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Aarón Castellanos, el colonizador


Fue una figura clave en el proceso colonizador de la región. Vale la pena repasar algunos aspectos de su vida. Y además apuntar que el recientemente fallecido, Dr. Jorge Arias, era descendiente de don Aarón Castellanos Velasco.


El 1º de abril último se cumplieron 130 años del fallecimiento del ilustre fundador de Esperanza. Su vida fue un azaroso y arriesgado existir. Comprometido con su país, con un inquieto afán por colonizar y poblar su extenso territorio.


Rafaela, es cabecera del extenso Departamento que lleva el nombre de Aarón Castellanos, desde el 31 de diciembre de 1890, en que por Ley, las autoridades decidieron subdividir el extenso territorio santafesino, para permitir su mejor organización y administración. Hasta ese entonces, sus 6.612 km² de extensión pertenecían al departamento Las Colonias.


Aarón Castellanos nació en Salta el 8 de agosto de 1800 y era hijo de Marcos Castellanos Jauregui y de Doña Magdalena de Velasco. Se casó con Secundina de la Iglesia y Castro con la que tuvo 15 hijos. Una de sus hijas fue doña María Mercedes Castellanos casada con don Nicolás de Anchorena y Arana, que fuera designada por el Santo Padre, Condesa Pontificia (1). Su familia estuvo afincada en Salta desde el siglo XVIII.


Estudió en el Real Colegio de San Carlos en Buenos Aires y de regreso a su provincia se enroló en el cuerpo de “Los Infernales” de Juan Martin de Güemes, en donde alcanzó el grado de Teniente. Terminada la guerra contra los españoles, se dedicó al negocio minero en el Cerro de Pasco (Perú) importante centro minero por sus yacimientos de plata. Desde muy joven Castellanos dio muestras de poseer espíritu de empresa, característica que lo acompañó durante toda su vida.


A los 24 años decidió explorar el Río Bermejo acompañado por Victoriano Solá y Pablo Soria, este último de origen bearnés (2), y cuyo verdadero apellido era Sandicat, interesaba en aquellos tiempos encontrar una comunicación fluvial entre Buenos Aires y las provincias del norte argentino, y estudiar la posible navegabilidad del río. Iniciada la expedición y navegando por el Bermejo, llegaron hasta la confluencia con el río Paraná tardando 57 días en realizar el trayecto, en una débil y pequeña embarcación.


Al llegar río abajo a tierra paraguaya en un sitio llamado Mamburú fueron apresados por las tropas del dictador Francia del Paraguay, quien mantuvo detenidos a los expedicionarios por espacio de cinco años, con gran quebranto físico y espiritual (3). Recién en 1874, 50 años después, el Comandante Fontana con una fuerte tropa iba a emprender su expedición de colonización al Chaco, corriendo mil peligros, porque la zona estaba habitada por indios Matacos, Tobas, Chiriguanos y Mocobíes.


Recuperada su libertad Castellanos se trasladó a Buenos Aires dedicándose a poblar las estancias en las fronteras con La Pampa. Asolaban todavía esa zona los malones indígenas que perturbaban continuamente las labores rurales. Se atrevió a ir más allá de Tandil, hasta la zona del desierto, que era entonces el límite de la avanzada del salvaje.


Era esta una audaz empresa de colonización, que demandó grandes esfuerzos y sacrificios personales, por el coraje y el espíritu de empresa de dos hombres: uno, el pensamiento y la acción directa de Aarón Castellanos, otro el brazo ejecutor de aquella atrevida empresa, Don Esteban Castellanos. Junto con la colonización abrieron el camino al progreso de La Pampa, obteniendo ellos también un éxito comercial considerable. Un colaborador inestimable fue el filántropo don Gregorio Lezama, al que Buenos Aires le ha rendido homenaje imponiéndole su nombre al Parque Lezama.


En 1829 ensayó la especulación y el tráfico de efectos comerciales europeos desde Valparaíso hasta la provincia de Salta por la vía Cobija y Atacama. En esa época eran sumamente apreciados los productos europeos, sobre todo si se trataba de objetos de arte que era imposible conseguir en nuestro país. En 1852 presentó al Gobierno nacional un plan para poblar la zona comprendida entre Río Negro y Chubut que fue desechada por el Gral. Urquiza.


Hombre inquieto y audaz, visionario genial, A. Castellanos no concebía la quietud, ni el reposo. Hacendado opulento, pudo disfrutar y descansar por su bien ganada posición económica. Sin embargo aplicó su dinero y sus energías a nuevas empresas. Fue iniciativa suya el ferrocarril que se construyó en 1861 para unir Rosario con Córdoba y quien buscó los capitales necesarios para emprender la obra. Su idea dominante era colonizar el país.


Por eso lo intentó primero con estas provincias patagónicas, luego lo probó con el Gobierno de la provincia de Buenos Aires también con resultado negativo hasta que el 15 de junio de 1853 firmó un contrato con el Gobernador de Santa Fe Don Domingo Crespo para traer 1000 familias europeas en grupos de 200, a cada una de las cuales el gobierno entregaría 33 hectáreas para labrar, de las que serían propietarios al cabo de 5 años, animales, útiles de labranza y semillas.


Su garantía ante el gobierno de Santa Fe fue don José Iturraspe, conocido colonizador y de gran fortuna. Para la radicación de los inmigrantes, señaló el Gobierno la margen derecha del Paraná y ambas márgenes del Salado al norte del pueblo viejo de San Javier, a elección de Aarón Castellanos. Así nació la Esperanza, primera colonia agrícola argentina, punto de partida de la floreciente industria agrícola que fue la base del asombroso y rápido crecimiento y desenvolvimiento económico del país.


En otro aspecto y como miembro de la Comuna de Rosario, descolló aún el notable salteño al construir y explotar posteriormente los muelles del puerto de Rosario, con lo que contribuyó a que el movimiento de la navegación fluvial, desde el Río de la Plata a lo largo del Río Paraná y sus grandes afluentes, hiciera de aquel puerto, el centro de mayor actividad comercial de la República, después del de Buenos Aires. Después de la batalla de Pavón en 1861 defendió la ciudad del avance de las tropas porteñas y colaboró estrechamente con el Gobernador Pascual Rosas y los viejos federales que se opusieron al avance de las fuerza del Gral. Mitre.


A raíz de la Revolución de Santa Fe contra el Gobierno de Nicasio Oroño en 1867 y a principios de 1868 asumió la jefatura política de Rosario.


Entre sus proyectos estaba también la idea de fundar una nueva colonia sobre la costa del río San Javier y como no pudo concretarla presentó al gobierno la posibilidad de la colonización de las tierras del Chaco con el apoyo de una compañía francesa poblando esa región con 60.000 colonos en la zona comprendida entre los ríos Salado, Paraná y Bermejo pero el gobierno rechazó la propuesta.


Aarón Castellanos no descansó un solo momento toda su vida fue dedicada a estudiar y planear nuevas empresas y proyectos mercantiles e industriales. Es así como enterado por sus lecturas de la existencia de un valioso metal en los montes del Chaco, se dirigió al Gobierno de la Nación, solicitando que fuera flotada una expedición que investigara este notable fenómeno de la naturaleza y tratara de aprovechar la riqueza mineral que el mismo debía contener.


Prácticamente desconocido el Mesón de Fierro, salvo por naturales y baqueanos, se conocían sin embargo por esos montes algunos relatos mezclados entre superstición y leyenda, que lo describían como un enorme trozo de hierro o mina de hierro. En 1810 se habían sacado algunos trozos de hierro que se pensó podían ser utilizados para la fabricación de armas. Incluso se sabe que se fabricaron con dicho hierro dos pistolas, una de las cuales fue obsequiada al Presidente de los Estados Unidos de América.


Pero este proyecto tampoco fue atendido por las autoridades nacionales y pudo haber traido a la luz- en aquel entonces- si no por la riqueza industrial del hierro en sí, un notable descubrimiento científico, ignorado en el mundo y que hubiera apresurado los trabajos de investigación que recién pudieron iniciarse en 1962, por iniciativa norteamericana.


Al fallecer, el 1º de abril de 1880, en Rosario, el diario La Capital comentaba “La sociedad de Rosario está de duelo. La República debe estarlo, reconociéndolo como un verdadero heraldo del progreso”.

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