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Día del lector: ¿Conocés el hotel de Borges?


El hotel Dorá queda frente a la casa en la que el escritor vivió por cuatro décadas y sus empleados todavía lo recuerdan. Lo visitamos y te lo contamos acá.


Es sencillo, pero en el sentido inglés de esa palabra. Lleno de luz, con jardines estratégicamente ubicados, con una recepción en donde destaca una lucarna enorme en el techo y boisserie en todas las paredes, el Gran Hotel Dorá -en la calle Maipú 963, a pasos de Plaza San Martín – guarda un secreto: fue uno de los sitios frecuentados por el escritor Jorge Luis Borges.

Y no por casualidad: el Dorá está emplazado casi frente a la casa natal del autor, quien vivió por más de cuarenta años en Maipú 994, departamento 6B, en compañía de su madre, doña Leonor Acevedo de Borges, y de Fanny, la señora que lo cuidó por décadas y para quien él nunca dejó de ser “el señor Borges”. Pues bien, el señor Borges tenía por costumbre cruzar enfrente no sólo para recalar en el Dorá sino también para darse una vueltita por la galería aledaña.

Allí, justo en el corazón de una galería “como las de antes”, con varios locales y la posibilidad de recorrerla en círculo, existe todavía un sitio en el que el autor de El hombre de la esquina rosada pasó muchas tardes: la antigua librería La Ciudad. Hoy el local sigue funcionando y se lo ve atestado de libros sobre todo antiguos. Junto a la puerta, en un atril, alguien colocó un poema del vecino ilustre, que se llama Arrabal y que termina así: “Esta ciudad que yo creí mi pasado/ es mi porvenir, mi presente; los años que he vivido en Europa son ilusorios, yo estaba siempre (y estaré) en Buenos Aires”.


Sin embargo, a no engañarse: Borges era lo que se conoce como “un hombre de mundo” y pasó gran parte de su vida viajando por todo el planeta. Testimonio de eso es uno de sus libros más hermosos: Atlas. En él, Borges recuerda sus travesías por tierra de vikingos pero también el asombro de la primera vez que pudo acariciar a un tigre, la experiencia de su primer vuelo en globo y también sus visitas a Venecia, del brazo de su inseparable María Kodama.

“Fue con ella, con la señora Kodama, que Borges volvió a venir seguido al hotel”, nos comenta Victor Hugo, quien trabaja en el hotel desde hace 34 años y hoy es conserje. “Hacía todo un circuito: venía acá,almorzaba, después se iba a la librería La ciudad, acá al lado, y se quedaba tomando algo y conversando también ahí, en el café de la galería”, explica.


El café es circular, verde, precioso. Parece uno de esos típicos kioscos de diarios parisinos y, notable, cuando uno se sienta allí es como si Buenos Aires se detuviera. Llena de negocios de anticuarios y coleccionistas, de ventas de libros perdidos y de cuadros, estatuillas de marfil y piezas de arte religioso, la “galería de Borges” (como también la llaman) marca el ritmo de los pasos y de las conversaciones. Aquí, el que venga con prisa, mejor que se vaya.

Y, como para establecer eso desde el vamos, justo a la entrada de la galería, hacia la derecha, hay un cartel. “Recorrido borgiano”, se lee sobre un mapa que no es sino el de las calles cercanas: Florida, Maipú, la avenida Córdoba. Por aquí anduvo durante años “el señor Borges” y la propuesta invita a locales y viajeros a sumarse imaginariamente a su paseo. A percibir eso mismo que él percibió.


Ya de regreso en el Dorá, la pregunta se impone porque tenemos un dato. Y nuestro dato dice que Borges eligió este lugar para pasar su noche de bodas. “Sí, es verdad, aquí estuvo”, comenta nuestro confidente. Y si bien esto es parcialmente cierto, con el correr de los días esa información se irá corrigiendo y tomando –incluso- un matiz tragicómico.


¿Cómo fue el episodio? Lo contó alguna vez el historiador Daniel Balmaceda en un artículo aparecido en el diario La Nación. Parece ser que ya con 67 años, el escritor decidió volver a contactarse con su enamorada de los veinte años, Elsa Astete. A través de una hermana de Elsa, dio con ella y retomaron la antigua amistad. Elsa viajaba los fines de semana a tomar el té con Borges y con su inevitable suegra, doña Leonor.


“Contó James Woodall -biógrafo de Borges- que en una oportunidad, Leonor convocó a ocho amigas para que estudiaran a su futura nuera. Parece que superó la prueba”, cuenta Balmaceda en su artículo. Finalmente los novios se casan, primero por civil y luego por iglesia. Ella tenía 57 años; él, diez más. “Dieron el sí en la Iglesia Nuestra Señora de las Victorias (Paraguay y Libertad), el 21 de septiembre. La ceremonia se inició con el ingreso del novio a las 16:20 (del brazo de Madre). La novia se presentó con un vestido negro y un sombrero de tul rosa”, relata Balmaceda.

Luego del casamiento religioso y de una pequeña recepción en la casa de Borges, doña Leonor invita a su hijo a trasladarse al hotel Dorá para pasar allí su noche de bodas. “Que para eso se ha casado”, agregó. Sin embargo, las intenciones de Borges eran otras; dormir en su cama de soltero, como toda la vida. Y así lo hizo: se quedó en su casa y en su habitación, mientras doña Leonor acompañaba a la desorientada novia (ya esposa) a tomar el colectivo para volverse a su casa.


Pero si de sorprender al mundo se trataba, sin dudas ésa no fue la última vez que el escritor hizo lo que nadie esperaba. “Yo me acuerdo, por ejemplo, de un episodio que me tocó vivir a mí, acá. Era 1982 y la Argentina acababa de recuperar las Malvinas. El barrio estaba todo lleno de banderas, todos los vecinos sacaron banderas argentinas a las ventanas. Todos menos Borges, que sacó a su ventana una bandera inglesa enorme, que tenía dos veces el tamaño de todas las otras”, comenta Victor Hugo, divertido con esa nueva “extravagancia” borgeana.


¿Sabías que…

Si bien hay una placa que recuerda al autor, hoy el departamento en el que Borges vivió con su madre por cuatro décadas está vacío? Pertenece a una pareja de extranjeros que lo mantiene así. Cerrado. Casi un cuento de Borges, ¿no?

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