Roberto Fontanarrosa, viaje al rosarino más universal
Desde 2015, cada 26 de noviembre se celebra en Argentina el Día Nacional del Humorista por el nacimiento de Roberto Fontanarrosa, la gloria más “canaya” (y universal) de Rosario. Además, este 19 de julio se cumplieron 13 años de su muerte. Acá, una nota que lo recuerda en cada lugar.
Dibujaba, dibujaba y volvía a dibujar. Desde muy chico, cuentan, y en la casa de dos plantas que aún pervive en Rosario en la intersección de Catamarca y Corrientes (hoy más conocida como Esquina Roberto Fontanarrosa), parece ser que el creador de Don Inodoro Pereyra y de maravillas literarias como La mesa de los galanes se la pasaba de panza en el piso, dibujando sin parar. Y copiando mucho, también, porque se inspiraba en las historietas de la época para crear las suyas. Así empezó todo.
En el colegio no le iba mal (en la primaria el Negrito, como le decían todos, llegó a ser abanderado) pero ya en el secundario desbarrancó. Su cabeza bohemia y bromista –su diversión por esos días era hacer reír a sus compañeros sin tentarse nunca él, haciendo que el tentado fuera expulsado de la clase mientras él seguía ahí, imperturbable- lo llevó a dejar el colegio técnico a los quince años. Por suerte sus papás, Berto y Rosita, lo mandaron a estudiar dibujo por correo y como su talento ya sobresalía, terminó trabajando como ilustrador en Reyna Publicidad, una reconocida agencia de Rosario. Por esos días no era Fontanarrosa sino Fontana. Luego arrancó en una revista de actualidad (Boom) y ya no paró más. Su primera tapa (la del Rosariazo) se volvió icónica. El mito acababa de empezar a rodar.
¿Quién que haya leído alguna de sus historias no se tienta con visitar el Bar El Cairo y conocer la celebérrima Mesa de los a Galanes en la que el Negro y sus amigos pasaron tantas aventuras? ¿O por el bar La Sede, adonde alguna vez se mudó el mismo grupo, llevándose con ellos las charlas y la magia? Hincha apasionado de Rosario Central ( “El Canaya”, para locales y visitantes), Roberto Fontanarrosa iba a la cancha como quien va a misa y guay con distraerlo o insistir con que se quede.
Pruebas al canto: una vez tenía que presentar una charla con Pérez Reverte y despachó el compromiso en un toque porque jugaba Central. A Joan Manuel Serrat le fue peor: directamente, un día en que fue a visitarlo, lo invitó a sentarse y a esperar a que terminara el partido.
Hoy Rosario es una gran Negrópolis, una ciudad que le rinde homenaje al creador que mejor la pintó en cada rincón, en cada detalle. Bares, esquinas, un centro cultural que lleva su nombre y hasta una estatua (sentado a una mesa de bar, desde ya) evocan la presencia constante de Fontanarrosa en la ciudad que lo vio nacer, como si todavía la sobrevolara.
Serrat, evocando a su amigo, alguna vez recordó una navegación por el Paraná en compañía de “la atorrancia”, como llamaba a los muchachos amigos de Fontanarrosa que el Negro solía inmortalizar en sus desopilantes cuentos. Y ahí sigue el río todavía, con su promesa de paseos y pescado frito. Y ése tal vez sea un buen comienzo para un Paseo Negro, o para un DonInodoro Tour o –como le dice la gente de la Secretaría de Turismo de la ciudad- para recorrer el Circuito Fontanarrosa y revivir a cada paso los suyos.
En el Teatro El Círculo, por ejemplo, ahí en donde en 2004 lo invitaron a participar del III Congreso de la Lengua y él se despachó con un discurso memorable (y divertidísmo) sobre esas palabras que algunos denominan “malas” pero que nos expresan y nos hacen reír como pocas otras. Bien elegido estuvo el tema, porque el auditorio lo escuchó encantado y terminó aplaudiéndolo a rabiar, mientras las carcajadas resonaban con la acústica de un gran teatro.
O en la Parrilla Escuriza, la parrilla adonde según el Negro se “inventó” la picada y adonde todavía hoy es posible degustar una gloriosa mezcla de quesos, salamines, pescado frito y liso (cerveza tirada en un vaso alto y, como su nombre lo indica, liso), un rejunte de sabores perfecto sobre todo ahora que el calor empieza a apretar.
Roberto Fontanarrosa se murió un día de 2007, después de haber dado una batalla brava contra una enfermedad que lo fue deteniendo de a poco. Pero, con esas cosas que tienen las metáforas, una vez más fue un amigo el que lo salvó: el dibujante Crist (tan negro como él pero cordobés, un hermano de la vida al que Fontanarrosa llamaba “compañero Negroide”) fue quien tomó la posta y siguió dibujando por él a Don Inodoro, a la Eulogia y a Mendieta cuando ya su mano dijo basta. Uno ponía los diálogos, otro las líneas. El corazón lo compartían.
Todavía hoy en Rosario el circuito Fontanarrosa es uno de los más interesantes. Lo podés consultar acá: http://www.rosario.tur.ar/web/circuitos_ptc_int.php?id=18 y planear desde ahora qué visitar, a dónde detenerte. Si además llevás en tu mochila alguno de sus libros (El mundo ha vivido equivocado, El fútbol es sagrado o La Gansada) algo es seguro: te vas a reír tanto que ni te vas a acordar de lo mucho que todos lo extrañamos.
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