Estaciones sin trenes
Enviado por Lydia Musachi E-mail: lmusachi@hotmail.com
Recorriendo el interior de nuestro país, vemos con suma tristeza las estaciones de trenes abandonadas o en el mejor de los casos, transformadas en escuelas, centros de jubilados, club de abuelos, museos y hasta sede de las autoridades comunales. Estas últimas, si bien no es la función para lo cual han sido construidas, al menos brindan un servicio a la cultura o la recreación, porque es muy deprimente verlas cubiertas de yuyos, con las chapas voladas, las ventanas sin vidrios y los animales paseándose por los andenes rotos y cubiertos de estiércol. Y pensar que allí mismo fue donde nacieron tantos pueblos. Crecieron alrededor de la estación ferroviaria, almacenes, fondas, boliches, panaderías y los servicios básicos para que funcione una comunidad.
Hoy, al haberse quedado sin la principal comunicación (y la más barata), estos pueblos han quedado sin movimiento de mercaderías, pasajeros, viajantes y por qué no, de sueños. La falta de esperanza ha hecho que los jóvenes que se van a estudiar a las ciudades, ya no quieran regresar y los viejos ya no tengan fuerzas para luchar y buscar alternativas al futuro despoblado. Escasea el trabajo, ya que sólo queda el campo. Apenas sobrevive alguna carnicería, mercadito, panadería, o todo junto en un solo comercio, tabla de salvación para los que no tienen vehículo para llegarse al pueblo cercano con mayores posibilidades. Quedará también algún boliche con cancha de bochas, algún campito para que los muchachos jueguen al fútbol o quizás puedan jugar en el patio de la única escuela.
Parrilleros en las vías.
Pese a todos los inconvenientes que vienen sufriendo, la mayoría de estos pueblos se niegan a desaparecer y si hay gente interesada en buscar en sus raíces, en sus comienzos de sacrificios, de duros trabajos artesanales, muchos de ellos podrán echar mano de la sabiduría de los más antiguos habitantes o de los que han llevado al papel las historias de sus vidas, o de las instituciones en la cuales han dejado muchos de sus desvelos juveniles.
Algunos archivos deben haber quedado para rescatar. Y así se podrán armar circuitos turísticos interesantes, preparando casas de familias para recibir visitantes, hacerles conocer históricas capillas, antiguos molinos harineros, establecimientos de campo y viejas estancias, con paseos a caballo, en sulkys o volantas, según lo que se disponga en el lugar. Y homenajearlos con comidas criollas o quesos y fiambres de factura casera, o comidas típicas de los inmigrantes y representativas de cada pueblo.
Habrá alguna otra propuesta para ayudar a estas pequeñas poblaciones, serán seguramente los nuevos proyectos de trabajo, modestos al principio, pero bien organizados con personal capacitado, facilitado por las universidades de la provincia o de la nación.
Acercar a los pueblos por medio de las comunicaciones, hoy tan avanzadas, como las radios, la televisión e Internet, que brindan cursos a distancia, con lo cual los jóvenes no tendrían que alejarse de sus hogares y de seguir trabajando su tierra o su taller. También he leído por allí que hay un sistema de transporte que puede adecuarse para pasajeros y correspondencia, utilizando las vías abandonadas, como los que usan en lugares donde todavía pasan los trenes, para inspeccionar o llevar obreros para efectuar reparaciones. Sería algo parecido a un minibús sobre rieles. Desconozco los costos de estos vehículos, pero me parecen una solución, sobre todo en los lugares donde no existen rutas, ni caminos de ripio y en algunos que solamente se vinculan por medio de huellas en los montes o las estepas patagónicas.
En suma, espero que por el bien de nuestras generaciones futuras no perdamos de vista la historia de nuestros pueblos, base de nuestra cultura, raíz de nuestra identidad.
Si quieren enviar relatos de sus pueblos pueden hacerlo a: delacalle.juan62@gmail.com
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