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Foto del escritorCharles Gutierré

Manos que amasan los amaneceres de Los Quirquinchos

Por Lucila Miranda

Rosario, Santa Fe

Enviada a través de Radio LT2 de Rosario

Dentro de lo pobre que eran mis padres, supieron darme el amor que yo necesitaba. éramos siete hermanos (seis mujeres y un varón), yo era la cuarta.

Tengo el recuerdo de mi querida madre tras un gran fuentón, fregando nuestra ropa sucia sobre una tabla de madera, no la tendía hasta que la veía bien limpia. Colocaba la ropa blanca sobre el pasto para blanquearla al sol. Cuando terminaba, cargaba semejante fuentón para tirar el agua enjabonada a la zanja donde corría el agua.


A mi padre también lo tengo presente, después de hacer la cosecha en grandes chacras, cargaba las bolsas de maíz y trigo que llevaba a un gran galpón donde las apilaba para su próxima venta. Después de tan duro trabajo, se hacía tiempo para labrar dos manzas que un chacarero que criaba vacas le había prestado. Allí hacía una hermosa quinta con toda clase de verduras y bulbos, que cuidaba y regaba con gran sacrificio. Cuando llegaban a término de crecimiento, las cultivaba y hacía ristras de ajo y cebollas.


Nosotros vivíamos a la orilla del pueblo. Desde allí colocaba su verdura y todos los días iba a venderlas al pueblo. Volvía muy feliz y orgulloso, deciendo: .¡Las mujeres se pelean por mi verdura! ¡Vendí todo!..


Mi mamá todas las tardes lo llamaba a tomar mate. Ella, amorosamente, le ponía motes, por ejemplo lo llamaba diciéndole: .Pancracio, vení a tomar mate que ya son las cuatro..


Su nombre era Arturo. él venía y tomaban su merienda muy amorosos y juntitos, debajo de un gran eucalipto que había junto a la casa. Luego él volvía a su trabajo hasta que caía la tarde, cuando se higienizaba y tomaba un pequeño descanso.


Hoy día, creo que eran dos personas muy sanas y muy luchadoras para poder criar a sus hijos. Pero no era solamente eso lo que hacían. Dos veces a la semana se levantaban muy temprano, a las cuatro de la mañana, para hacer el pan que comíamos. Tenía una mesa que era un gran cajón con tapa y también servía de mesa. Por la tarde, hacían la levadura tapada con harina, la que arrimaban a la cocina económica para que tuviera calorcito y leudara.


A las cuatro de la mañana, se levantaban para cocinar el pan, y yo era la única curiosa que se levantaba para observar la fabricación. Mi madre se enojaba mucho y me mandaba a dormir. Protestaba y me decía .¡Esta chinita! Siempre lo mismo..


Yo nunca le hacía caso y me quedaba allí acurrucada dentro de un fuentón con mantas, mirándolos con admiración mientras trabajaban. Colocaban los panes sobre una mesa donde luego los cortaban en forma de cruz. Después los tapaban con un gran lienzo blanco, arriba de eso ponían una frazada bien gruesa para que doblaran su volumen, allí los dejaban un buen tiempo y se recostaban a descansar un rato.


No me perdía el momento en que mi papá se levantaba para ver si ya estaban a punto para prender el fuego del horno de barro que teníamos junto a la casa. Eso tampoco me lo perdía. Me abrigaba bien y salía a mirar cómo, con marlos y leñas, prendía el fuego. Lo dejaba bien tapado con una gran lata que él había fabricado. Transcurrido cierto tiempo, sacaba las brasas, limpiaba bien con un trapo y controlaba el calor. Con una pala larga de madera, acomodaba pan por pan y la gran torta de grasa que mi mamá siempre hacía en una gran fuente.

Ponía masa dulce que marcaba con sus dedos, luego batía unos cuantos huevos con azucar y vainilla que colocaba por encima. ¡Qué rica nos parecía a nosotros! ésta es parte de la felicidad que tuve en mi pueblo que nunca olvido y recuerdo con amor.


Si quieren enviar relatos de sus pueblos pueden hacerlo a: 

delacalle.juan62@gmail.com

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