Josef Rudolf Mengele conocido como “El ángel de la muerte”, (Günzburg, Baviera; 16 de marzo de 1911 — Bertioga, Brasil; 7 de febrero de 1979) fue un médico y criminal de guerra nazi, especialmente conocido por sus experimentos con seres humanos en el campo de concentración y exterminio de Auschwitz, que ocasionaban la muerte de éstos en la mayoría de los casos.
El nombre de Josef Mengele ha llegado a encapsular el horror del Holocausto en el cual las máquinas nazis de la destrucción trituraron a seis millones de judíos y eliminaron una cantidad incontable de días de otros seres humanos.
Antes de que se supiera de su muerte, Simon Wiesenthal, cazador de criminales de guerra, había dicho: «Es el último de los genocidas de las fábricas de muerte de Hitler y Himmler.» Cuando el cadáver fue desenterrado, las recompensas por Mengele habían ascendido hasta los tres y cuatro millones de dólares.
Mengele en Austchwitz: Ciencia al servicio del odio: Como médico, Mengele recibía a los recién llegados a Auschwitz cuando bajaban de los trenes. Con un gesto del pulgar, un movimiento de su bastón de mando, una sonrisa en el rostro o palabras amables en los labios, dictó la ejecución inmediata en las cámaras de gas de unas doscientas o cuatrocientas mil personas.
Era hombre de cierto ingenio y humor negro. «Llegan aquí siendo judíos —decía , y se van convertidos en humo por la chimenea.», para algunos «Era un tipo agradable —insiste un antiguo colaborador de Auschwitz—. Tenía horizontes muy amplios; era una persona muy interesante.» Un interno lo calificó, textualmente, de «bella persona». Otro dijo que era «bondadoso». Algunos prisioneros gitanos corrían a saludarlo llamándolo Vater, Vüterchen y Onkel (padre, papi, tío).La lista de cargos en su contra incluye muertes por disparos, golpes e inyecciones químicas aplicadas por su propia mano, que mataron a unos doce individuos. Algunos sobrevivieron a los enfrentamientos con él a costa de un cuerpo mutilado e imborrables recuerdos de torturas disfrazadas de experimentos médicos.
Inmaculadamente uniformado con su prístina camisa azul, esparciendo fragancia de jabón perfumado, el «encantador» Josef Mengele inspeccionaba las filas de pobres prisioneros, sucios, con la cabeza afeitada, medio muertos de hambre, y señalaba a algunos para que murieran.
Mengele presentaba un humor variable que desafía cualquier interpretación. Magda Bass, una rumana de diecisiete años, bajó del tren a trompicones en Auschwitz el 6 de junio de 1944, el día en que los Aliados vadearon hasta las costas de Normandía. Por la importancia que allí tenía, los soldados podían haber desembarcado en la luna. Mientras ella y su madre trataban de comprender las ásperas órdenes guturales que surgían de los megáfonos, «alguien me cogió del brazo.
Ví que era un oficial. Con voz suave, preguntó: “Ustedes son hermanas?” “No —respondió mi madre—, soy su madre”».
Ese breve encuentro hizo que Magda Bass y su madre no fueran incluidas en la columna de exterminio que iba hacia las cámaras de gas. Más adelante sentiría la punzada de los experimentos de Mengele, y por fin llegó el momento en que «vi reír a Mengele. Estaban forzando a varios grupos de prisioneros a arrodillarse en filas en el suelo, con las manos sobre la cabeza.
Es muy difícil mantener esa posición durante cierto tiempo. Los guardias tenían grandes perros pastores alemanes adiestrados. Ante una palmada, un chasquido de dedos o el grito de “Judío!”, corrían entre las filas de personas arrancando trozos de carne a hombres y mujeres, y haciéndolos pedazos. Mengele reía.
Mengele era el hijo mayor privilegiado de una familia adinerada, cuyos miembros mantenían muy buenas relaciones entre sí. Además de su certificado de médico, tenía el título de doctor en filosofía. Amaba la música, y el garbo musical descrito por Grete Salus le surgía naturalmente. Había leído mucho y admiraba a Dante. La curiosidad intelectual que le hacía tan buen conversador entre sus colegas le impulsó hacia la investigación médica. Los internos de Auschwitz le temían tanto por su poder sobre la vida y la muerte como por sus investigaciones.
El interés de Mengele en el genotipo humano rubio de ojos azules es curioso, pues ni él ni sus superiores respondían a esa descripción. Mengele estaba fascinado por los ojos azules, y se decía que tenía una colección de ellos en las paredes de su oficina, similar a una colección de mariposas. Constantemente trataba de cambiar el color de los ojos de los niños.
¿Por qué podría alguien querer cambiar el color de los ojos? ¿Qué hacía tan especial a los ojos azules? Mengele intentaba responder mediante sus experimentos eugenésicos, ¿Por qué la “raza superior aria” presentaba más cantidad de personas con ojos azules, que con ojos de otros colores característicos de las razas inferiores? Para resolver el intrincado rompecabezas genético Mengele tendría un poder de decisión absoluto: podía hacer lo que quisiera.
Las investigaciones de Mengele tenían un fin claramente demarcado: lograr la absoluta perfección de la raza aria y asegurar su reproducción. Es por ello que intentaba descifrar los secretos de los nacimientos múltiples. Cuando se sabía que tocaba el turno de las rondas de Mengele, la tensión invadía por igual a prisioneros, guardias y doctores de la SS. Todo el mundo se aterrorizaba cuando comenzaba a revisar a los recién llegados, en su frenética búsqueda de gemelos.
«Llevaba a cabo sus experimentos como un aficionado loco», expresa, desdeñosa, la doctora Olga Lengyel. «Pasaba horas enteras inclinado sobre sus microscopios, mientras el aire, afuera, hedía por el denso olor a carne quemada que surgía de las chimeneas de los crematorios», recuerda el doctor Miklos Nyszli, patólogo húngaro, prisionero y colaborador de Mengele
Cuando él llegaba con su terrible voz, los guardias nazis se aterrorizaban, y eso aterrorizaba aún más a los judíos. Mengele siempre se presentaba con su uniforme impecable y sus botas de cuero perfectamente lustradas, muy elegante, como un caballero refinado y aristocrático, caminando como si fuera dueño del universo, absolutamente4 seguro de sí mismo, mirando a los ojos a cada uno de los recién llegados.
El Fantasma: Mengele dejó su uniforme de oficial de la SS, y vistió el de oficial de la Wehrmatch (ejército alemán) y se dirigió a una unidad hospital que iba hacia el sur. Cuando finalmente, en mayo de 1945 Alemania capituló, Mengele terminó en dos campos de prisioneros de los aliados, ignorado por sus captores.
Ello se debió a que él había pasado por alto muchos de los trámites necesarios para ser parte de las SS. Esos trámites, capturados por los oficiales aliados de Estados Unidos, eran utilizados para determinar qué sujeto era arrestado en forma automática. No hay documento que explique por qué Mengele carecía del tatuaje obligatorio de oficial de las SS, que se hacía en la parte interior del brazo izquierdo, dos pulgadas por debajo de la axila.
Mengele llega a Argentina: Por lo que se sabe, Mengele huyó de Auschwitz a finales de 1944, luego de los fuertes bombardeos sufridos por el campo de concentración y exterminio, regresando a a Gunzburg, donde su padre, Karl Mengele, lo protegió sin más trámite.
Dueño de una importante empresa fabricante de implementos agropecuarios, Karl Mengele arrendó o compró (no hay certeza al respecto) para su hijo Joseph una finca en las cercanías de la fábrica donde podía pasar desapercibido, hasta que en los avances de los juicios de Nuremberg su nombre se hizo popular. Este hecho hizo que el “Dr. Muerte” organizara su huida hacia Argentina, usando conexiones políticas y un pasaporte falso a nombre de Helmut Gregor, expedido por la Cruz Roja Internacional
Con permiso de desembarco en estricta regla, "el ángel de la muerte” arribó a Buenos Aires el 20 de junio de 1949. Cuando los inspectores de migraciones de la República Argentina revisaron la documentación notaron que el italiano Gregor, hijo de NN y de Berta Gregor, no hablaba el idioma materno,
Según los datos aportados, había nacido en el pueblo de Tarmano, Trento, Italia, el 6 de agosto de 1911, afirmaba ser soltero y técnico mecánico de oficio. Cuando el avispado funcionario de migraciones intentó separarlo del grupo sospechando que algo raro había en el italiano que sólo hablaba alemán, un enviado del SSCarlos Fuldner, funcionario del gobierno de Juan Domingo Perón, lo interrumpió y en menos de un minuto debió disculparse por importunarlo. A media tarde ya se encontraba cómodamente ubicado en lo que sería su primer domicilio transitorio, sito en la calle Arenales Nº 2460 de la localidad de Florida, provincia de Buenos Aires.
En Argentina se sentía seguro, gracias a una organización secreta conocida como ODESSA, encargada de otorgar salvoconductos a antiguos oficiales SS. La presencia de comunidades alemanas ofrecía confianza, y ciertas zonas de Argentina le recordaban las montañas de su Baviera nativa.
Mengele se sentía como en casa, en su residencia en la zona de Florida, en Buenos Aires, viviendo bajo el nombre de Helmut Gregor. Más tarde en la década del 50, consideró que la caza de criminales de guerra había terminado, y comenzó a decir su nombre. Incluso, habría llegado a obtener la nacionalidad argentina. Inició una compañía de implementos agrícolas con su verdadero nombre... Hasta figuró en la guía telefónica!
Su padre lo visitó y le informó que Irenna demandaba el divorcio, a lo que él accedió, ¿Qué otra cosa podría hacer? Era sólo una formalidad. Irenna tendría su libertad y él seguiría adelante con su vida en Argentina. Tiempo después su abogado le informó que el Gobierno alemán había mandado cartas al Gobierno argentino, solicitando la extradición de nazis. Mengele cayó en pánico.
Con la ayuda de ODESSA huyó al Paraguay, donde tramitó su ciudadanía. Bajo las leyes paraguayas ya no podía ser extraditado. En aquellos tiempos, este país era gobernado por el dictador Alfredo Stroessner, descendiente de alemanes y admirador de los nazis. Seguro, aunque intranquilo, Mengele se dejaba ver en las calles de Asunción.
El MOSSAD, servicio secreto israelí y creador intelectual del secuestro de famoso criminal de guerra Eichmann, estaba tras sus huellas. En aquellos días, era un hecho público que perseguían a otros jerarcas nazis, por lo que Mengele debió huir... el juicio de Eichmann hacía eco en sus oídos...
Eichmann fue sentenciado a la horca, y Mengele sintió también la soga en su cuello. Por ello, decidió viajar al Brasil, donde se ocultaría durante el resto de su vida, ya no como el Ángel de la Muerte, sino como un hombre atemorizado, solitario y fugitivo. Cuando llegó a Brasil en la década del ~60, su vida se disuelve.
Su muerte: Según afirmaciones en 1979 fue invitado a pasar un día de playa, a 30 millas de Sao Paulo. Mengele se introdujo en el mar, hasta que el agua alcanzó sus rodillas. En ese momento desapareció. Sufrió un ataque cardíaco, cayó al agua y se ahogó. Cuando fue llevado a la playa, y a pesar de los esfuerzos, no pudo ser resucitados’.
Geza Bossert propietaria de la finca donde pasó sus últimos días, hizo los arreglos para que Mengele fuera enterrado en el cementerio de Ambu, bajo una lápida que lleva el nombre de Wálfgang Gérhard, y allí permaneció hasta su exhumación en 1985.
Fuente Consultada: “Cientificos Nazi en Argentina” de Carlos Napoli Mengele "El Ultimo Nazi" de Gerald Astor www.avizora.com
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