Gualeguaychú y la leche de una misma vaca
Enviado por José Ali
Desde Bogotá, Colombia
E-mail: joseali38@hotmail.com
Yo tenía siete u ocho años. Era alto y flaco como mi papá. En razón de que se me había hinchado la barriga y me habían salido lamparones en la cara, mis padres decidieron en esas vacaciones de verano mandarme a Gualeguaychú, a la casa de mi abuela. Alguien le había dicho a mi mamá que yo necesitaba tomar todos los días leche de una misma vaca. .Con la abuela tendrá eso .pensaron- y además ella está todo el día sola y le hará compañía”.
No recuerdo quién me llevó hasta la balsa que hacía el recorrido Zarate – Puerto Costanza, ni a quién me encargaron. El caso es que a la noche de ese mismo día ya estaba en casa de mi abuela. Ella vivía con dos hijos: mi tío Eleuterio y mi tío Andrés, hermanos de mi mamá. Corujo, el apellido. Del tío Eleuterio no recuerdo casi nada. Del tío Andres, sí. Lo recuerdo patente. Era rengo y trabajaba en la recolección de basura de la municipalidad de Gualeguaychú. Tenía el pelo negro, ondulado y largo, con melena. Se peinaba para atrás y se ponía brillantina. Fumaba Gavilán y usaba siempre pañuelo blanco de seda al cuello. Y bombachas con alpargatas. Era alto, rudo, musculoso, poco reía y todos los días, luego del almuerzo, hacía la consabida siesta.
Mi abuela tenía su pieza. Yo dormía en la de mi tío. Al segundo día empecé a extrañar mi casa de Zárate, a mi madre, mis hermanas y mis amigos del barrio. Trataba de que mi tío no me oyera llorar. Durante una siesta de verano con el sopor húmedo de noviembre, sólo se oyó el canto de las chicharras y el llanto que yo no podía silenciar. Mi tío, tan severo, me dijo no fuera mujercita y me dio golpecitos en la cabeza con una caña tacuara muy larga e infalible. él se acostaba en un catre en diagonal adonde yo trataba en vano de contener el lloriqueo. La siesta era una diaria tortura para mí. Apenas me movía en mi catre, ¡zas! Ahí estaba el cañazo. Mi tío no dormía la siesta. Se acostaba a descansar y a leer. Leía El Tony y El Tit-Bis. Yo leía los Tonys viejos cuando é no estaba. El Tit-Bis, no porque no tenía dibujos.
Cada día que pasaba extrañaba más. En mi desesperación comencé una íntima relación con ese alguien del cual hablaban los mayores: Dios. él era para mí un viejito de barba blanca que tenía un látigo en la mano, un ser invisible que todo lo veía y si te portabas mal, leña, y si te portabas bien, te premiaba, dándote lo que quisieras. Yo me portaba bien, así que en las siestas y en las noches yo me acurrucaba en mi catre y cerrando los ojos decía : “Si existís, cuando yo abra los ojos, quiero estar en mi casa”. Esperaba, esperaba, abría los ojos y nada. Entonces me consolaba pensando que yo abría los ojos muy rápido, así que cada día trataba de tardar más en abrirlos. Cuántas tardes y noches, cuántas.
Un domingo, mi tío me llevó a la plaza a ver la retreta. Quedé maravillado con aquella banda, con su música y sus brillantes instrumentos. De regreso entramos a un boliche, me compró caramelos y el tomo lucera con caña. Bebió mucho y llegamos tarde a la casa. Respiraba resoplando y no decía ni una palabra mientras mi abuela, también sin decir palabra, lo ayudaba para acostarse. Esa noche seguí el desafío con todas mis fuerzas: “Si existís, cuando abra los ojos, quiero estar en mi casa”.
Yo no sé cuántos días, semanas o meses pasaron. El caso es que en esta nebulosa de tantos años, se me quedó grabado en lo más profundo del alma aquella angustia de extrañar mi casa con mi madre tierna y dulce, y los olores y el tac tac tac de aquella Singer tan bella y mágica, donde ella hacía milagros para las vecinas y para nosotros, mis tres hermanas y yo.
No sé si regrese a casa en un Expreso Azul o en un Expreso Urquiza. No recuerdo. Si recuerdo que nunca tome leche de una misma vaca y que cuando llegue a casa abracé fuertemente a mi madre y, bajo esa tibieza protectora, lloré sin temor a la caña tacuara o a que me dijera mujercita.
Hoy estoy tan lejos de mi Zárate y extraño tanto, que me dan ganas de retar al que te dije y decir bajito, cerrando los ojos: “Si existís, quiero que cuando los abra aparezca en Zárate”. Esas ganas me dan, ¿vistes?
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