La madrugada del 18 de febrero de 1973, Enrique Gorriarán Merlo consultó su reloj y al ver que eran las 0:30, le ordenó a su gente revisar las armas y abordar el automóvil que aguardaba estacionado afuera. Lejos de allí, en otros puntos de la ciudad, los jefes de sección hacían lo propio, impartiendo órdenes mientras repasaban en su mente los pasos a seguir.
Como era domingo y hacía calor, las calles aún se hallaban pobladas, el tránsito era considerable y por ser época de vacaciones, se observaban paseantes por todas partes, por lo que iba a ser imperioso moverse con cautela para no llamar demasiado la atención.
Bajo un cielo despejado, sin luna, los cuadros se pusieron en marcha, tomando diferentes rutas en dirección al objetivo. Algunos lo hicieron por la Av. Pablo Ricchieri, otros por Ambrosio Olmos, los más cruzando el Suquía, para aproximarse desde el norte por Hipólito Yrigoyen, Paraná y el Boulevard Junín1, hasta alcanzar los puntos de reunión, desde donde el plan, seguirían su avance a pie.
Era la Compañía “Decididos de Córdoba” que se lanzaba al ataque dividida en seis pelotones: “29 de Mayo”, “Che Guevara”, “Lazcano-Polti-Taboada”, “Jorge Luis Sbedico”, “Ramiro Leguizamón” y “Martínez-Ferreira”, cuarenta hombres luciendo uniformes militares, que desde las 12:00 del día anterior permanecían acuartelados en sus respectivos locales operativos.
Su objetivo, al que pensaban tomar por asalto, era el Batallón de Comunicaciones 141 de Córdoba, cuyas dependencias se alzaban en el Parque Sarmiento, un paseo lindero al Barrio Jardín, situado a veinticinco cuadras al sur del centro de la ciudad.
Gorriarán estaba al corriente de que el grueso de la unidad, unos 640 hombres, se hallaba en maniobras más allá de Alta Gracia, en José de la Quintana, hacia donde había partido 36 horas antes al mando del teniente coronel Luchessi y que en el cuartel solo se encontraba la guardia, integrada por otros 60 efectivos, a las órdenes de un mayor.
Pese a que su compañía estaba formada por 40 combatientes experimentados, debían sincronizar perfectamente sus movimientos porque a la menor falla, sus hombres podían ser aniquilados o lo que era peor, rigiendo la pena de muerte, sometidos a la justicia militar.
Sin embargo, estaba tranquilo pues confiaba plenamente en la capacidad de sus segundos, Francisco Ventrici y Alejandro Enrique Ferreyra Beltrán, cada uno al mando de una sección.
Eran hombres resueltos y experimentados que sabrían desempeñar su misión como lo habían hecho en tantas oportunidades, guiando a sus tropas con determinación y seguridad.
La acción fue impecable, desde el punto de vista militar, puesto que en pocas horas y con sólo tres tiros de FAL se logró el objetivo de capturar dos toneladas de armamento —setenta y cuatro FAL, dos FAP, ciento doce pistolas, dos ametralladoras MAG, cinco lanzagranadas, seiscientos proyectiles para fusil y demás municiones—, que posteriormente sirvió para las unidades que abrieron un frente rural en Tucumán.
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