Berlín- «Como Fausto, habría vendido mi alma por hacer un edificio. Ahora había encontrado a mi Mefistófeles.
No me pareció menos absorbente que el de Goethe», aseguraba Albert Speer (1905-1981) en referencia al dictador Adolf Hilter (1889-1945) en sus «Memorias» (editorial El Acantilado).
La publicación de esta autobiografía en 1969 le sirvió a Speer para forjarse el mito del nazi bueno, del arquitecto inocente que formó parte del círculo íntimo del dictador y que llegó a ser ministro de Armamento y Municiones entre 1942 y 1945 de la Alemania nazi. «Por encima de todo, yo era arquitecto», repetía Speer, quien fue condenado en 1946 a 20 años de cárcel por crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra por el Tribunal de Nuremberg.
Un siglo después de su nacimiento, Speer sigue fascinado a muchos en Alemania a juzgar por el gran número de libros que hay en las librerías sobre él y al éxito que han tenido los tres capítulos del docudrama «Speer y él» de la cadena de televisión pública ARD, dirigido por Heinrich Breloer. Speer, que se hizo miembro del partido nazi en 1931, descubrió rápidamente que «la palabra arquitectura era una palabra mágica» para el dictador. «Speer era una de las figuras más enigmáticas de la historia reciente», como corrobora Joachim Fest en el prólogo de «Los diarios de Spandau» (Ullstein) que el arquitecto publicó en 1975 y que acaban de reeditarse.
El ambicioso Speer «quería ser un segundo (Kart Friedrich) Schinkel, el gran arquitecto alemán del neoclasicismo», sostiene el historiador Joachim Fest, autor de una biografía del arquitecto.
Adolf Hitler, un arquitecto frustrado, puso en manos de Speer una obra faraónica a la altura de la megalomanía del dictador: convertir en 1950 la provinciana Berlín en una gran metrópolis llamada «Germania» que superara en belleza y en grandiosidad a París y Viena.
El proyecto incluía una enorme avenida al estilo de los Campos Elíseos, un Gran Arco de 80 metros de altura y una gigantesca sala de reuniones coronada por una cúpula de 250 metros de diámetro. El estilo arquitectónico de Speer se basaba en un clasicismo simplificado de formas monumentales.
Entre las obras que construyó destacan la Nueva Cancillería de Berlín y el estadio de Nuremberg, lugar de celebración del congreso del partido nazi en 1934. Speer y Hitler tuvieron que conformarse con ver «Germania» sólo en maqueta.
La segunda Guerra Mundial dio al traste con sus sueños de grandeza. Autobiografías y diarios. Coincidiendo con el 60 aniversario del final de la segunda Guerra Mundial, se han reeditado en Alemania su autobiografía y sus diarios. Y varias editoriales alemanas han sacado nuevos libros sobre Speer, entre los que destacan «Las preguntas sin responder. Conversaciones con Albert Speer» de Joachim Fest y «¿Es usted la hija de Speer?» de Margret Nissen, hija de Speer. «Su gran secreto, por qué tomó parte y qué es lo que sabía de los asesinatos en masa, se lo llevó con él a la tumba», dice la hija del arquitecto.
Algunos autores como Matthias Schmidt, Gitta Sereny y Dan van der Vat había ofrecido antes una visión crítica de la figura del arquitecto preferido de Hitler. Pero ha sido la emisión en Alemania de la serie de te- levisión «Speer y él» ha abierto definitivamente esta semana los ojos al gran público en Alemania.
Cuatro millones de espectadores han descubierto que Speer no era el arquitecto inocente que él decía ser, sino un criminal de guerra. La serie, que ha contribuido a la caída del mito del nazi bueno, se basa en los documentos descubiertos por la historiadora alemana Susanne Willems. Esta historiadora tiene pruebas de que Hermann Wilhelm Göring, el segundo hombre fuerte de la Alemania nazi, dio a Speer carta blanca para disponer de las casas judías que se habían quedado vacías para la transformación de Berlín en Germania.
El arquitecto no sólo sabía que los nazis estaban asesinando a sangre fría a judíos para en campos de exterminio como el de Auschwitz (actual Polonia), sino que el mismo autorizó la entrega de material para la construcción de éste y otros campos. Además Speer empleó a trabajadores forzados para aumentar la producción de armamento. «Es uno de los grandes criminales del Tercer Reich», concluye Susanne Willems. Breloer reproduce en el libro «Speer y él» una conversación entre el arquitecto y Simon Wiesenthal.
Este cazador de nazis le dijo en una ocasión a Speer: «Si hubiéramos sabido lo que sabemos ahora, a usted le hubieran ahorcado en Nüremberg en 1946». Speer, que mantuvo hasta el final que no sabía nada del Holocausto, guardó silencio. Wiesenthal entonces dijo: «Sabía que tenía razón».
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