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Un día, un verano, Hernández, Entre Ríos.


Por: Rolando José López

Desde: Formosa

 Mail: rlnavagan@hotmail.com

El sonido, estridente, prolongado, inconfundible, llegaba desde .el otro lado. de la vía que partía al pueblo casi por la mitad. No era .afortunadamente- anuncio de catástrofe. ¡Todo lo contrario! Era el silbido (tal vez mejor pitido) de la máquina trilladora con que su propietario.


El Cholo Forlese anunciaba que el tiempo de cosechas. ¡Al fin había llegado! El largo sueño invernal de sus máquinas estacionadas en el amplísimo patio de su domicilio, allá frente al Correo, había terminado y el silbo era de júbilo porque anunciaba el inicio de la campaña.


Poco rato después la pintoresca caravana, a mis ojos de niño .impresionante desfile., lentamente, a paso de hombre, se deslizaba frente a mi casa (sita a la vera de la por entonces Ruta Nacional nº 131) que en su zigzagueante recorrido iba otorgándole rango de .principales. a algunas calles del pueblo.


Sentado junto a mi hermano Baby en el cordón de la vereda de antiguos y enormes ladrillos veíamos pasar muy lentamente el extraño convoy: al frente la intimidatoria mole de negro hierro con sus gigantescas ruedas traseras, su ardiente caldera alimentada constantemente por un peón provisto de una horquilla de agudos dientes, las espesas bocanadas de humo despedidas por una muy alta chimenea y, de pie, alto, delgado, erguido, luciendo camisa clara y pantalón oscuro, vigilando atentamente raros manómetros, manivelas y palancas, ¡don Cholo!, majestuoso, imponente, a la vez jefe y timonel de la formidable formación haciendo sonar intermitente e innecesariamente el potente silbato. ¿Innecesariamente dije? Un no. Decididamente, no.


Rectifico. Eran sonoras y claras señales de buenos augurios para una abundante cosecha, de nostálgica despedida por el tiempo que, fuera de casa, duraría la campaña y, seguramente, una suerte de homenaje al público que su paso convocaba.


Detrás del .motor. (así llamábamos a la imponente mole negra) y arrastrados por él, seguían un carro con el combustible (paja) para alimentar a la insaciable caldera, la trilladora de fortísima madera con sus ruedas de hierro y tubo metálico expulsor de la paja como un gran cañón apuntando al cielo, la casilla de chapas y madera oficina y alcoba del propietario, una casilla más chica que oficiaba de despensa y depósito de vajilla y demás cacharros de cocina, la cocina de chapas sobre un par de ruedas con su larga chimenea y, finalmente, el carro aguatero también montado sobre un par de ruedas.


Un numeroso grupo de personas que constituía la .peonada. caminaba a la par de los rodados. Sabían que les esperaban largas jornadas de duro trabajo pero sabían también que la retribución era importante para sus modestas economías.


Por ello iban animosos y no dejaban de saludar a los conocidos con los que se cruzaban. El lento paso de la ruidosa caravana permitía una detenida observación de los distintos elementos que la componían. No éramos mi hermano y yo únicos espectadores: en la vereda de enfrente Jeremías Aschmann, José Palma y su hijo-socio Isaac, Tobías Tarán y sus respectivas familias, a las puertas de sus también respectivos comercios de .Tienda y Ramos Generales., al igual que Antonio Megvescich junto a los surtidores .tracción a sangre. de su Estación de Servicios, observaban el colorido espectáculo.


En la propia podía adivinar a mis espaldas a mis padres, unos metros a mi derecha a don José Antíguez viejo docente jubilado- que, sentado en el tronco que oficiaba de sillón, hacía un alto en la lectura cotidiana-permanente de su periódico, un poco más allá a don Jaime Volin y Luisa, su esposa, en la puerta de su Verdulería y acopio de aves, huevos y frutos del País, continuando en esa dirección a don Pedro Villafañe y doña Rosa al frente de su almacén, al sastre .Chiche. Ojeda centímetro en mano y con varios alfileres peligrosamente instalados entre los labios tras la amplia ventana de gruesos y sólidos barrotes y, terminando ya la cuadra, a mis tíos y padrinos Martín Caminos y Leticia Vercelli a las puertas de lo que hoy se suele denominar .Boca de expendio de productos cárnicos y derivados. y que por entonces simplemente llamábamos .Carnicería..


Por mi privilegiada posición de espectador podía seguir visualmente a la caravana casi tres cuadras más cuando, continuando por la traza de la mencionada Ruta 131, giraba a la derecha y se perdía tras el edificio de la Escuela Provincial Nº 9 Félix Frías.


La expectativa que acompañaba la salida en campaña del equipo del señor Forlese tenía sólidos fundamentos: los beneficios de una buena cosecha (lo que se daba cuando coincidían las ausencias de sequías prolongadas, lluvias excesivas y la temida langosta) llegarían también a la totalidad de los comerciantes del pueblo incluso, aunque más modestamente, a la peluquería de Cochengo López y Alba Vercelli .mis padres- que con sus .permanentes al vapor. hacían la felicidad de las damas que, fastidiadas por sus lacias cabelleras, ansiaban lucir delicados rizos. aún cuando lo de .permanente tuviese, paradójica e inevitablemente, segura fecha de vencimiento.

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