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Foto del escritorCharles Gutierré

General Gelly

General Gelly busca la integración


Want to add a caption to this image? Click the Settings icon. Un pueblo pequeño y aislado que quiere ser parte plena de la provincia de Santa Fe

General Gelly. —“Administrativamente y de corazón somos santafesinos, pero nuestra comunidad desarrolla casi toda su actividad económica y social en la provincia de Buenos Aires”, sentencian los pobladores de esta localidad de casi 700 habitantes.

Ubicada a un paso del arroyo del Medio, en el límite bonaerense, la falta de accesos que la integren definitivamente al territorio provincial sigue siendo el gran problema local desde hace años. Es más, por esa misma carencia sus habitantes se las ven en figurillas para acceder a los vecinos pueblos y ciudades de la provincia de Buenos Aires.

“Hace poco logramos el ripiado de los 10 kilómetros de camino que nos unen a Cañada Rica y, desde allí, con la ruta 90 y con el resto de Santa Fe. Antes, cuando llovía, había que dar una gran vuelta para acceder a territorio santafesino”, explicó la presidenta comunal, Griselda Eleonori.

Así y todo, el polvoriento camino de ripio hasta el pueblo vecino obliga a circular a sólo 60 kilómetros por hora. Pero “algo es algo”, dicen en Gelly. Pero allí no terminan los problemas de comunicación vial; el otro acceso, hacia la ruta 18, también está destrozado, con el agravante de que la mayor parte de su traza está en jurisdicción de la provincia vecina.

Por esta situación Eleonori en la única jefa comunal santafesina que debe desdoblar esfuerzos y reclamos ante dos gobiernos provinciales. “Viajo a Santa Fe a hacer gestiones para el pueblo, también tengo que ir a La Plata a ver si logramos que nos repavimenten ese acceso”, dice Eleonori.

A 60 kilómetros de Villa Constitución, a 100 de Rosario y a 40 de Pergamino, las opciones de los habitantes de Gelly son obvias. “La mayoría de las compras y de la actividad económica y social tienen como destino Pergamino”, señala María del Carmen al salir de la carnicería. Y agrega: “Hay gente que trabaja en el pueblo y chacareros que viven en El Socorro o en la ciudad de Pergamino”.

“Cómo será, que durante los piquetes del campo no vamos a Santa Teresa, que queda en nuestra provincia sino a El Socorro. Y no le digo más porque estamos de paro”, se ríe un gringo grandote y bonachón desde su camioneta.

La gran fiesta. Sin industrias ni grandes comercios, la actividad económica pasa casi exclusivamente por el campo. Así lo es desde el mismo momento de su fundación, de la cual se cumplirán 100 años. En una comunidad donde las grandes celebraciones no son moneda corriente, la fiesta del centenario desvela a la población y las actividades se multiplican a medida que se acerca la fecha del festejo, el 26 de octubre.


“En realidad, el pueblo no tiene fecha de fundación. En 1908 se creó la estación ferroviaria. En ese año, Tomás Gill, fundador del pueblo, cedió los terrenos y empezó a gestar el núcleo poblado”, explica Luis María Líbera Gill, descendiente de aquel pionero y actual secretario comunal. Ocho años después del paso del ferrocarril, en 1916, se diagrama el plano del pueblo y se rematan los terrenos.

Aquella estación hoy es un museo comunal. En frente, en la casa de dos plantas más antigua del pueblo, el Centro de Expresiones da vida a la rica oferta cultural local.


Una escuela primaria y otra secundaria —ésta de reciente creación y que cuenta con 84 alumnos— configuran la oferta educativa local. Después, los estudios superiores obligarán al desarraigo y a la migración de muchos.


“Vivimos el mismo proceso que castiga a los pueblos del interior, y más aún cuando uno está aislado de los grandes centros, en nuestro caso por los caminos. A tal punto es un problema serio, que la media de la población tiene más de 65 años”, señala Líbera Gill.

Los jóvenes que hoy habitan Gelly, en tanto, seguramente se reunirán en el cyber del pueblo en “la previa” de fin de semana, se quedarán a bailar los viernes en el boliche local o planificarán salidas a Pergamino, un destino recurrente.


A la hora del deporte, el vóley se ubica entre los preferidos. Para los más grandes, una cena en el quincho de Camino o la reunión de mediodía o noche en la coqueta sede del Gelly Football Club son la cita diaria e ineludible.

A diferencia de otros pueblos, la bonanza del agro parece demorar su llegada a Gelly. En sus 40 manzanas no se advierte el boom de la construcción que bendice a otras localidades y la explicación a este fenómeno recurre otra vez al sempiterno problema del aislamiento vial.


Es casi mediodía. La tranquilidad se altera sólo por el ladrido de un par de perros y el paso apurado de una camioneta. Luego volverá el silencio, la paz, la misma tranquilidad que permite dormir con puertas y ventanas abiertas. Puertas adentro, los vecinos seguirán velando sus expectativas por la fiesta centenaria que se avecina, y sus sueños más urgentes no se apartarán de la necesidad de contar con los caminos adecuados que los integren. Así de simple. O.F.

La Capital l Miércoles 21 de mayo de 2008


El hombre que ama las herramientas. Además de una locuaz y campechana simpatía que lo convierten en un personaje, Remo Enzzo —”Así, con dos z, pero Pichi para todos”, advierte— Basabe es un apasionado de los implementos agrícolas de antigua data.

En un terreno contiguo a su casa, Pichi almacena todo tipo de herramientas, en tal cantidad y variedad que asombra al visitante a poco de escuchar sus didácticas explicaciones. Allí se cae en la cuenta de que aquello que semeja un páramo de hierros viejos y oxidados representa la historia agrícola del país.

“Tengo un arado que se tiraba con bueyes. Debe ser más que centenario. Aquí están todas las máquinas que se usaron en el agro a través de los años: hay sembradoras, espigadoras, lo que a usted se le ocurra”, cuenta Pichi mientras pasea entre sus reliquias.

“Tengo un galpón donde hay otros implementos ya restaurados. Tendríamos que hacer una exposición con esto. Alguna vez pensamos hacer un desfile, pero el problema es que muchas herramientas son de tracción a sangre y no quedan caballos para que las tiren”, añade.

Con más de 60 años “sobre el lomo”, su pasión empezó “desde pibe”, cuando acompañaba a su padre a los remates rurales. Con los años se hizo conocido en estos actos, y los rematadores “me guardan herramientas que saben que voy a comprar. Algunos ya ni me cobran comisiones y hay máquinas repetidas, pero no puedo con la tentación de comprarlas cuando las veo”, se apasiona.

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