Soñándo la belleza de Cuesta de Huaco
Por José Manuel Saint Martin Laprida – Buenos Aires E-mail: avanticoke@hotmail.com
Lejos del pago, extendiendo senderos y ampliando fronteras, persiguiendo a mi liberado corazón que en tiempos difíciles ordenaba seguir mis sueños y deseos por el vuelo; aprender más y afilar mis aptitudes en el cielo era uno de mis objetivos. ¿El otro? Explorar, solo y acompañado, conocer un poco más de esta tierra.
El cielo me había enseñado lo mejor del valle, entre sus celestes cielos diurnos, sus bellos atardeceres y sus tan claras noches en las que la Luna con su brillo se volvía Reina y Diosa de aquel hermoso San Juan.
Dejé llevar la mente al más recóndito mundo del sueño y en vuelo seguí aquel camino rumbo al norte. Albardón, verde y fresco al otro lado del río, luego me animé a atravesar los cerros en medio de quebradas donde me encontré con el hostil desierto. Un cordón colorado me invitó a continuar aquel rumbo.
Antiguos molinos harineros nos trasladan varios años atrás y a mí, a recordar los trigales de mi llanura, San José de Jáchal. Acompañé al río a regar la Pampa del Chañar, sitio donde el desierto se vuelve verde esmeralda y todo tipo de cultivos pintan el paisaje; en el Dique los Cauquenes el sol reflejó todo su poder.
El camino se enredó en los cerros como una hiedra, y así empezó a danzar junto al río al compás de la más ligera de las cuecas. Dejé rodearme por paredes de roca que pidieron expresar todo su color, pardas por allá, blancas de caliza, negros de pizarra, basalto y granito por acá.
Todo por el juego de seguir al río hasta que me detuve como en un truco de magia, la galera color a cerro y el conejo fue Cuesta de Huaco. Mis cinco sentidos fueron uno, casi dos. Aminoré el del sonido para tararear una dulce zamba, el resto fue para mis ojos que tan lejos querían mirar, no perdí detalle de aquel lugar donde reina la paz, tanto o más que en mis cielos, donde la vista brilla hasta volverse lágrima de tanto que hay para contemplar, nada existió a mi alrededor, sólo aquel río que esquivando piedras un valle riega. Demasiados colores para un solo sitio, para mis llorosos ojos que mi pago añoraban, aceptando tanta majestuosidad por sólo sentarme en una roca a mirar.
Sentí orgullo por saber que Buenaventura Luna en algún momento estuvo como yo aquí, sentí envidia de ver tanto como él y enmudecer de tal forma que no llegaré jamás a expresarlo más que su forma. Cuesta de Huaco que un viernes santo te volé.
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