Un 28 de diciembre de 1975, Roberto Quieto, alias El Negro, segundo en la dirección de Montoneros, era secuestrado a plena luz del día, en una playa de la localidad de Martínez, en la provincia de Buenos Aires. El mismo balneario a donde ya había ido otras veces junto a su familia a pesar de que su nombre figuraba entre aquellos a los que la Policía Federal buscaba con intensidad.
Nunca más se volvió a saber de él, quien aún permanece en calidad de desaparecido. Lo que se ha podido reconstruir de su destino final es que fue llevado a Campo de Mayo y que allí fue salvajemente torturado.
Esa mañana en la playa de Martínez en la que las fuerzas represivas arrancan al líder montonero de la compañía familiar, le sirve a Alejandra Vignollés como escena inicial para desde allí desandar y reconstruir la biografía de un hombre clave en la historia de la militancia argentina de los años sesenta y setenta, alguien que en vida fuera admirado y respetado por sus pares y que una vez desaparecido fue considerado, por un sector de los militantes, en especial por la dirigencia montonera, como colaboracionista, al punto de que una semana posterior a su caída, su nombre no solo comenzó a aparecer en los muros de varias ciudades asociado al calificativo de traidor sino que además fue sometido a juicio revolucionario a pedido del Consejo Nacional de Montoneros.
Acusado de “malas resoluciones de su vida familiar y su no asunción a fondo de las implicancias de la clandestinidad, además de incumplimiento del deber de revolucionario en manos de la represión e imputado del delito de delación (…) ya que hablar bajo tortura es una manifestación de grave egoísmo y desprecio por el Pueblo”.
El Tribunal también lo acusó de ser poseedor de un carácter “individualista y extremadamente liberal”, sentenciándolo in ausencia a la pena de “degradación y muerte”.
Como bien lo ha estudiado Ana Longoni, no se trata del único caso en el que los prisioneros del aparato represivo fueron sospechados de colaboración. Lo que distingue al caso de Roberto Quieto es que se trataba de uno de los cuadros máximos de la conducción, alguien con sólida formación ideológica y que en pocos años había alcanzado a convertirse en un cuadro indispensable para el diseño de las estrategias políticas y armadas de las agrupaciones en el corazón de los años 70.
Quieto había formado parte de las más resonantes acciones de la agrupación: desde el copamiento de Garín al secuestro de los hermanos Juan y Jorge Born. Había militado primero en el Partido Comunista, luego en el Partido Comunista Revolucionario, el ELN y las FAR hasta terminar formando parte de la conducción misma de Montoneros. Su intenso compromiso con la militancia lo había obligado numerosas veces a refugiarse en la clandestinidad como también a padecer el presidio en los años conocidos como los de la resistencia peronista. Su carismática presencia, su brillante capacidad intelectual así como una trayectoria indiscutida de compromiso ideológico, lo ubicaban hacia mediados de los años setenta, en un lugar referencial para el conjunto de los cuadros militantes.
El estudio de Vignollés no se reduce a la reconstrucción de la vida de Quieto, -desde su nacimiento en el barrio de Caballito, su infancia en San Nicolás, su paso por la Facultad de Derecho, su posterior ingreso en la militancia, sus viajes de formación política hasta el momento trágico de su secuestro y desaparición-, sino que además busca entender la lógica interna de una organización como Montoneros que, según la autora, “mostraba hacia afuera que la revolución era un acto de compasión, bondad y compromiso en pos de una sociedad más justa, mientras que en su interior primaba la crueldad hacia todo aquel que se animara a salirse de sus esquemas de hierro.
Rigidez que se manifestaba también en la negativa a ver a los militantes como a personas de carne y hueso, con debilidades y contradicciones y pasibles de quebrarse en la tortura”. Vignollés sostiene en su estudio, que nunca existieron pruebas que acreditaran de manera fehaciente que la detención de Quieto en esa playa bonaerense, a plena luz del día, haya sido la causa de la caída por delación de otros compañeros en los días posteriores, como sí sucedió con el tristemente caso de Fernando Haymal, un militante que luego de una monstruosa sesión de torturas por parte de la policía cordobesa terminó cantando el lugar donde estaba ubicada una casa operativa de la organización. Caso que, a la luz que brinda el paso del tiempo y las perspectivas históricas, impide calificar moral o éticamente su actitud: la tortura es un límite que no permite juzgar las acciones que se cometan una vez que el cuerpo y el espíritu del prisionero han sido llevados al extremo de la más extrema de las debilidades.
Según Vignollés, a Quieto lo mataron tres veces: primero cuando comenzó a sentir lo difícil que se le hacía estar alejado de sus hijos como consecuencia de la vida en clandestinidad, sumado esto a la sensación de un inminente fracaso del proyecto revolucionario, luego cuando sus propios compañeros, al no darle el derecho a defensa y juzgarlo en ausencia lo transformaron en traidor, y finalmente por el flagelo de las torturas a las que el sistema represivo lo sometió.
Para rearmar la historia de vida de Roberto Quieto, pero fundamentalmente la de su relación con Montoneros, Vignollés realiza entrevistas, exhuma periódicos de época, revisa documentos pertenecientes a la propia militancia y entrevista a personalidades que ocuparon un lugar central en aquellos años en pos de entender qué fue aquello que provocó que un manto de perversa sospecha cayera sobre aquel hombre considerado solo unos días antes de su desaparición como poseedor de una integridad moral que pocos se atrevían a cuestionar.
Doble condena, tiene el mérito de asentar cada una de sus aseveraciones sobre una sólida base documental. Más de seis años le llevó a la autora lograr describir el derrotero de una vida en intensa y apasionada relación con su tiempo, penetrando en la médula misma de una historia personal que entre sus pliegues, echa luz e informa, sobre un país, una generación y un momento de nuestra historia del que aún resta tanto por conocer.
De Alejandra Vignollés Ed, Sudamericana, 2011. 230 Págs.
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