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Maestro Rural, mi historia de Hernandez a Ñorquincó

Por: Rolando José López

Mail: rlnavagan@hotmail.com

Principiaba marzo de 1957 cuando, impresionado por el trepidar de las locomotoras y la febril actividad de la multitud que colmaba el hall de Plaza Constitución al que acababa de ingresar, sentí que ese era el punto de no retorno.

Hall de Plaza Constitución

En realidad algo así había sido lo experimentado la víspera cuando descendí en la estación de Federico Lacroze, por entonces terminal de la época linda del Ferrocarril General Urquiza.


Seguramente en esa oportunidad mi apariencia de payuca era indisimulable pues fui prontamente elegido por un señor de pulcra apariencia e impecables modales que llamó mi atención con un porteñísimo!Pibe! para, a continuación, confiarme consternado que se había jugado a los burros, ¡y perdido! todo el sueldo.


Que debía llevar algo de dinero a casa porque si no mi mujer me mata, y por ello me ofrecía por una suma irrisoria un impresionante anillo de oro puro que lucía en su anular.


Salí corriendo. Un poco porque mis amigos, dándoselas de “cancheros”, me habían recomendado que a mi llegada a Buenos Aires me abstenga de comprar buzones, tranvías, obeliscos y cosa que se les pareciera por más que me fuesen ofrecidos a precios de ganga pero, más que nada, porque temía perder de vista a Romeo, Hugo y Lelio, mis compañeros de una auténtica aventura que ya había comenzado.


Pero eso había pasado ayer. El hoy eran Constitución y el larguísimo tren (ahora del Ferrocarril General Roca) cuyo destino final era San Carlos de Bariloche, aunque nosotros debíamos descender (lamentablemente) un poco antes. Una ignota Estación Ingeniero Jacobacci, en Río Negro, era nuestro destino.


A partir de allí Constitución, Buenos Aires- viajaríamos con Pasaje Oficial y, afortunadamente porque la travesía demandaría unos tres días, en camarote.


Ya instalados en uno de cuatro cuchetas, es decir sólo para nosotros (y perdida la posibilidad de dormir en una de abajo porque los dos notoriamente más robustos adujeron un derecho de kilos para ocuparlas), esperamos impacientes la partida de la extensa formación.


Poco después el interminable tren comenzaba lentamente a desplazarse entre una marea humana que despedía bulliciosamente a los viajeros. No a nosotros, ¡claro!, que nuestros afectos habían quedado en Entre Ríos.


Creo que fue entonces cuando tomamos completa conciencia de lo que estábamos haciendo. Apenas un par de meses antes, diciembre de 1956, recibíamos nuestro título de Maestro Normal-Rural en la Escuela Dr. Juan Bautista Alberdi de la provincia de Entre Ríos con otros 36 condiscípulos. Con Elio Páez ambos habíamos nacido el 13 de febrero de 1939- éramos los menores de una de las promociones más numerosa de la historia del colegio.


No muchos días después – ya enero del siguiente año- recibí el escueto mensaje de Romeo León Giqueaux que residía en Paraná: Me voy a ejercer a Chubut: ¿Vamos?. Accedí en el acto, pero yo tenía un problema: era menor de edad. A pesar de ello comenzamos los trámites para obtener el reglamentario Certificado Analítico de Estudios, su inscripción en el Consejo General de Educación, etc., etc. Y el 13 de febrero fui el primer cliente del Registro Civil de Hernández, mi pueblo.

Poco después salí de la oficina con los dedos negros de tinta pero inmensamente feliz, próximo a explotar de orgullo, portando ¡al fin! mi flamante Libreta de Enrolamiento.


Para entonces los condiscípulos y amigos Lelio Shwind y Hugo Faure habían adherido a la iniciativa de Romeo y todos realizábamos frenéticas gestiones administrativas para emprender el largo viaje cuanto antes pues ya sabíamos que en la provincia de Chubut regía el período lectivo Setiembre-Mayo. Y llegó el gran día: Romeo y Lelio abordaron el tren (F.C. Gral. Urquiza) en Paraná, la capital entrerriana; yo alrededor de 95 kilómetros después en mi Hernández natal y unos 15 kilómetros más adelante Hugo, en su Betbeder.


Por entonces el Complejo Zárate-Brazo Largo no existía ni en las mentes más afiebradas. Dejamos la provincia de Entre Ríos por Puerto Ibicuy, rumbo a Zárate (Buenos Aires), en el muy conocido (para mí novedad total) ferry-boat, servicio que cumplían los ferrobarcos Lucía Carbó y Mercedes Lacroze, ambos construidos en Inglaterra en los años 1907 y 1909, respectivamente y capaces de transportar 12 coches o 22 vagones.


Cabe aclarar que desde Ibicuy partían también otros ferrys directamente al puerto de Buenos Aires pero sólo transportaban cargas. Aquí operaban el Dolores Urquiza, Delfina Mitre y Carmen Avellaneda construidos, también en Inglaterra, unos 20 años después que los afectados a pasajeros.

El servicio de ferry-boats Ibicuy-Zárate fue inaugurado por el presidente José Figueroa Alcorta (1906-1910).


Después, maravillándome con la gran capital, Lacroze, Constitución y el tren del F.C. Gral. Roca con coches camarotes repletos de felices viajeros decididos a disfrutar de Bariloche, excepto nosotros con pasajes oficiales (gratuitos; de este modo el Consejo Nacional de Educación trataba de cubrir vacantes en lugares administrativamente considerados Zona inhóspita) sólo hasta Jacobacci.


Interminables partidas de truco, continuos termos de mate, recuerdos de anécdotas estudiantiles muy recientes por cierto y, cada tanto, algún signo de preocupación por la incertidumbre del futuro inmediato y el tren, noche y día, devorando distancias. Finalmente, ¡Ingeniero Jacobacci! Y la gran sorpresa: el reducido tamaño del tren que debíamos abordar. Realmente nos parecía un tren de juguete.


Teníamos ante nuestra vista una locomotora, algunos vagones de cargas y otros de pasajeros, todos como encogidos, conformando un convoy al que oímos llamar La Trochita.


Nos instalamos en un coche que, como los demás, tenía hacia el centro una estufa de hierro (salamandra) alimentada con carbón de piedra (hulla) atendida por los mismos pasajeros.


Muy pronto desconocidos pero solícitos compañeros de viaje nos brindaron amplios informes. La Trochita así llamada por tener sólo 0,75 m de trocha- unía Ingeniero Jacobacci (Río Negro) con Esquel (Chubut), estaciones entre las que mediaban nada menos que 402 kilómetros.

La Trochita

Nos hablaron, también, de innumerables curvas (más de 600), algunas tan amplias que era posible descender, caminar cortando camino un trecho y esperar la llegada de La Trochita para volver a ascender. Les creímos, pero no al extremo de experimentarlo.


Nuestros flamantes compañeros de viaje no dejaron de alertarnos sobre la presencia de un oscuro túnel que sobresalta e intimida a los pasajeros que desconocen su existencia. El aviso nos vino muy bien porque, cuando se nos hizo la noche en pleno día, sabíamos ya de que se trataba. El dicho túnel, de 108 metros de largo, se encuentra a continuación de un sorprendente puente de hierro de 105 metros de longitud construido sobre el Río Chico (Pcia de Río Negro).


No mucho tiempo después, instalados ya en nuestros respectivos destinos laborales, accedimos a un conocimiento mayor de este singular tren. Así nos enteramos que las locomotoras Baldwin fueron adquiridas en los Estados Unidos, las Henschell en Alemania y coches, vagones, rieles y otro nutrido material ferroviario en Bélgica. Estas compras se realizaron en el año 1922 y los trabajos se habrían iniciado por la misma época.


El tendido de las vías, tarea sumamente sacrificada por la hostilidad de geografía y clima, se hizo prácticamente a fuerza de pala y pico. En esta admirable obra habría trabajado alrededor de un millar de obreros provenientes de diversas regiones del mundo, pues los hubo griegos, turcos, búlgaros, croatas, hindúes, ucranianos, polacos.


Los primeros tramos fueron librados al servicio en el año 1935 y se fueron ampliando a medida que la obra progresaba.


En 1941 el tren llegó a El Maitén, ya en la provincia de Chubut, y el 25 de mayo de 1945 hizo su entrada triunfal en Esquel, punto final de su recorrido.


Todo el trayecto se hace a más de 600 metros sobre el nivel del mar; al llegar a Esquel se sobrepasan los 700 metros. Si El Roca que nos dejara en Jacobacci devoraba. distancias, La Trochita sólo las masticaba y muy lentamente pero, ¡llegaba! y en esa oportunidad tampoco dejó de llegar. Esta vez a ñorquincó (todavía Río Negro) donde, con mucha tristeza debíamos separarnos ya que Romeo y Lelio debían continuar hasta Esquel a efectos de que las autoridades educativas procedieran a adjudicarles cargos de maestros de grado en escuelas de su jurisdicción (Inspección Seccional Décima), mientras que Hugo y yo, por contar ya con las respectivas designaciones, debíamos desembarcar en ñorquincó.

El Pueblo Ñorquincó

Así lo hicimos, nos instalamos en el hotel del mismo nombre que la localidad y comenzamos a averiguar donde quedaba el paraje Blancurá, asiento de la Escuela Nacional nº 19 donde debíamos prestar servicios. Nuestra sorpresa (y desazón) fue enorme: Blancurá se situaba en el departamento Cushamen, provincia de Chubut, unos 100 km al sur de ñorquincó. El problema radicaba en que para acceder al lugar no dispondríamos de tren ni ómnibus. Peor aún: tampoco había ruta y, menos, vías. 

Pero esa es otra historia…¡y carente de trenes!

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