Un héroe de 15 años
Enviado por: Rolando José López
Autor: César Raúl López
Desde: Paraná, Entre Ríos
Mediados del mes de mayo de 1964, el 19 para ser más preciso, en las primeras horas de la mañana los densos nubarrones que cubrían el cielo de aquel rincón entrerriano, Hernández y Betbeder entre otros, parecían haberse cansado de soportar el enorme peso del agua que contenían y decidieron deshacerse de ella y aparentemente con bastante fastidio dado que la arrojaron de una sola vez y así fue que los cien milímetros caídos en una hora escasa trasformaron los mansos arroyuelos y cañadones en desenfrenados torrentes que arrasaron con todo lo que se interponía en su paso en busca del Río Paraná.
Oscar Eduardo Gallo, Oscarcito para sus familiares, contemplaba los efectos del diluvio: el manso cañadón cercano a su casa se había transformado en una laguna hasta donde llegaba la vista.
Absorto en el espectáculo que brindaba la naturaleza desde la galería lateral de su casa rural ubicada entre las estaciones de Hernández y Betbeder pero más próximo a esta última, comprobó que a unos trescientos metros, donde pasan las vías del entonces Ferrocarril Urquiza, los tubos que drenaban las aguas del minúsculo arroyuelo sin nombre habían sido arrasados por el enfurecido torrente y con ellos toda la tierra del terraplén de cuatro o cinco metros de altura había desaparecido dejando un enorme zanjón de diez metros de ancho sobre el cual pendían como cables los rieles de acero y sus respectivos durmientes.
Asombrado por el espectáculo jamás visto pensaba que por la tarde no iría al Colegio .Dr. Sabá Z. Hernández. dado que la ruta de tierra que pasaba frente a su casa se habría convertido en un lodazal transformando la bicicleta que habitualmente utilizaba para transitarla en un adorno inútil y, en caso de hacerlo, debería ir a caballo cuando el silbato del tren número 18 para los ferroviarios, el de las diez para los lugareños, anunciando que salía de Hernández lo arrancó de sus cavilaciones y le hizo exclamar .¡El tren!..
Correr a su habitación, asir su almohada roja, arrancar la funda blanca que la cubría y emprender frenética carrera hacia las siniestradas vías fue un acto reflejo. Oía el resoplar de la vieja locomotora a vapor acercándose mientras pasaba caminando dificultosamente sobre los durmientes pendientes.
Desde su posición no veía la formación pues una curva lo separaba de ella; cuando la vio corrió sobre las vías enarbolando su almohada roja y a gritos alertando al conductor sobre el inminente peligro. El conductor Antonio Sayler, ya fallecido, mantuvo posteriormente una relación permanente con un hermano de Oscar y le contó que por el ruido de la locomotora no entendía lo que gritaba el chico, pero el color rojo de lo que portaba le hizo aplicar los frenos y evitar así una segura catástrofe.
La emoción y el llanto posterior de muchos de los pasajeros al comprobar lo que Oscar había evitado es fácil de imaginar y el hecho se vio reflejado entre otros medios en .El Diario. de Paraná, .La Nación. de Buenos Aires y la desaparecida revista .Así., también de Buenos Aires.
Es fácil de imaginar los abrazos y besos al solidario y joven salvador; era el reconocimiento y agradecimiento de la mayoría, o casi, pues hubo otros que minimizaron lo que pudo haber ocurrido y privilegiaron su espíritu administrativo como el caso del “diariero” que viajaba siempre en ese tren, quién le vendió (y cobró) el ejemplar de .El Gráfico. aprovechando la parada, revista a la cual era aficionado Oscar y que, por rara casualidad dada las circunstancias, tenía en su bolsillo el importe respectivo.
Oscar Eduardo Gallo de 15 años de edad continuó cursando su secundario en Hernández y al finalizarlo, ayudado por una beca otorgada por Ferrocarriles Argentinos, continuó sus estudios en la UBA donde obtuvo el título de Ingeniero Civil.
Ya como reconocido profesional se desempeñó en numerosas obras en distintos lugares del país y como su destino parecía que marchaba paralelo a los rieles actuó en la construcción del complejo ferrovial Brazo Largo. De carácter reservado, no era muy comunicativo y si el circunstancial interlocutor quería cerrar definitivamente el trabajoso diálogo entablado debía recordarle el acto heroico que lo tuviera por protagonista. Y un día, luego de casi treinta años de ocurrido el hecho que mucha gente recordaba y del que él no quería hablar, consideró que su paso en esta vida había concluido.
En el cementerio de Hernández, junto a sus padres y una hermana, hoy descansa a escasos dos mil metros de las silenciosas vías. Si estas revivieran seguramente oiría el silbato de la locomotora al partir y en los días de suave brisa del norte hasta la clara voz de la campana de bronce que hacía tañir .Chochi. Brown, último Jefe de Ferrocarril en la Estación Hernández.
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