Carlos Francisco Gutierre
Para fundamentar cada una de las cinco condenas el presidente del tribunal leía uno por uno los nombres de las 16 personas asesinadas que motivaron la sentencia. En el silencio tajante del bulevar repleto esos 16 nombres se leyeron cinco veces.
Y en ese momento burocrático, afónico e irrepetible los que estaban allí pudieron sentir que el pasado, dimensión invocada como algo dejado atrás, estaba ahí mismo. Esto era el presente y podía tocarse con las manos.
En la aparición circular de esos nombres comparecía la más agobiante y palpable soledad de 16 personas desterradas a un afuera absoluto. Nombre por nombre, personas que fueron secuestradas bajo una política tramada desde el Estado, confinadas sin ser acusadas formalmente de nada, atormentadas en claustros clandestinos, sometidas a suplicio sin defensor ni juez, privadas de la chance de decir a sus familias dónde estaban, asesinadas sin clemencia. Esa impensable soledad serpenteó por la calle cada vez que una y otra vez asomaban los nombres de las víctimas.
Cuando entré al diario La Capital en 1993 para referirse al período en que ocurrieron estos hechos costaba todavía escribir la palabra dictadura. En tantas marchas gremiales o políticas los periodistas solíamos cruzar a Walter Pagano, ayer condenado por 16 asesinatos, conversando con policías que representaban la institucionalidad, insinuándose orgulloso ante gente de la que fue verdugo. La verdad acaba por saltar todos los diques. Hoy Walter Pagano tiene condena a perpetua. Y a la dictadura le llamamos dictadura.
En el año 2003 el general Ramón Díaz Bessone, ex comandante del II Cuerpo de Ejército con sede en Rosario en 1977, produjo una declaración impresionante a la periodista francesa Marie Monique Robin, justificando los métodos sangrientos. “¿Y si los metíamos en la cárcel, qué? Ya pasó acá. Venía un gobierno constitucional y los ponía en libertad. Porque esta es una guerra interna. No es el enemigo que quedó del otro lado de la frontera. Salían otra vez a tomar las armas, otra vez a matar”.
Tantas veces se dijo que los juicios por delitos de lesa humanidad venían a remover el pasado. ¿Esa admisión de Díaz Bessone era el pasado? Lo que remueven como un océano embravecido dichos así —que son acciones— es la forma del presente. Esto que logramos juzgar con los órganos democráticos del Estado argentino es lo que existió. Ayer por primera vez en Rosario el pasado oficioso se convirtió en oficial. Las instituciones no sólo dijeron qué pasó sino también quién lo hizo. Lo que habremos de hacer en adelante será a partir de esto. ¿Por qué necesitamos recordar? Tzvetan Todorov dice que el mal sufrido debe inscribirse en la memoria colectiva, pero para dar una nueva oportunidad al porvenir. Sólo desde aquí podemos ir por la nuestra.
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