“LO DE LÁMARO”, EL ALMACÉN DONDE PARABA BORGES TODOS LOS VERANOS
Por Leandro Vesco
“Puedo decir que soy un hombre afortunado, le he servido café a Borges” Sencillo y con los ojos húmedos por el recuerdo, Cesar Lámaro nos atiende en su almacén de ramos generales en Villa Pardo, un pueblo que en los veranos se acostumbró a ver a “Adolfito” Bioy Casares y a su entrañable amigo y uno de los mejores escritores del mundo, Jorge Luis Borges, quien frecuentaba el boliche para usar el único teléfono que había en ese entonces.
Villa Pardo es un pequeño pueblo del Partido de Las Flores, bien podría ser un escenario de un cuento de Borges. Pulcro, criollo y con un tiempo propio que lo envuelve en una atmósfera idílica, la comunidad desarrolla una vida feliz. Sus calles arboladas le dan un aire atildado, sus casas bien mantenidas y algunos comercios típicos le brindan movimiento al pueblo que vive al ritmo de los trenes de carga que pasan por su estación, alrededor de la cual se nutre la vida social de esta localidad que durante los veranos tuvo la visita de Jorge Luis Borges.
La Estancia “Rincón Viejo” de la familia de Bioy Casares está a pocos kilómetros de Villa Pardo, “Adolfito”, como lo llama el almacenero y todos los habitantes de Pardo fue el vecino ilustre del pueblo. “Todo lo que el pueblo necesitó, Adolfito lo daba, él siempre quiso mucho a Pardo. Hacía falta una vaquillona para juntar fondos y nos la daba, era todo un personaje” Cuentan que el Cacique Catriel acampó en la estancia y le regaló dos caballos a Juan Bautista Bioy, abuelo de Adolfo.
Sin dudas la presencia de Borges por el Pardo es la historia más buscada. Muchos en el pueblo aún lo recuerdan. Fuimos al Almacén “Lo de Lámaro”, quien lo atendió durante los veranos que llegaba para trabajar con Bioy en los libros que escribieron en conjunto bajo el seudónimo de Honorio Bustos Domecq. El almacén está frente a la Estación, en la vereda algunos muchachos apuran una cerveza mirando el sol caer. “Somos pocos, pero seguimos funcionando”, la familia de César atiende el boliche desde el principio de los tiempos. “Mi padre salía en carreta a repartir huevo y gallinas, antes del amanecer y volvía a la tarde”, a pesar de que hoy su hijo Laureano es el responsable del almacén, César está detrás del mostrador, no podría estar en otro lugar en el mundo. Aquí nos cuenta la historia de Borges en Villa Pardo.
“Adolfito lo traía a Borges, juntos se concentraban para escribir. El encargado de Rincón Viejo una o dos veces por semana lo traía a Borges para hablar por teléfono. En ese entonces teníamos el único aparato de toda la zona. Sino tenías que ir a Las Flores”, nos introduce en la historia César que llama a un ayudante para que atienda los clientes que se acercan, el recuerdo de sus días con Borges, aquellos veranos, le hace cambiar las facciones, le ablanda el rostro. “Para pedir un llamado, él me daba un número de Buenos Aires, yo llamaba a la operadora que estaba en Las Flores y ahí me decía, hay quince llamados antes. Yo le insistía: mirá que es para Borges que está acá. Y ella, me acuerdo, me contestaba: Borges o no, cada vez que me llamas me atrasas todos los llamados.
Entonces yo lo hacía pasar a Borges a una cocinita que tenemos atrás y le servía café. A veces tenía que esperar entre una a tres horas por un llamado, hasta que por fin me llamaban y podía hablar. Era una persona muy buena Borges, en pleno verano aparecía de traje y corbata, era muy sencillo, todavía lo recuerdo ahí sentado en la cocinita, entonces yo era joven, y me quedaba hablando con él. Le interesaban las cosas del pueblo, pero me preguntaba cosas de mi vida”.
Villa Pardo sin saberlo fue un pueblo privilegiado. Acostumbrado a verlo a “Adolfito” Bioy Casares y su inmortal amigo Jorge Luis Borges, también tenía una visitante ilustre, Silvina Ocampo, también escritora y esposa de Bioy. César los atendió a todos. Los máximos escritores de nuestro país pasaron por este almacén, caminaron por este pueblo donde la siesta y el aperitivo son una religión. “Silvina venía todos los veranos y se compraba siempre las mismas zapatillas, marca Indiana, talle 38, amaba esas zapatillas, tenía debilidad. Parece que fue ayer cuando entraba por la puerta y me preguntaba si había Indianas”
Cesar Lámaro, rodeado de recuerdos, fija su vista al techo del almacén, acaso para poder ayudar a su memoria a revivir las conversaciones con Jorge Luis Borges. Esos diálogos deben atravesar décadas y tantos veranos, en el medio el cambio tecnológico “Ahora todos tienen teléfono, pensar que Borges esperaba tres horas por un llamado!”, pero como los últimos rayos del sol que se dejan ver por entre las hojas de los árboles que están en la vereda del almacén, ese hombre de saco y corbata,
Considerado uno de los mayores escritores de la humanidad, vuelve al almacén de Villa Pardo.
“La última vez que hablé con él me preguntó si estudiaba, entonces yo había dejado la escuela. Me decía: m´hijo tiene que estudiar. Aunque trabajar está bien, estudiar es otra cosa. Y aunque usaba bastón, veía”, Cesar queda mirando las vías brillantes donde se reflejan los últimos bostezos del sol, las mismas que vieron pasar en este rincón de la pampa bonaerense a uno de los más grandes escritores del mundo. Universal y criollo, así, dicen, fue Borges.
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