San Ignacio, secretos del legado jesuítico
En una ciudad quieta, de tierra enrojecida y calles arboladas, perdura uno de los testimonios más conmovedores del pasado precolombino. Los vestigios de la Misión Jesuítica Guaraní de San Ignacio Miní asoman resistiendo el vital empuje de la selva.
Un recorrido por la Ruta nacional Nº 12 conduce a los viajeros por las sierras misioneras, donde es una tentación parar en los puestos de artesanías y comidas regionales para disfrutar más del viaje hasta llegar a la localidad de San Ignacio. Allí, en pleno casco urbano de la tranquila localidad, los muros de piedras resguardan la historia de lo que fueron las Misiones Jesuíticas Guaraníes, un imperio que llegó a cobijar a 150 mil habitantes repartidos en 33 pueblos que abarcaban parte de lo que hoy son Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. Fue una experiencia social, cultural y religiosa única en su tipo, protagonizada por los pueblos originarios y la compañía de Jesús.
El legado de estas Misiones, declaradas Patrimonio Cultural Mundial, se encuentra aún latente en las paredes que permanecen de pie como testigo del encuentro entre la cultura hispana y la guaraní. El ocre de los muros resalta aún más los verdes de la selva, las cruces se elevan sobre la vegetación y en el lugar se respira una atmósfera espiritual particular. Ante el silencio del entorno, es posible imaginar la vida de aquellos que habitaban el sitio cientos de años atrás e interpretar parte de la historia de la región.Desde la entrada al predio, tras unos cien metros de espesura vegetal, se recorta un portal enorme, incompleto pero impactante, que fue la entrada de la iglesia, el edificio más suntuoso de la misión –diseñado para albergar a 500 personas y construido a lo largo de 30 años. Las edificaciones de piedra, montadas una sobre otra hasta alturas sorprendentes, conforman una ciudadela cuya vida puede intuirse en esa disposición perfecta, testimonio de un proyecto que se hizo posible desde la llegada de los sacerdotes jesuitas, a principios del siglo XVII.
Hoy, las paredes gastadas por el tiempo están rodeadas por caminos y la selva ya no es tan tupida. Sin embargo, caminando entre los muros, asoma la música de los pájaros que inhibe las voces de los viajeros e invita a un salto al pasado dando a conocer un poco más de cerca la obra de esta orden religiosa, nacida en España con San Ignacio de Loyola en 1540. Fue él quien realizó una gran tarea evangelizadora en nuestro país y cautivó hace años a Jorge Bergoglio, nuestro Papa Francisco; el primer jesuita y argentino en ocupar el trono de Pedro.
El recorrido guiado es enriquecedor. Se ven las casas con aberturas bajas donde vivían los guaraníes, sin vestigios de los techos. Tampoco de puertas o ventanas, aunque por reproducciones exhibidas en el Centro de Interpretación se puede ver que eran de madera ornamentada. Las manos de los artesanos guaraníes se reflejan en el tallado de las piedras de asperón rojo. La influencia del estilo barroco europeo no les impidió dejar la impronta de su cultura en los diseños de ángeles o motivos florales, que decoran la fachada del templo, testimonio de lo que fue la misión de San Ignacio Miní en sus tiempos de esplendor.
Al atardecer, el sol de Misiones arroja sus últimos rayos sobre las plantaciones de yerba y té y la Reducción de San Ignacio Miní se prepara para reconstruir la historia. Las luces se encienden para dar comienzo al espectáculo de luces y sonidos -que tiene como guías a personajes proyectados sobre una tenue bruma- y todos se preparan para conocer la gran obra evangelizadora, que lleva más de 300 años en la provincia de la tierra colorada.
A Misiones se llega en avión al aeropuerto Cataratas del Iguazú o al Libertador General de San Martín, en ómnibus o en auto, por la ruta nacional Nº 105. Desde allí, el recorrido por la ruta nacional Nº 12 nos lleva por las sierras misioneras.
Comments