Pérez, la tierra prometida…
Enviado por: Antonio L. Ottaviano (Santa Fe) E-mail: antonioottaviano@hotmail.com
Se habían aquietado las bombas de la segunda guerra mundial cuando nací el 9 de mayo de 1945, en un pueblecito de montaña de nombre Gissi, situado en la región del Abruzzo, en Italia.
En 1948, mis padres, Irma y Juan, con solamente lo que llevaban puesto, la sólida cultura del trabajo y escapando de la miseria, con deseos de buscar un futuro mejor para su pequeño hijo, se despidieron para siempre de sus familiares.
Embarcamos en Nápoles y navegamos durante 30 días, para llegar a la Argentina, .la tierra prometida.. Así, recalamos en un pequeño pueblo de la provincia de Santa Fe, sobre la ruta nacional 33, pegado a Rosario y, en aquel entonces, con escasos seis mil.
Este pueblito, que se desarrolló alrededor de la estación ferroviaria y se había gestado por 1886, sin fecha fundacional cierta, era Pérez.
Su nombre simple se debe a los hermanos Eugenio y José Roque Pérez, dueños de una importante fracción de tierra, en la zona. Argentina es mi país y Pérez .mi pueblo., que en este relato denominaré .nuestro pueblo., porque lo quiero compartir con todos aquellos que de una forma u otra escribieron la historia chica de este querido terruño.
Apenas bajamos del tren conocí a Norberto, de mi misma edad, y con el cuál nos une una amistad de toda la vida.
Después, supe que era nieto del primer presidente comunal de .nuestro pueblo.: Don Bartolo Morelli. Por ese entonces, éramos pocos y nos conocíamos mucho.
El jefe comunal era de caracterizada familia, Don Carlos Jolly, descendiente de José Roque Pérez.
Los médicos Julio Borzone, Dalcio Montani, Chiavarini, Correa; el juez de paz Lostau; el escribano Raúl Anísalas; los boticarios Cassaza y Argencio; los jefes de correo y estación ferroviaria Quinto Martinelli y Gioda; el cura Ravasio; el párroco Ferrari; el sargento Chiodi; el Chocho Garay, con su boliche en la emblemática esquina que lleva su nombre y otro boliche que marcó una época: .El gato negro., comandado en ese entonces por Emiliano Gil. Recuerdo también a Alfredo Fogel, Macorito, el negrito Pereyra, Frutos, Puisegur, Angel Prada, Silvestre Serena, Toribio, Ambrosio Drappo, .El pirú. Alvarez, Maldonado, Jorge Kala, Rosa de Cassaza, el maestro Alvarez, Gaudencio Miacca Carnevale y miles de nombres más, que sabrán disculpar su omisión, pero el espacio y la memoria, no me lo permiten.
Las polvorientas calles de tierra, el regador pasando y por detrás una enorme pincelada de mariposas multicolores. Las zanjas y el coro de ranas después de las lluvias.
Las noches de verano, pateando sapos bajo el farol de la plaza San Martín. Los cines Sociedad Italiana y Gloria, que no fueron demolidos, como en .Cinema Paradiso., pero que igualmente nos llenaron de nostalgias.
Los gigantes talleres ferroviarios .Gorton., que contaban con más de 3000 obreros, muchos de los cuales venían de Rosario en el tren obrero, y con el tiempo se convirtieron en perecinos.
También los .nuestros., que formaban verdaderos enjambres de .hombres de azul. en bicicletas, que se trasladaban por el camino de .la chapera ., para entrar por el portón dos al ferrocarril. Los trenes, con sus horarios emblemáticos y puntuales, que provocaron toda una historia sobre rieles.
Como el de las siete menos diez, que venía de Cruz Alta , en el cual se alimentaron muchas amistades y nacieron noviazgos que terminaron en matrimonios. Puede ser esa una razón más para creer que los perecinos tenemos raíces ferroviarias.
Las quintas, que bordeaban el pueblo abastecían el mercado de productores, generando mano de obra e instalando la figura .del mediero., y la gran cantidad de invernáculos de vidrio, que albergaban a las bonitas y variadas especies de flores, de un número importante de jardines, que por la labor de estos esforzados floricultores, fuimos merecedores de importante distinción a nivel provincial.
Los típicos comercios, parientes directos de los almacenes de ramos generales, como La casa de los mil artículos, la librería Roma, tienda El Chachín, casa Cuaino, tienda La Siria, la ferretería de Mantovani, la Mutua.
Los soderos y repartidores de hielo en barra, el panadero, el verdulero, el pescador, el vendedor de puntillas y plariné, el turco, que ofrecía billetes de lotería a domicilio.
Todos verdaderos precursores del delivery. El .altoparlante. de Curi, y luego la propaladora de Patricia, para hacer conocer los acontecimientos importantes.
Y un tibio comienzo de la publicidad comercial, junto a los afiches y volantes, que la ABC imprimía en tipografía, anunciando las películas que pasaban. Los fines de semana en los dos cines, una legión de chicos repartían los programas a domicilio, para ganarse la entrada. Junto a los acomodadores, el chocolatinero y los encargados de ir a buscar los rollos de cinta a la estación de trenes, formaban el plantel de la industria cinematográfica.
Sin olvidarnos de Don José, que era el .maquinista. por excelencia y responsable directo de que las películas fueran sin cortes, y don Narponi, que cuidaba la disciplina en la sala, detrás del cortinado. Las colectividades y sus festejos: italianos, españoles, polacos, turcos y tantos otros inmigrantes, que encontraron en nuestro pueblo, su lugar.
La vieja parroquia Nuestra Señora del Carmen, que además del catecismo y la misa de los domingos, contenía a los chicos y chicas durante toda la semana.
Los extraordinarios Torneos de fútbol nocturnos, en la canchita .detrás de la iglesia.. Las tardecitas musicales, los asaltos, las obras de teatro, los fantásticos corsos en carnaval, las hermosas fiestas patrias y festejos patronales, a las que concurría .todo el pueblo..
Las veladas de fin de curso, los concursos de cantores, los bailes con orquestas de primer nivel en los clubes Deportivo Pérez, Bochín Club, San Sebastián, Nueva Unión o en Bartolomé Mitre, fundado por los ingleses, donde los chicos comenzaban a ganarse las primeras monedas como caddy, en la imponente cancha de golf. Las bibliotecas públicas y los parques de diversiones o los ocasionales circos, cumplían su misión recreativa, anteriormente a la televisión, las computadoras, los celulares, y toda esa tecnología que nos invadió y nos quitó tiempo para las interminables charlas, sin interrupciones.
En nombre del progreso, fuimos abandonando, las tranquilas tardecitas pueblerinas, con sus plácidas siestas. Nos convertimos en Ciudad de Pérez.
La calidad de vida ha mejorado, pues hoy tenemos cosas que eran impensadas en ese momento. Pero los duendes de la nostalgia, revolotean sobres nuestras cabezas y de vez en cuando nos pone la película de .nuestro pueblo., que, estoy seguro, es similar a otros tantos, incluso al pueblo de Gissi, donde yo nací.
Hoy, la ciudad de Pérez es Capital Provincial de la Flor, y yo me siento orgulloso de pertenecer a .nuestro pueblo..
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