montiel, Aníbal Troilo, Alfonsina Storni, Benito Quinquela Martín, Juan y Oscar Gálvez, Raúl Riganti, José Amalfitani, Antonio Vespucio Liberti, Tucho Méndez y Adolfo Pederenera.

Pero la mayoría de los visitantes llegan hasta aquí a acercarse a las tumbas de tres músicos: Gardel, Gilda y Gustavo Cerati. Los tres ‘viven’ realidades muy diferentes: la sonriente estatua del Zorzal Criollo está siempre adornada con flores y en su mano suelen dejar un cigarrillo encendido, Gilda recibe el trato de una santa que cumple milagros para los más humildes, y los restos de Cerati descansan eternamente en un nicho del panteón Nuestra Señora de la Merced con dos pequeñísimas plaquetas, una con el número ‘2912’ y otra que dice apenas ‘Gustavo Adrián Cerati, Gus’, además del símbolo de infinito junto a la fecha de su muerte. Un cartel escrito a mano exige que nadie arruine la lápida con mensajes. El ex Soda Stereo está casi escondido: su madre hizo todo lo posible para que no haya peregrinaciones frente a su morada final.

Chacarita guarda también varios tesoros patrimoniales. El Panteón de la Asociación Española de Socorros Mutuos, una soberbia construcción arrasada por el tiempo y el descuido, es un homenaje a un templete de El Escorial madrileño. Lo construyó el arquitecto noruego Alejandro Christophersen, quien también le puso su firma al porteñísimo café Tortoni, entre otras edificaciones. Cuenta además Hernán Santiago Vizzari, historiador del cementerio e investigador de costumbres funerarias, que el Panteón del Centro Gallego está basado en el claustro de la iglesia Colegiata de Santiago de Compostela, y que el de la Sociedad Salesiana es una réplica de la monumental Basílica María Auxiliadora y San Carlos, de Almagro.

Panteón de la Asociación Española de Socorros Mutuos.


No hay que pasar por alto el Gran Panteón, esos templetes de cemento que conducen a la galerías subterráneas, un diseño del que participó el enorme arquitecto Clorindo Testa cuando era empleado de la Dirección de Urbanística de Buenos Aires, en el inicio de su prolífica y reconocida carrera. Es como sumergirse en una película distópica, quizás Brazil o Blade Runner. Estas estructuras tan racionalistas como enigmáticas llevan, definitivamente, a otro mundo, un lugar aislado, extraño y sereno, de formas tajantes y de sombras caprichosas. El paso del tiempo se ocupó de añadirle un perfil lúgubre y hasta amedrentante.


De hecho, todo el cementerio hoy se ve descuidado, decadente y hasta inseguro. Las calles están limpias y hasta hay una fuente nueva frente a las capillas, pero la mayoría de las bóvedas están abandonadas y parecen a punto de colapsar. Un ojo curioso incluso puede llegar a encontrar huesos asomados a algún ataúd destartalado. Cada vez hay menos visitantes y menos presupuesto, y hasta el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires le robó al cementerio el Anexo 22 para hacer la plaza Elcano: allí donde había restos humanos (en la administración municipal juran que no quedó ninguno) ahora hay hamacas y toboganes, justo al lado de la cámara frigorífica, todavía en funcionamiento.


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