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El Club Atlético Navagán


Por: Rolando José López Mail: rlnavagan@hotmail.com

En algunos mapas de la geografía formoseña Pozo Navagán es un diminuto, minúsculo, apenas perceptible puntito. En algunos. porque en la mayoría de ellos su ubicación debe intuirse en el espacio en blanco que media entre Fortín Lugones y Posta Cambio a Zalazar, y cerca ya de la frontera con el Paraguay.


En el norteño paraje cuyo nombre es una deformación del vocablo pilagá .daaguán., recalé una lejana tarde del 21 de setiembre de 1961. Era mi primer año en la .Provincia-Puerta de entrada al País. por haber sido designado Director de la Escuela Nacional Nº 162 de Santa Fe, un paraje menor aún que Navagán: la familia del matrimonio Jesús María Gómez-Leticia Ruiz y el precario edificio escolar, ambos en .el medio del monte. sin eufemismo alguno.


Ese soleado día de setiembre con Teobando .Negro. Gómez habíamos decidido trasladarnos a Navagán, lógicamente a caballo. Negro visitaría a su hermano Ataliba y yo a mi colega y nuevo amigo Alfredo Santiago Pieske .natural de Chascomús- Director de la Escuela Nacional Nº 178 sita en el mencionado paraje.


La estrecha senda -.picada.- por la que cabalgamos aproximadamente un par de horas desembocó, imprevistamente para mí, en un espacio libre de monte que posiblemente no alcanzaría las tres hectáreas pero suficiente para contener: al frente, hacia la izquierda, una casa aparentemente abandonada, bien en frente otra mucho más grande rodeada de un cerco de palo a pique, al fondo, un poco a la derecha, la escuela con su clásico mástil de palma, en la misma dirección pero un poco más cercana desde mi puesto de observación, otra casa y, bien a mi derecha, recostado en la selva formoseña, el Puesto de Gendarmería Nacional pintado de verde, hermoso, de madera, del tipo pre-fabricado, con un elevadísimo techo de dos aguas y la enseña azul y blanca ondeando al frente, y en el centro del escenario descrito algo que me llenó de alegría: ¡arcos de fútbol! muy toscos por cierto, dos palmas de postes y una tercera oficiando de travesaño.


La presencia del .proyecto de cancha. me sorprendió gratamente pues ya sabía que el fútbol no despertaba entusiasmo entre los lugareños que, como auténticos hombres .de a caballo., preferían los .festivales hípicos. expresión que usábamos en las reglamentarias notas de solicitud de permiso para que la cooperadora pudiera realizar lo que en realidad eran simples carreras cuadreras. Me explicaron que quienes lo practicaban eran aborígenes de la Etnia Pilagá que vivían en una .reserva. a unos cuatro kilómetros de distancia.


También, a veces, algún gendarme (la dotación del Puesto, además de escasa, solía renovarse con mucha frecuencia). Ese día los deportistas no aparecieron. Igualmente recorrí la cancha sin límites visibles: nada de .áreas., .líneas de fondo., .círculo central., etc, etc.


Volví a Pozo Navagán en julio de 1.963, esta vez como director de la escuela local. Lo hacía con alegría porque el paraje me había impresionado muy bien casi un par de años antes pero, que decepción .deportivamente hablando, claro- ahora: ¡al menos media cancha estaba cubierta por el monte y la otra iba por ese camino! La leñosa invasora conocida en la región como vinal (Prosopis ruscifolia) con sus largas y agudas espinas se había ensañado cruelmente con el .estadio. navagueño. Afortunadamente la casa desocupada en mi primera visita al lugar había dejado de ser tal para convertirse en un nuevo comercio lugareño: la .cantina. de Santiago Mercado un entusiasta aficionado al fútbol, deporte que había practicado en sus épocas de estudiante en Las Lomitas.


Convinimos con Santiago que, una vez que terminara la clase del turno tarde, iniciaríamos la limpieza (verdadero desmonte). Así lo hicimos con la inestimable colaboración de Jorge Curis -hijo de Pandelis Curis, griego de origen y comerciante .fuerte. del lugar- los gendarmes y algunos pobladores que, aunque no gustaban del fútbol, consideraban que ese montecito dentro del poblado resultaba inadmisible.


Gran despliegue con hachas, palas y machetes durante varias sufridas jornadas y tuvimos la cancha libre de vinal y otras plagas.


Después, con pala de punta y .a ojo. nomás, marcamos las líneas reglamentarias. Como no había alambrada que la protegiera, una senda de jinetes y algún carro que la atravesaba de arco a arco siguió teniendo plena vigencia.


Lo mismo la condición de campo de pastoreo de cabras, ovejas y cerdos de los pobladores más cercanos. Ello no fue impedimento para que muy pronto .en la reserva la noticia había corrido prontamente entre los aborígenes- se iniciara la disputa de ardorosos encuentros que .salvo que la pelota se pinchara con espinas de todo tipo cercanas a la cancha- terminaban con la puesta de sol, cualquiera fuere la hora en que habían comenzado.


Los .muchachos. (así se solía llamar a los aborígenes) jugaban, mayoritariamente, descalzos. Eran muy veloces, incansables, no discutían y no golpeaban intencionalmente.


Excelentes deportistas con, futbolísticamente, una falencia de marca mayor: el que lograba hacerse de la pelota, ignorando olímpicamente a los compañeros que reclamaban el .pase. para construir una poco creíble solidaria .pared., emprendía veloz carrera hacia el arco adversario sorteando hábilmente rivales. hasta que se la quitaban. A su vez el defensor que había logrado el .quite. devenía, pronta y mágicamente en un .9. de pura cepa y se proyectaba decidida y raudamente hacia el arco opuesto al que rara vez llegaba porque, casi seguramente, la perdía en alguna desafortunada, fallida gambeta.

Creo recordar a dos aborígenes que sobresalían sobre el resto: Moyano, que trataba -a veces- de .administrar. la pelota (tal vez más que estrategia era una cuestión de portación de años-kilos) y .Suri., puntero izquierdo muy veloz, prácticamente inalcanzable.


Suri era un apodo puesto por los amigos en razón de la velocidad con que corría, ya que es ese el nombre que le dan en la región al ave que conocemos como ñandú. Los .picados., sin molestos árbitros ni innecesarios cronómetros, se jugaban con el ardor propio de una final de campeonato.

En mi condición de capitán (auténtico .tronco. cierto, pero dueño de la pelota) trataba inútilmente de convencerlos de las ventajas de .jugar en equipo habilitando al mejor ubicado..

No obstante, cada tanto, uno de estos furibundos ataques, contra-ataques, contra contra-ataques, etc, terminaba exitosamente.


Y aquí se daba la paradoja de que esos goles de .espléndida factura. que .levantan. la tribuna, esos potentes remates que, vencida la resistencia del arquero, sacuden la red, en nuestro caso, y precisamente por la ausencia de redes, la pelota, traspuesta la línea de gol, rodaba peligrosamente hacia tenebrosos, amenazantes pinchos que acechaban no muy lejos. y podían significar un anticipado final del partido con la consiguiente desazón de todos los jugadores.


Podía, también, suceder que mientras algunos, los compañeros del goleador, festejaban alborozados la conquista, otros, los supuestos injustamente damnificados, exteriorizaban airadamente sus protestas con un extraño .¡Leguak!. .¡Leguak!. de .áspero acento. como el del gitano de García Márquez.

La cuestión se me aclaró cuando me explicaron que, en pilagá, .leguak. significa .mano. y que por haberse convertido con ella, el gol debía ser invalidado.


Nunca imaginé que andando el tiempo y salvando las distancias el pilagá .leguak. dado en el criollísimo Pozo Navagán, Departamento Patiño de la Provincia de Formosa evolucionaría hasta convertirse en .La Mano de Dios. (para mí, .La Mano del Diez.) frente a la mismísima .Rubia Albión..

Permanecí en Pozo Navagán .Chikco Daaguán, en correcto pilagá- hasta julio de 1.969. En ese tiempo .pulimos. bastante nuestro .estilo. de juego.


Además, en ocasión de haber viajado a la ciudad capital, me presenté en la Dirección Provincial de Deportes y obtuve .en calidad de donación- un juego de camisetas. Recibí diez casacas con los colores de San Lorenzo de Almagro y pensé .


Cuánto mejor sería que en lugar de tantas verticales rojas hubiese sólo una . horizontal y amarilla. pero, teniendo en cuenta aquello de .A caballo regalado.. di las gracias y me retiré imaginando las caras de los .muchachos. cuando las vieran.


De esta manera los colores de los .Santos. pasaron a ser los del club. institución que, en realidad, era tan sólo una fuerte expresión de deseos y no existía más allá de nuestra imaginación. En una oportunidad, por la inusual presencia de varios gendarmes jóvenes y buenos jugadores (Alberto Liva, César Fernández, .Cacho. Zárate y Crescencio Godoy) y la participación de los civiles lugareños .Pipo. Paz en el arco y Santiaguito Maldonado como sólido defensor, una suerte de .Patrón del área., habíamos conformado un equipo .competitivo..


Entonces recibimos el desafío de Fortín Lugones paraje distante unos 15 a 20 kilómetros que, comparado con Pozo Navagán, resultaba casi un pueblo.


En Fortín Cabo 1º ángel Lugones que tal es el nombre correcto, tenía su asiento una Sección de Gendarmería Nacional. Ello implicaba la presencia de un oficial y alrededor de una veintena de gendarmes. El poblado contaba también con Policía Provincial: un oficial y, posiblemente, algo más de una media docena de agentes. Con ellos, más algunos pobladores civiles, disponían de equipo en forma permanente.


Aceptamos el convite. Militares y docente nos trasladamos a caballo; los nativos jugadores en su medio habitual de transporte: .de rigurosa infantería..

Fue un partido memorable. Como se estila en estos casos los locales jugaron con 12 (doce) integrantes sabiamente distribuidos: 11 (once) de .cortos. y camisetas bastante parecidas entre ellas, y uno .el nº 12- .de largos. nomás, con un brillante y estridente silbato que, sujeto por las dos puntas de un negro cordón, pendía de su cuello…


El dueño del aerófono . el enfermero Rivarola, un entrañable amigo- lo era también de un agudo sentido del humor del que hacía gala cuando, con harta frecuencia, compungida expresión y ceremoniosos ademanes, pedía disculpas por el fallo .equivocado. que, invariablemente, perjudicaba al equipo visitante.


Como en el conocido, hermoso tema .Chiquillada. del cantante, compositor y guitarrista uruguayo José María Carbajal .perdimos por un gol..

Nos compensaron con un asado también memorable. ¡Vamos Navagán, todavía…!

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