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Foto del escritorCharles Gutierré

Historias, mitos y fantasmas del Cementerio de la Recoleta

‘Barrio’ tan exclusivo como el que lo rodea, el cementerio argentino es uno de los más famosos del mundo por su arquitectura desmesurada. Y por sus leyendas.

El Cementerio de la Recoleta es un lugar único que sólo podía concebirse en otra época. Eran días en los que había otro trato hacia los que pasaban al otro lado, y en las capas sociales más altas el ‘buen nombre’ de alguien que todavía se contaba entre los vivos era tan importante como el de un muerto. Así fue como el Cementerio del Norte se convirtió en un ‘barrio’ tan exclusivo como el que lo rodeaba, llevando las diferencias sociales a sus desmesurados mausoleos y monumentos, y convirtiendo a la necrópolis de Recoleta en un gran museo a cielo abierto y en uno de los cementerios más fastuosos y famosos del mundo.

Las familias más acaudaladas de Buenos Aires se establecieron en esta zona de la ciudad huyendo de la arrasadora epidemia de fiebre amarilla de 1871, pero el cementerio ya funcionaba desde 1822, cuando el gobernador de Buenos Aires Martín Rodríguez y su ministro de Gobierno, Bernardino Rivadavia, decidieron que era tiempo de que los difuntos más importantes de la ciudad dejaran de ser sepultados en las iglesias. Se instaló en donde hasta entonces había funcionado la orden de los recoletos descalzos, de donde derivó el nombre del cementerio y del barrio. En 1863 el presidente Bartolomé Mitre decretó que no solamente los católicos podían ser enterrados en Recoleta, pero el cementerio no demoró en caer en el abandono.


Cuando llegó a Buenos Aires la fiebre amarilla, el Cementerio del Sur rápidamente se vio desbordado, mientras en Recoleta prohibían sepultar a las víctimas de la epidemia, por lo que se creó en siete hectáreas de la Chacarita de los Colegiales el Cementerio del Oeste. Mientras entre los inmigrantes de los conventillos de San Telmo la enfermedad se propagaba con voracidad, las familias más ricas se alejaron lo más posible del barrio y del Riachuelo. En Recoleta encontraron la zona más salubre de la ciudad, gracias a la necesidad de las locomotoras a vapor de contar con agua filtrada para quitarle las impurezas, lo cual también redundaba en un beneficio para los vecinos. Ayudaba además la altura del terreno, ya que había menos insectos que pudiesen transmitir la enfermedad que terminó matando a más de trece mil porteños, poco menos del diez por ciento de la población.


Era momento de marcar diferencias. El primer Intendente de la ciudad de Buenos Aires, Torcuato de Alvear, ordenó en 1880 la remodelación del Cementerio de la Recoleta con calles pavimentadas, un muro exterior y un gran pórtico de ingreso. No tardaron en llegar los monumentales panteones familiares y bóvedas de las personalidades más acaudaladas de la ciudad.

El gigantesco Cementerio del Oeste (prácticamente desde sus inicios conocido por los vecinos como Chacarita) terminó por convertirse en algo así como la necrópolis ‘del pueblo’, albergando los restos de artistas populares, dirigentes sindicales, mandatarios, deportistas y celebridades futbolísticas, así como de los ciudadanos comunes. Recoleta fue lo opuesto: allí descansan más de veinte presidentes de la Nación, grandes empresarios, los máximos líderes políticos de la historia argentina y hasta dos Premios Nobel.

Son en total poco menos de 4.900 sepulcros a perpetuidad, de los cuales más de noventa fueron declarados Monumento Histórico Nacional, al igual que todo el Cementerio de la Recoleta desde el año 1946. Finalmente se convirtió en un atractivo turístico: la tumba que más visitantes atrajo fue la Domingo Faustino Sarmiento (en un mausoleo diseñado por él mismo), hasta que sepultaron en Recoleta los restos de Eva Perón y empezaron a llegar visitantes de todo el país y del extranjero en busca de la cripta de la ‘Abanderada de los Humildes’. Pero hay gran cantidad de bóvedas y monumentos que terminaron por aparecer en las guías de viajes por las historias que las rodearon, que también dieron lugar a muchos mitos, leyendas y hasta fantasmas.


LA DAMA DE BLANCO

Luz María García Velloso, hija de un famoso dramaturgo rosarino de fines del siglo XIX, tiene su tumba a pasos de la entrada del Cementerio de la Recoleta. Murió a los 15 años y su madre estaba tan devastada que le permitieron dormir durante meses en un rincón de la cripta, junta a la blanca estatua que descansa plácidamente recostada. Esos fueron los hechos comprobables, después llegaría la leyenda que cuenta que un hombre encontró en los alrededores del cementerio a una muchacha que lloraba. Le ofreció su saco y la llevó a tomar un café a La Biela, que entonces todavía se llamaba La Veredita. Al anochecer la muchacha huyó, derramando el pocillo de café sobre el saco y perdiéndose entre la niebla. El hombre la buscó en el cementerio, hasta que encontró su saco manchado sobre una tumba; al recogerlo descubrió en la estatua durmiente las facciones de la muchacha a la que había besado un rato antes.


EL CUIDADOR ITALIANO

David Alleno empezó a trabajar en el cementerio en 1881, cuando tenía 11 años. No solamente era feliz con su tarea sino que envidiaba los majestuosos mausoleos que debía cuidar, muy alejados de su humilde presupuesto. Un golpe de suerte cambió su destino: su hermano ganó la lotería en 1910 y repertió el premio entre sus familiares. David viajó de inmediato a Génova, donde le encargó al escultor Achille Canessa su propia lápida, con una estatua que lo representa con sus herramientas de trabajo. A su regreso a Buenos Aires, compró una parcela en Recoleta y renunció como cuidador. Según el mito, David se suicidó ese mismo año, algunos dicen que bebiendo veneno, otros hablan de un disparo. Lo cierto es que murió de un traumatismo cerebral cinco años más tarde, el 31 de agosto de 1915.


LA FIEL MUCANA

No era costumbre de la familias adineradas sepultar a la servidumbre en sus panteones, pero los Sáenz Valiente tenían especial cariño por Rita Dogan, su mucama liberta. Pese a que la placa de su tumba destaca que la sirvienta fue “un modelo de fidelidad y honradez”, no recibió el mismo trato que los integrantes de la familia y fue sepultada fuera de los límites de la cripta familiar.


¿ENTERRADA VIVA?

Eugenio Cambaceres fue un reconocido abogado, escritor y político que murió en 1888. Su viuda, Luisa Bacichi, fue amante de Hipólito Yrigoyen (quien más tarde sería dos veces presidente; sus restos hoy descansan en Recoleta), con quien también tuvo un hijo. Rufina Cambeceres, cuyos padres eran Eugenio y Luisa, cumplía 19 años el día que una mucama la encontró en su habitación sin pulso ni respiración. “Síncope cardíaco”, sentenció el médico, y Rufina fue sepultada en Recoleta esa misma noche del 31 de mayo de 1902. Días más tarde, Luisa fue a dejar flores en la tumba de su hija y encontró el cajón corrido y con la tapa rota. Dicen que la mujer se convenció de que Rufina había sido enterrada viva, durante un ataque de catalepsia.


Son muchos los mitos en torno a lo que realmente pasó esa noche. Hay quienes aseguran que la muchacha logró escapar de su ataúd y murió de un ataque al corazón en el cementerio. Una escritora afirma que Luisa y su amante Yrigoyen habitualmente sedaban a Rufina para que no se enterara de sus encuentros furtivos, pero esa noche la dosis del somnífero fue excesiva y la muchacha entró en coma, del que despertó cuando ya había sido sepultada. Otros cuentan una historia todavía más enrevesada: dice que Rufina era novia de Yrigoyen, y que efectivamente murió de un síncope cardíaco cuando le contaron que su enamorado era amante de su madre. Pero este último relato es absolutamente falso, ya que la muchacha sabía de la existencia de su hermanastro Luis Hernán Irigoyen, nacido cinco años antes y reconocido como hijo por Hipólito Yrigoyen. Lo cierto es que, en la estatua del mausoleo, Rufina posa su mano derecha sobre el picaporte de la cripta como si quisiera abrirlo, lo que no ha hecho más que alimentar las leyendas en torno a su muerte.


TEMEROSO Y PREVISOR

Alfredo Gath había escuchado la historia de Rufina Cambaceres y tenía pánico de ser enterrado con vida. El dueño de las tiendas Gath y Chávez fue pragmático y se hizo construir un mecanismo hidráulico ‘anti-catalepsia’ que se accionaba desde adentro del ataúd. El dispositivo cumplía tres funciones: abrir el féretro, hacer sonar la campana que se instaló en la parte superior de la cripta, y destrabar la puerta de la bóveda. Pero Gath todavía tenía dudas (y miedo), por lo que se encerró en el ataúd y probó el mecanismo. Doce veces lo accionó, las doce funcionó todo como debía. Alfredo Enrique Gath murió en 1936. Fue enterrado en la bóveda especialmente acondicionada de la sección 11 (hoy propiedad de la familia Gonzales Kordich). El mecanismo jamás volvió a ser accionado desde la muerte de Gath.


LA MALDICION DE LOS GOBERNADORES

Solamente tres gobernadores de Buenos Aires murieron estando en el cargo. José Inocencio Arias fue el primero. Tras su entierro en Recoleta en septiembre de 1912 asumió su vicegobernador, Ezequiel de la Serna, quien tampoco pudo terminar el mandato: falleció sorpresivamente el 15 de marzo de 1913. El presidente del Senado provincial, Eduardo Arana, se hizo cargo de la Gobernación solamente para convocar a elecciones. El único que se presentó a la contienda electoral fue Juan Manuel León Ortiz de Rosas (nieto del Restaurador), quien asumió el 2 de julio y murió dos meses después; también fue sepultado en Recoleta. Finalmente fue su vice, Luis García, quien pudo completar el período 1910-1914 para el que había sido elegido José Inocencio Arias.


LILIANA Y SU PERRO SABÚ

Liliana Crociati de Szaszak tuvo una feliz pero corta vida. Murió a los 26 años, durante su luna de miel, cuando un alud sepultó el hotel en el que se hospedaba con su marido en Inssbruck, en los Alpes austríacos. Su mausoleo es uno de los más bonitos de Recoleta, tiene una sala neogótica vidriada con el féretro cubierto por un sahri que Liliana había comprado en la India, donde también están sus fotos y un retrato que pintó una amiga. Afuera está su estatua, vestida de novia y con su anillo de bodas, acompañada por su perro Sabú.


Ese es precisamente el motivo de la leyenda: unos y otros repiten que la mascota murió en Buenos Aires el mismo día de 1970 en que ella sufría el fatal accidente en Suiza, pero el perro había fallecido años antes y el escultor Wíeredovol Viladrich se basó en una foto donde se los veía a ambos. Si bien su esposo sobrevivió al alud, hay quienes afirman que el hombre murió también ese día y que jamás apareció el cuerpo, además de asegurar que el fantasma de su esposo continúa adornando con flores la bóveda de Liliana.


El hocico de la estatua de Sabú está desgastado porque, según el mito, tocarlo trae buena suerte.


LA NIETA DE NAPOLEÓN

El conde Alexandre Florian José Colonna-Walewski, hijo ilegítimo Napoleón Bonaparte y una de sus amantes, llegó en 1847 al Río de la Plata para negociar en nombre de su gobierno por el bloqueo anglofrancés del puerto de Buenos Aires. Su esposa, la condesa Di Ricci, dio a luz en Argentina a una nena llamada Isabel Elisa, que tuvo graves problemas de salud y murió días más tarde. En los documentos del Cementerio de la Recoleta consta el ingreso del cuerpo de la bebé el 3 de julio de 1847, pero durante más de un siglo años nadie supo precisar donde había sido sepultada. Incluso se sospechó que los restos habían sido extraviados durante la reforma de Recoleta de 1880, hasta que finalmente se constató en los registros que la pequeña Isabel Elisa Walewski descansa en la tumba de su madrina, María Josepha Patrona de Todos los Santos Sánchez de Velasco y Trillo, más conocida como Mariquita Sánchez de Thompson (que en su lápida figura como María Sánchez de Mendeville). No hay ninguna placa que recuerde a Isabel Elisa.


EL SECUESTRO DE LA CUÑADA DE DORREGO

El 24 de agosto de 1881, los autoproclamados Caballeros de la Noche anunciaron que habían profanado el mausoleo de la familia Dorrego en el cementerio de la Recoleta y secuestrado el féretro de Inés Indart de Dorrego, cuñada del gobernador de Buenos Aires Manuel Dorrego (sepultado en esa misma cripta). Dijeron que estaban al tanto de que doña Inés “dejó a sus hijos queridos una fortuna colosal” y pedían un rescate de dos millones de pesos para restitur el cuerpo y evitar así que “vuestro nombre, ilustre hasta la fecha”, quede “manchado para siempre”, como señalaba la carta de los secuestradores, tan respetuosa como de refinado estilo. Felisa Dorrego de Miró, hija de doña Inés, avisó a la Policía, pero su mayordomo tenía dudas bien fundadas: él mismo había ayudado a trasladar el pesado ataúd durante la exequias, era imposible sacarlo de Recoleta sin que nadie lo advirtiera. Tenía razón: el féretero de doña Inés apareció en otro panteón del cementerio. Pero la Policía mantuvo el secreto, efectivizó el pago del rescate y finalmente atrapó a los Caballeros de la Noche. Aunque poco después debieron liberarlos, ya que no existía ley alguna referida al delito de coerción. Fue por este episodio que finalmente se estableció en el artículo 171 del Código Penal que aquel que “sustrajera un cuerpo para hacerse pagar su devolución” sería condenado a una pena de dos a seis años de prisión.


EL ALMIRANTE, SU HIJA Y SU YERNO

El comandante Francis Drummond batallaba en la Guerra del Brasil bajo las órdenes de su futuro suegro. Es que Drummond estaba comprometido con Elisa Brown, la hija de 17 años del célebre almirante Guillermo Brown. Pero en la batalla de Monte Santiago el comandante Drummond fue mortalmente herido por una bala de cañón. “Este reloj es para mi madre, este anillo es para Elisa”, aseguran que fueron sus últimas palabras. El propio almirante Brown fue el lógico encargado de comunicarle a su hija el fatal destino de su prometido y de entregarle el anillo. Ocho meses más tarde, Elisa se ahogó en el Río de la Plata, aunque la leyenda asegura que se suicidó vestida de novia. Las urnas con los restos de Elisa y Francis fueron fundidas con el bronce de uno de los cañones del barco. Fueron enterrados en el Cementerio Británico de Disidentes, pero los restos de la muchacha más tarde fueron trasladados a Recoleta, siguiendo las instrucciones que había dejado su padre.


MUERTO DESAPARECIDO

Antes de la tragedia, el almirante Guillermo Brown hizo muy buenos negocios en Colonia del Sacramento, Uruguay, con Michael Haines, un hombre que aseguraba que era hijo ilegítimo de Jorge IV del Reino Unido, el rey que se jactaba de haber tenido siete mil amantes. Michael había tenido un hijo en Uruguay, al que llamó igual que él pero que todos conocían como Miguel. Michael jr. viajó a Europa para someterse a una operación de la vista, pero la intervención salió mal y el muchacho de veinte años regresó a Buenos Aires completamente ciego. Se dedicó a la música, fue profesor y al morir fue enterrado en el sector 3 de Recoleta. Poco más se sabe de Miguel Haines, ya que los registros de su ingreso en el cementerio desaparecieron. Y también se perdieron los restos de Haines. Es que la reforma de Recoleta realizada en 1880 tuvo algunos errores, como el de borrar todo rastro de la vida (y la muerte) de una persona.


EL CAUDILLO DE PIE

El mito aseguraba que el caudillo Facundo Quiroga había sido enterrado de pie, siguiendo una tradición de los caballeros castellanos. Un arquitecto, un arqueólogo y un historiador lograron en 2007 el permiso de la familia para inspeccionar la tumba del Tigre de los Llanos con un eco sonar. Perforaron una pared y encontraron un ataúd de bronce. Dispuesto en forma vertical, de pie, como Quiroga quería. No les permitieron examinar los huesos del ataúd, por lo que nunca se supo si —tal como indica la leyenda urbana— a los pies del caudillo descansan los restos de su esposa.


EL FRANCÉS MISTERIOSO

Luis XVI y María Antonieta fueron decapitados en 1793. El pequeño hijo de ambos, Luis XVII, fue mantenido recluido por tres años. Cuando se anunció que había muerto de tuberculosis, en Paris corrió el rumor de que el delfín (el heredero al trono) estaba vivo y había logrado huir de la prisión del Temple. Por todo el planeta aparecieron entonces quienes afirmaban ser Luis XVII, pero en Buenos Aires se dio el caso opuesto: un hombre que jamás sugirió siquiera parentesco alguno con el asesinado rey francés mientras todos los que lo conocían afirmaban que se trataba del auténtico delfín. El arquitecto Pierre Benoît acumuló méritos para estimular el mito urbano: había nacido en Francia, tenía una refinada educación que no se correspondía con su clase social, guardaba entre sus pertenencias una trenza rubia (no pocos afirmaban que era de María Antonieta) y pintó los retratos de tres mujeres que bien podrían haber sido su supuesta madre, su hipotética hermana María Teresa y su presunta tía Isabel. Había hecho otro dibujo firmado con las letras L.C.R.F.-P.B., que algunos interpretaron como ‘Luis Carlos Rey de Francia-Pierre Benoît’. Falleció el 22 de agosto de 1852 y fue enterrado en el Cementerio de la Recoleta. El misterio se resolvería 148 años después de la muerte de Benoît: cuando falleció el pequeño Luis XVII, un médico robó su corazón, el que fue pasando por varias manos hasta quedar en la basílica de Saint Denis. En abril de 2000 se hizo el análisis de ADN, que dio positivo. Es decir: Pierre Benoît no era el delfín.


OFENDIDA POR TODA LA ETERNIDAD

Se dice que en el matrimonio de Salvador María del Carril y Tiburcia Domínguez había poco amor y mucho destrato. El motivo principal fue que el hombre, vicepresidente de Justo José de Urquiza, no toleraba el derroche económico de Tiburcia, compradora compulsiva de joyas, perfumes y vestidos. Las peleas maritales llegaron hasta los diarios de Buenos Aires, cuando Del Carril publicó una carta pública en la que anunciaba a los acreedores de su mujer: “No pienso hacerme cargo ni de un peso de sus deudas”. Ese mismo día, Tiburcia juró que no volvería a dirigirle la palabra a su marido y tampoco hablaría cuando él estuviese presente. Y lo cumplió: durante los siguientes 21 años, Salvador María del Carril no volvió a escuchar la voz de Tiburcia, ni siquiera las veces que se fueron de vacaciones juntos.


Cuando él murió, ella descubrió que había heredado una considerable fortuna. Repartió el dinero entre sus siete hijos y el primer gasto que hizo con su parte fue, curiosamente, encargar al escultor Camilo Romairone uno de los mausoleos más majestuosos de Recoleta. La estatua de Del Carril sentado en un sillón quedó apuntando hacia el pórtico de entrada, y Tiburcia dejó muy en claro en su testamento: “No quiero mirar en la misma dirección que mi marido por toda la eternidad”. La mujer sobrevivió quince años a su esposo y falleció en 1898. Las estatuas de ambos, espalda contra espalda, miran hacia puntos cardinales opuestos. ELDERROTERO DE EVITA


Eva María Duarte de Perón, la ‘Abanderada de los Humildes’ y ‘Jefa Espiritual de la Nación’, murió de cáncer a los 33 años, el 26 de julio de 1952 a las 20:50. Pero tardó más de 24 años en descansar en paz. Luego de que la Revolución Libertadora derrocara al gobierno de Juan Domingo Perón, el dictador Pedro Eugenio Aramburu (más tarde enterrado en Recoleta) ordenó el secuestro del cuerpo embalsamado de Evita, que durante tres años había estado expuesto en la CGT. El cadáver recorrió la ciudad en un camión durante meses, estuvo en un depósito y hasta en el despacho de un coronel, e incluso un militar mató a su mujer embarazada al confundirla con un comando que intentaba recuperar el cuerpo. En 1957 el teniente coronel Alejandro Agustín Lanusse resolvió enviar el cadáver por barco al puerto italiano de Génova y enterrarlo bajo un nombre falso en el Cementerio Mayor de Milán. Durante quince años nadie supo donde estaba.


Lanusse, ya convertido en presidente de facto, organizó el ‘Operativo Retorno’ en 1971 y el cuerpo le fue devuelto a Perón en Madrid, donde estaba exiliado. El general Perón fue electo presidente de Argentina en 1973, pero a mediados del año siguiente falleció y asumió su esposa y vicepresidenta, María Estela Martínez, Isabelita. Los restos de Evita continuaban en Puerta de Hierro, Madrid, hasta que la organización Montoneros secuestró el cadáver de Aramburu y pidió que Eva sea devuelta al país. A fines de 1974, Isabelita ordenó repatriar el cadáver momificado, que fue ubicado en la quinta presidencial de Olivos mientras se organizaba la construcción del Altar de la Patria, pero el golpe de Estado de marzo de 1976 truncó el proyecto. Cinco meses después, la dictadura militar le devolvió el cuerpo de Evita a la familia Duarte, que finalmente lo sepultó en una cámara acorazada de doble plancha de acero en el segundo sótano del panteón familiar de Recoleta, en la sección 16, tablón 22, sepulturas 4/6. Desde entonces es la cripta más visitada del cementerio.

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