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Foto del escritorCharles Gutierré

El boliche de Brenga, en Colonia La Toscana

San José de la Esquina, provincia de Santa Fe.

Por Alcira C. Pirich DNI 3.961.454 Barrio Arroyo del Medio Villa Constitución, Santa Fe Enviada a través de FM Urbana 94.1, Villa Constitución El boliche de Brenga no era sólo “un boliche”, un despacho de bebidas de mediados del siglo pasado. Era el alma de un pequeño caserío, ubicado en plena pampa húmeda, que pertenecía a la colonia La Toscana, de San José de la Esquina, provincia de Santa Fe.

Un simpático sitio que, cumpliendo una necesidad social, se multiplicaba por decenas en los campos argentinos. El boliche era el ápice del lugar. Estaba en una esquina formada por dos caminos de tierra que se encontraban haciendo una T. Luego, hacia ambos lados se sucedían las viviendas. También había una pequeña carnicería y una herrería que daba solución a las roturas de algunas herramientas rurales. Hacia el sur, apenas separada del caserío, estaba la escuela.

Siempre con la bandera flameando al frente del edificio, dando un fiel testimonio de argentinidad. Allí, en 1946 cursé el primer grado inicial. ¡Con qué emoción iba a clases! Mi maestra se llamaba “Monona” Diemunch y la directora, Amelia de Araguás. Como vivía en una chacra vecina hacía el trayecto en sulky, junto a un tío mío de once años, que era el hermano menor de mi padre. Yo sentía que TODO nos pertenecía…. el cielo, el sol, la tierra. No me importaba el viento, ni el frío, ni el calor. En ese lugar era inmensamente feliz. Casi siempre, en el retorno, debíamos detenernos en el boliche para cumplir con algún mandado que nos habían encomendado. Allí nos enterábamos de los acontecimientos que se llevarían a cabo, para luego comunicarlo en casa.

La función social que cumplía el boliche era muy amplia: campeonatos de bochas, de truco, carreras cuadreras, de sortija, fiestas de casamiento, cumpleaños de quince, bailes populares, la proyección de viejas películas sobre la clásica sábana blanca que oficiaba de pantalla.

Entre los que concurrían al lugar estaban las siguientes familias: Borsini, Fernández, Menichelli, Drlijich, Menna, Tomassini, Pirich, Rossi, Maggiolini, Coloccioni, Stanich, Mussura, Martinich, Cristante, Mlikota. Descendiente de ésta última familia es el destacado músico Jorge Mlikota, autor de .Jazmín de Luna., entre otros temas de reconocida difusión.

El patio del boliche de Brenga era de tierra, amplio… diría que generoso (y hasta versátil), tal vez porque se adaptaba sin dificultad como campo de deportes para los chicos que jugaban a la pelota, o pista de baile, e incluso como cine. Generalmente, las orquestas que amenizaban las milongas eran denominadas “típica” o “característica” según el ritmo que ejecutaran.

A veces actuaban conjuntos reconocidos; por ejemplo, Feliciano Brunelli o José Antonio Gallucci. En estas circunstancias, cuando los eventos elevaban su nivel, había que estrenar alguna prenda de vestir. El señor Brenga y su esposa emparejaban el piso, lo regaban para que estuviera a la altura de los acontecimientos.

En una oportunidad, en uno de esos bailables, se eligió la reina de belleza. Resultó favorecida una de mis tías: Juanita Pirich. Le colocaron la capa, la coronaron, le entregaron el cetro y le obsequiaron una Bandera Argentina de gros de seda y una caja con productos de belleza.

Mi madre, una eximia y autodidacta costurera, le confeccionó con la tela de la bandera un bonito vestido celeste y blanco. Mucho después, cuando yo ya había cursado mi carrera docente, interrogué a mi madre el por qué de aquella transformación de la bandera. Ella, con suma convicción y naturalidad, me respondió: .Una bandera en medio del campo no se iba a lucir. En cambio, el vestido sí. Además, le hacía falta…. ¡Me quedé sin palabras! Pero con semejante fundamento ni Dios ni la Patria la demandarán.

Recuerdo una noche de verano, en la que se proyectaba una película, cayó una intensa tormenta de viento y agua. Voló la pantalla, cayeron mesas, sillas, botellas, copas, se desprendieron ramas de los árboles… un caos. La familia Brenga transformó las sencillas instalaciones en un .petit. hotel que albergó a parte del publico. ¡Cómo regresar con tremendo temporal en medio de la noche y con caminos barrosos! La sensibilidad de los Brenga se ponía de manifiesto especialmente en los bailes.

Cuando los niños se dormían eran acostados en las camas de la casa, en cada una dormían varios pequeños. Cuando alguno de ellos despertaba llorando, avisaban por el micrófono. Entonces, las madres abandonaban a sus esposos en plena pista de baile y corrían a los dormitorios para saber si su hijo era quien lloraba.

Cuentan que una noche, unos pueblerinos que habían llegado por primera vez, preguntaron a un muchacho del vecindario dónde quedaba el baño; éste le respondió: .crucen la calle y del alambrado en adelante tienen unas cincuenta hectáreas de baño..

En otra oportunidad unos chacareros llegaron al baile en sulky. Al terminar volvieron a su medio de transporte “al tanteo”, pues era una noche muy oscura y con una niebla muy intensa. Como pudieron desataron al animal, subieron al sulky y comenzaron a azuzar al caballo; pero sorprendidos notaron que el vehículo iba para atrás. Uno de ellos buscó una linterna y comprobó que algunos pícaros le habían invertido la posición del caballo dentro de las varas.

También recuerdo que una noche el cantinero había preparado “sandwiches” de mortadela y los había ubicado dentro de una fiambrera en un extremo del mostrador. En una parte el tejido de la misma estaba un poco despegado. Un grupo de chicos bandidos comenzó a extraer “sandwiches” de su interior. La sorpresa grande se la llevó uno de ellos que con la poca luz y en el apuro tomó la mano del señor Brenga que estaba en ese momento sacando para la venta un .sandwich.. ¡Qué lío se armó! Habría muchas historias más para contar. ésta es una síntesis de hermosos recuerdos que atesoro en mi corazón y están dedicados a ese punto geográfico privilegiado por la naturaleza a tal punto, que cuando se acercaba la época estival y los sembrados de lino estaban en flor, el cielo y la tierra se unían en un conjuro de belleza celeste, minimizando la lejana y perfecta recta de un horizonte sin final. ¡Qué lindo si aquel hubiera sido declarado paraíso terrenal!, diría Serrat.

Pero no fue así, con el tiempo llegó .su majestad. la soja y todo se transformó, todo evolucionó… Del paraje El Boliche de Brenga sólo queda el recuerdo.

Se produjo un verdadero éxodo, las casas fueron derribadas y para aprovechar el suelo, con la siembra de los cereales, hasta los árboles fueron derribados. La escuela sigue en pie, aunque sin maestros, sin alumnos y sin bandera.

Vaya este humilde homenaje para aquellos colonos y trabajadores rurales, que pese a las circunstancias hostiles, supieron mantener su espíritu de lucha, permitiéndose también un tiempo para la recreación, la solidaridad, el amor y fundamentalmente para la esperanza.

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