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Foto del escritorMuseo Negro

La batalla del Atlantico


Durante gran parte de la 2ª Guerra Mundial se libro una batalla importantisima, si no, la más importante del conflicto, que paso desapercibida a favor de las grandes batallas terrestres que tuvieron lugar en Europa. Esta batalla fue la llamada batalla del Atlántico. Al estallar el conflicto y acelerarse la maquinaria, casi todos los recursos necesitados por Gran Bretaña tenían que ser llevados por mar; hierro, caucho, acero, alimentos, materias primas, combustibles, etc... Conscientes de que cortar el flujo de suministros dejaría a Inglaterra fuera de la guerra, Alemania se lanzo a una dura contienda en el Atlántico en el que ambos bandos sufrieron cuantiosas perdidas.


Los U-Boot, los submarinos alemanes fueron los principales protagonistas y más letales adversarios. Hacia un poco más que un mes del estallido de la guerra, cuando un solitario submarino alemán entro en el puerto más seguro de la Royal Navy (Marina Real Británica), en Scapa Flow (Escocia) y hundió el acorazado Royal Oak el 13 de octubre de 1939. Sin embargo, Raeder, comandante en jefe de la Kriegmarine (Marina de guerra alemana) era consciente que Gran Bretaña aun era la dueña del mar. La previsión inicial era que la guerra no iba a estallar hasta 1945, por lo que la marina alemana aun no había puesto en servicio la flota que tenia en mente el almirante Raeder. Tampoco Döenitz, líder de la flota de submarinos contaba con los 300 submarinos que, según él, podrían cortar toda comunicación marítima entre Gran Bretaña y el resto del mundo, (de echo, en el momento de estallar la guerra la flota alemana tenia 56 submarinos de los cuales, solo el 50% eran aptos para misiones de largo alcance).


La guerra en la superficie 

Al inicio de la guerra, las principales amenazas para los mercantes fueron los incursores alemanes, barcos armados disfrazados de inocentes mercantes neutrales.

Los acorazados de bolsillo y cruceros alemanes partían en busca de solitarios mercantes o pequeños convoyes escasamente protegidos; su éxito no fue el tonelaje hundido, sino poner en jaque a toda la Royal Navy.


Pero aquella suerte no duraría mucho, el 13 de diciembre de 1939, el acorazado de bolsillo Graf Spee fue sorprendido por tres cruceros.


El combate acabo en tablas; seriamente dañado, el acorazado se refugio en Montevideo, Uruguay. Sin posibilidad de escape, el capitán, Hans Langsdorff, (todo un hombre de honor que a pesar de haber hundido 9 barcos enemigos, no causo ni una sola muerte entre los marineros de los mercantes), hundía su barco el 20 de diciembre suicidándose en su camarote (tras evacuar a toda su tripulación a tierra firme).


Los incursores quedaron fuera de combate en cuanto se instauro el sistema de convoyes (casi todos de los 130 barcos que hundieron los incursores alemanes iban solos).


En mayo de 1941 Raeder se dispuso a jugarse el todo por el todo. Planeo algunos de sus mejores barcos contra los convoyes. Tres cruceros pesados y el superacorazado Bismarck., con 42.000 toneladas y 250 m, el Bismarck era el orgullo de la flota alemana. Para el combate iba equipado con 8 cañones de 380 mm y protegido por 38 centímetros de duro acero. Sin embargo debido a unas escaramuzas, dos de los cruceros tuvieron que ser retirados para reparaciones.


Junto al Prinz Eugen, el Bismarck se lanzo a la caza de mercantes. Sin embargo, avistado por una avión británico, la Royal Navy se lanzo tras el gran Bismarck; numerosos cruceros y acorazados, junto a un portaaviones se lanzaron a la caza del Bismarck y el Prinz Eugen.

Finalmente, el 23 de mayo fueron localizados y atacados por el acorazado King George V y el crucero de combate Hood, el orgullo de la Royal Navy.


Sin embargo, la coraza del gigante alemán prevaleció, y tras unas andanadas, el Hood salto por los aires alcanzado en su santabarbara. En un instante, el crucero desapareció en una bola de fuego, y con él 1.416 tripulantes; solo sobrevivieron tres hombres.


En inferioridad numérica, el acorazado británico se retiro a una distancia prudencial. Sin embargo, el ataque había conseguido dañar el Bismarck, alcanzado en un deposito de combustible, tenia que volver de inmediato. Tras un mortal juego del gato y el ratón, el Bismarck volvió a ser avistado el 26 de mayo. Atacado por torpederos del portaaviones Ark Royal, el gigante alemán quedo gravemente tocado. Con el timón bloqueado, quedo sin posibilidad de escape.


Atacado por dos cruceros y dos acorazados por varios flancos, el Bismarck presento batalla. Durante más de una hora, los grandes cañones tronaron en el Atlántico; después, el silencio. El Bismarck desapareció en el mar, y con él, la ultima oportunidad de la marina de superficie alemana. Su barco gemelo, el Tirpitz fue llevado a la relativa seguridad de los puertos noruegos; sin embargo, atosigado por incursiones de comando y aéreas, nunca salió a mar abierto, siendo hundido en noviembre de 1944. Igual destino o parecido le sucederían a la mayoría de los grandes buques alemanes.


Aunque jugo un papel menor, la fuerza aérea alemana también lucho y duro en la batalla; sus bombarderos de largo alcance atacaron a los convoyes en sus tramos finales, cerca de tierra firme. También fueron de utilidad a los submarinos, localizando y avisando de la posición de los mercantes aliados en rumbo.

La guerra submarina 

Mientras esto ocurría, Döenitz, almirante de la flota de submarinos soñaba con llevar a cabo una táctica que le rondaba desde sus años de capitán de submarino durante la primera guerra mundial. Su táctica era sencilla pero devastadora; organizar "manadas de lobos", agrupaciones de submarinos que hostigarían a los convoyes, causando la confusión y el caos.


Contrariamente a lo que se cree, los submarinos atacaron sobre todo en la superficie, de noche para evitar ser descubiertos, ya que en superficie eran mucho más veloces y maniobrables que bajo el agua.


Finalmente, el 17 de octubre de 1940 Döenitz puso en marcha su táctica con devastadora eficacia; 7 submarinos localizaron y emboscaron al convoy SC-7; de 35 barcos, 20 fueron echados a pique por los torpedos de los U-Boot; a la mañana siguiente fue localizado otro convoy, el HX-79, de 49 buques; los submarinos que aun tenían torpedos, acudieron a la cita, reforzados por otros dos submarinos.


12 barcos hundidos. En el bando alemán, ni una sola perdida. Sin embargo como es natural, los británicos no se mantuvieron expectantes. Organizaron cada vez mejor sus convoyes, llegando a formar flotas de hasta 40 barcos, protegidos por destructores y corbetas equipadas con lo ultimo en tecnología.


Con la aparición del radar, la sorpresa y ventaja de los submarinos quedo anulada, en superficie, detectados por radar, bajo el agua, por el asdic (sonar).

Los sistemas de escucha, interceptaban las transmisiones de la Kriegmarine, necesarias para organizar las manadas de lobos, permitiendo eludir las emboscadas o preparar las escoltas para el ataque.

En marzo del 41 estas mejoras se cobraron tributo; tres de los mayores ases de submarinos fueron puestos fuera de combate; Günter Prien, el heroe de Scapa Flow, con más de 28 barcos hundidos a sus espaldas (160.939 ton) fue hundido junto a su U-47; Joachim Schepke; (30 barcos, 159.150 ton) es obligado a salir a superficie por cargas de profundidad, el destructor Vanoc arremete contra su submarino y lo parte en dos, y finalmente, el as de ases; el submarino de Otto Kretschmer (44 barcos, 266.269 ton) es gravemente dañado; obligado a emerger, el capitán Kretschmer consigue salir indemne antes del hundimiento de su nave, solo para caer en las manos de los británicos.


Aunque habían atacado a los convoyes y hundidos varios mercantes, tres submarinos hundidos (junto a la perdida de tres experimentados capitanes) era un precio demasiado alto a pagar.


En otoño de 1941 Alemania disponía ya de 200 submarinos (aunque solo 80 de ellos podían estar plenamente disponibles para el combate), pero la balanza se había equilibrado; los submarinos eran una amenaza para las comunicaciones británicas; pero sus escoltas estaban preparadas para contestar duramente; y la balanza seguía inclinándose hacia el lado ingles.


Nuevos modelos de bombarderos de largo alcance y reconocimiento entraron en servicio; pequeños portaaviones de escolta empezaron a ser utilizados en los convoyes; el clímax llego en diciembre de 1941; el convoy HG76, compuesto por 32 mercantes y 9 navíos de guerra de escolta partió de Gibraltar.


Döenitz asigno el ataque a una fuerza de 9 submarinos; durante una semana de combates el convoy solo había perdido 2 barcos; la peor parte se la llevaron los alemanes; 5 de sus submarinos fueron echados a pique.


El 7 de diciembre de 1941 EE.UU. entraba en guerra, sin embargo, lejos de perjudicar a la Kriegmarine, su entrada supuso nuevos terrenos de caza para los U-Boot. Inexpertos, la flota americana fue presa fácil para los submarinos germanos.


Hasta tal punto, que los meses de 1942 registraron la mayor tasa de buques hundidos de la guerra. De entre todos las perdidas de aquel año, hubo unas que pasarían a los anales de la historia naval. El convoy PQ17, rumbo a Archangel, Rusia, partió de Islandia el 27 de junio.

El convoy lo formaban 35 mercantes y una escolta nada desdeñable; 21 barcos de guerra; además, en la ruta del convoy se habían congregado hasta 26 barcos para dar apoyo en un momento dado; entre estos barcos de apoyo había acorazados, cruceros e incluso un portaaviones.



Sin embargo, el 4 de julio el Tirpitz, el barco gemelo del legendario Bismarck, desapareció de su base en Noruega; temerosos de que hubiese partido para interceptar al PQ17, el almirantazgo británico ordeno la dispersión del convoy. (En realidad el Tirpitz solo estaba trasladándose a otro puerto).


Esto resulto un error fatal, en los días sucesivos, los mercantes, solos y vulnerables fueron cazados uno por uno por la aviación alemana y los submarinos.


Cuando el ultimo barco llego a Archangel, se contabilizaron 24 barcos perdidos. Fue la prueba final de la eficacia de los convoyes. Mientras que permanecieron juntos, el convoy solo había pedido 3 barcos, cuando se dispersaron, los mercantes fueron sistemáticamente cazados por los alemanes sin muchas dificultades. Sin embargo, las líneas vitales de suministro no estaban en el sur del Atlántico (donde se habia desplazado la mayoria de la flota para atacar a los americanos), sino en el norte, y Döenitz decidió volver a lanzar a sus manadas de lobos contra los aliados a principios de 1943.


Al principio la suerte sonrío a los alemanes para sorpresa de los aliados, que temieron que el sistema de convoyes empezase a fallar. Atacando un convoy de 51 barcos, hundieron 13 sin una sola perdida; en otro de 90, los submarinos hundieron 21 con una sola perdida. Pero la tecnología y la perseverancia dieron sus frutos; las perdidas empezaron a disminuir, y lo más gratificante, las de los submarinos aumentaron.


En 1943 varios adelantos volvieron a ayudar a los aliados; el radar centimetrico a bordo de aviones les permitió localizar a los submarinos en la lejanía; los barcos Liberty, mercantes capaces de transportar 10.800 toneladas, eran construidos a un ritmo de 140 al mes, mucho mas rápido de lo que los alemanes los hundían; se diseñaron los grupos de apoyo a los convoyes.


Grupos de destructores de escolta y corbetas, que permanecían preparados para lanzarse a ayudar a las escoltas de los convoyes; y, al no pertenecer explícitamente a estos, centrarse en la búsqueda y destrucción de los submarinos. Döenitz muy a su pesar comprobó que la batalla empezaba a cobrar tintes de derrota.


El convoy ONS5, de regreso a Norteamérica fue atacado por unos 50 submarinos alemanes en 10 de los 20 días que duro el trayecto. Aunque se perdió un tercio de los buques, la escolta y el grupo de apoyo se cobraron la perdida de 6 submarinos.


En otros tiempos, una congregación tan grande de submarinos habría acabado con el convoy al completo, pero la situación actual demostraba que los submarinos habían perdido la iniciativa. 70 submarinos en cuatro grupos llegaron a hundir 26 mercantes, pero 27 de ellos fueron echados a pique por las escoltas.


En mayo la Kriegmarine perdió 41 submarinos; entre sus tripulantes, Peter Döenitz, el hijo menor del almirante. En Abril, Döenitz retiro a sus manadas de lobos. Aunque no se reconoció oficialmente, la batalla del Atlántico había llegado a su fin. Los U-Boot continuaron batallando en el mar, pero jamás volverían a representar una seria amenaza a la navegación aliada. En los dos últimos años de guerra se calculo que por cada mercante hundido, los alemanes perdían un submarino.


Cuando acabo todo se contabilizaron alrededor de 4.600 mercantes hundidos, millones de toneladas en armamento, materias primas y combustibles. Peor saldo obtuvieron los alemanes, de 865 submarinos que entraron en servicio, 753 acabaron sus días en el fondo del mar, y con ellos la vida de 28.542 marineros, 2/3 del total de tripulantes que sirvieron en el servicio de submarinos.

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