Chaco, Isla Soto: Un pueblo por desaparecer
Chaco – Hace décadas pueblos del interior argentino desaparecen o tienden a la extinción. Pueblos de viejos, pueblos de jóvenes que partieron, pueblos enteros quebrados de miseria que se rearman a kilómetros en el flujo de la ciudad. Algunos sobreviven, como Isla Soto, un paraje en las entrañas del monte y río de Vilelas, Chaco. ‘Somos más correntinos que chaqueños, hace años nadie pisaba aquí’, dicen sus pobladores. 50 familias, no más, lo pueblan.
Por: Facundo Sagardoy – Argenpress – 50 familias, no más, lo pueblan. Tres maestras, una escuela primaria, una huerta seca, una capilla de adobe, un cementerio de paja. Isla Soto se encuentra a 65 kilómetros del casco céntrico de la ciudad; pareciera que a doce décadas. Sólo el oleaje del río lo mece de noche.
De día, los hombres pescan y las mujeres lavan pensando en los hombres. El monte es casi selva. Entre enredadas de arbustos gigantes juegan los niños. A veces, cazan carpincho con sus padres y lo comen a la olla o a la estaca.
Ese monte fue atravesado hace doce años. El gobierno de la provincia del Chaco ordenaba la construcción de un sendero de tierra que comunique a la ciudad con su zona rural. Ese día se enteraban en Isla Soto que también eran chaqueños. Pronto lo olvidaron.
Varios ya me han dicho que nada tiene que hacer el Chaco aquí…
Sofía, madre de familia: Y si se lo preguntas a cualquiera aquí te va a decir lo mismo. Te explico: Si nos urge una herida, si escasean los víveres, si algún trámite es imprescindible, pasamos en canoa a Derqui, y de allí en colectivo a la Ciudad de Corrientes.
Los servicios públicos que ocupamos son de Corrientes, todos,… del Chaco nos enteramos cuando hay campaña política, siempre lo mismo.
Tres décadas
Soto data de tres décadas. ‘Mis abuelos vinieron desde allí hasta acá’ es común recordar de los actuales. Muchos murieron, pero ahí quedaron, otros cuerpos llevó el río.
Las tumbas están en la costa. Indica el sitio santo una leyenda: ‘este lugar es sagrado’, escrito en chapa y pintura roída. Sólo hasta pisarlo el cementerio no aparece. Lo cubren pastos altos y árboles, como las cruces de madera, y todo parece uno.
Isla Soto nació unos kilómetros arriba, al norte, pero el caudal del Paraná lo devoró. El pueblo soportó el diluvio y comenzó a desaparecer.
Se dividió, otras zonas fueron colonizadas, Tacuaní, 25 kilómetros al sur, entre ellas, fue fundada con la mitad de las familias, Tacuarí, casi Empedrado, más abajo. Todas igualmente perecen en la ciudad.
Ester, madre de familia: ‘Y los chicos se van nomás. Ni le preguntan a una si quiere que se vayan, o si quiere que se queden, pero que le vamos a hacer, si aquí no hay trabajo, no hay… no hay nada.’
‘Si acá no hay escuela más que la escuelita, no hay una empresa o algo para que nos de trabajo y comida’.
Pocos, o casi nadie, tienen dinero en el pueblo. No existen almacenes y nadie los busca. Por años el alimento fue el río y el monte, los víveres vinieron luego de Yacyretá.
Arnaldo, pescador: Una vez vi en la televisión en Vilelas esa máquina que subía a los pescados de una lado al otro, allá en Corrientes….
El ascensor de peces…
¡Eso!. Ese día entendí porqué, desde hacía lunas no sacábamos nada, pero nada, por estos lados…
Los pobladores culpan ‘a esos monstruos que se tragan río’ de su miseria, miseria de Estado. Desde el alza de la cota a 83 metros a mediados de 2008, que pretende la alianza argentino paraguaya, ni el agua es buena.
Sofía: Borrosa, llena de barro sale, es imposible tomar el agua, nunca vimos algo así. Bueno, cuando se construía la represa antes pasó lo mismo.
Desde diciembre pasado el pueblo tiene un tanque de agua que llena varios miles de litros. Es gigante y azul. Lo carga un empleado de la dirección de Aguas de Chaco a desgano. ‘Se vinieron al culo del mundo estos’, dijo en su última carga, pero les trajo cloro para las botellas. ‘Se acordó’, dijeron los pocos en Soto.
‘El hombre es bueno’, dicen por el tanquero, ‘pero es uno’. Otra cosa suelen también decir: ‘tanta miseria diosito, que no tengo alegría pa soportarla’.
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