El campo de concentración de Auschwitz, situado a unos 60 kilómetros al oeste de Cracovia, Polonia, está ubicado en un paisaje de foresta y pantanos. La S.S., o Schutz-Staffel (elite de la Gestapo) escogieron un antiguo cuartel de la monarquía austro-húngara para situar allí el primero de los campos de Auschwitz, debido a la situación favorable de las vías de comunicación.
El complejo comprendía un territorio de 40 kms2, del que también formaba parte un coto vedado muy extenso. Bajo el mando del primer comandante, Rudolf Höss, se empezó a construir en mayo de 1940 el campo, que más tarde se conocería como Auschwitz I, o campo central. Esta primera ampliación estaba proyectada para 7,000 presos y comprendía 28 edificios de ladrillo de dos plantas, así como otros edificios adyacentes de madera. Por término medio, el número de presos ascendía a 18,000. Dos alambradas de espino con corriente de alta tensión cercaban la totalidad de la superficie. En un letrero sobre la puerta de entrada al campo se podía leer, en señal de desprecio y sarcasmo, el lema “EL TRABAJO TE HARÁ LIBRE” (ver foto arriba).
Allí toda crueldad e infamia, toda bestialidad y aberración, toda atrocidad y todos los horrores, se habían dado cita para transformar el lugar en un verdadero infierno. Continuas muertes por enfermedades y por inanición, frío, fatigas agotadoras, escorbuto, disentería, traumas e infecciones. El pelotón de fusilamiento acribillaba a docenas a la vez contra un paredón forrado de caucho, para atenuar el ruido del disparo. En la plaza de armas, cinco personas subían a la banqueta. El verdugo les colocaba el lazo al cuello. Con una patada a la banqueta quedaban las víctimas suspendidas.
Auschwitz se había hecho famoso por la instalación de la primera cámara de gas, la cual comenzó a operar el día 15 de agosto de 1940. Lo que más se temía no eran las balas, ni las horcas, ni las cámaras de gas, sino los sótanos de la muerte, o “Bunkers”, por la lenta agonía, y el martirio enloquecedor del hambre y de la sed.
Por orden de Heinrich Himmler se empezó a construir el campo de Auschwitz II - Birkenau, en octubre de 1941. Éste -mucho más extenso que el campo central- comprendía 250 barracones de madera y de piedra. El número más elevado de presos en Birkenau ascendió en 1943 a aproximadamente 100,000 personas. Birkenau desde un principio estaba pensado como campo de exterminio. Allí también se encontraba “la rampa”, junto a la linea del tren, en la que se llevaba a cabo la selección de los recién llegados tan pronto como bajaban de los vagones en que venían apretujados como ganado.
En Birkenau se encontraban los Crematorios II al V (terminados entre el 22 de marzo y el 25 de junio de 1943), cada uno de ellos equipado con una cámara de gas, y donde, según los informes de las S.S., podían ser quemados 4,756 cadáveres diarios.
Es en este segundo Campo de Concentración en el que es asesinada Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein), judía conversa al catolicismo y consagrada como religiosa carmelita descalza. En la revuelta del 7 de octubre de 1944, algunos presos volaron la cámara de gas del Crematorio IV. En noviembre de 1944 las S.S. desmanteló las instalaciones de exterminio, destruyendo los crematorios.
Auschwitz es la personificación de las atrocidades del siglo XX. Representa el lugar en donde se llevó a cabo un genocidio planificado y organizado hasta los más mínimos detalles. Las víctimas no fueron enterradas, sino calcinadas. Sus cenizas fueron esparcidas sobre los campos colindantes.
Nuestros recursos lingüísticos no alcanzan a describir todas las crueldades a las que fueron sometidos tantos inocentes: hombres, mujeres y niños, en este lugar de horror. No sólo fueron asesinados brutalmente, sino que miles de ellos murieron de hambre, y muchos fueron obligados a trabajos forzados bajo condiciones infrahumanas, hasta morir de agotamiento.
Lo que hoy en día queda del Campo y sus instalaciones sólo logra transmitirnos ínfimamente el sufrimiento de cientos de miles de personas. Hoy en día nadie que jamás haya estado en un Campo de Concentración podría creer y menos aún comprender las crueldades cometidas por los nazis en Auschwitz.
Las Cámaras de Gas El método más eficiente en el exterminio de seres humanos fue la muerte por gaseamiento. La S.S. se sirvió del ácido cianhídrico “Zyklon B”, el cual, en un espacio herméticamente cerrado, se evaporaba a la temperatura del cuerpo, provocando en muy poco tiempo la muerte por asfixia. Los primeros intentos de gaseamiento tuvieron lugar en septiembre de 1941, en las celdas de arresto del bloque 11, en el campo principal de Auschwitz. Más tarde, el depósito de cadáveres junto al Crematorio I se utilizó como cámara de gas. Debido al rendimiento limitado del Crematorio I y a la imposibilidad de mantenerlo totalmente en secreto, la S.S. se trasladó en 1942 a Birkenau, donde transformaron dos granjas situadas en un bosque en cámaras de gas. Los cadáveres eran transportados en ferrocarriles de vía estrecha a las fosas, que se encontraban a unos cuantos cientos de metros.
Allí eran soterrados; sin embargo en otoño de 1942, los cadáveres fueron desenterrados y quemados.
Dado que esas instalaciones provisionales tampoco eran suficientes, se empezaron a construir en julio de 1942, las cuatro grandes "fábricas de la muerte" que fueron puestas en funcionamiento entre marzo y junio de 1943. Los propios presos fueron obligados a construir esos lugares de exterminio. BIRKENAU (Auschwitz II)Este campo, mucho mas grande que el primero se construyó con trabajo forzado de los prisioneros. Muchos recién llegados los llevaban directamente a las cámaras de gas. Técnicamente era posible quemar diariamente en los crematorios a 4,756 cadáveres, sin embargo, sólo se trataba de una cifra teórica, en la que también se incluía el tiempo necesario para el mantenimiento y la limpieza de los hornos. De hecho, en los Crematorios II y III fueron quemados hasta 5,000 cadáveres; en los Crematorios IV y V hasta 3,000 cadáveres a diario. Cuando se sobrepasaba la capacidad de los crematorios, los cadáveres eran quemados en hogueras al aire libre. En el verano de 1944, durante la deportación de los judíos húngaros, la S.S. volvió a poner en funcionamiento el búnker II. En aquella época era posible asesinar y quemar hasta 24,000 personas a diario. Las cenizas de los muertos servían de abono para los campos, para el drenaje de pantanos, o simplemente eran vertidas en los ríos o estanques de las cercanías. Mujeres en Auschwitz En marzo de 1942, se estableció en el campo central Auschwitz I la primera sección para mujeres, separándola del campo de hombres por un muro de ladrillos de dos metros de altura. Las primeras presas fueron 999 mujeres procedentes de Ravensbrück.
El 16 de agosto de 1942, el campo de mujeres en Auschwitz I fue desmantelado y las mujeres fueron trasladadas a Birkenau. Fue entonces cuando se llevó a cabo el primer exterminio en masa de presas: 4,000 de las 12,000 internas fueron gaseadas antes del traslado. En Birkenau sólo se encontraban internadas unas pocas presas políticas alemanas, de forma que el campo disponía de muy pocas “funcionarias”. La mayoría de las funcionarias del campo eran prostitutas alemanas. También había unas pocas judías (p. ej. algunas judías eslovacas) que disfrutaban de un estatus especial. Se trataba de una minoría, ya que tanto los judíos como los gitanos y los eslavos eran catalogados de "Untermenschen" (seres humanos inferiores) dentro de la estructura social de la S.S.; es decir, para la S.S. no formaban parte de la sociedad humana.
El sufrimiento de las presas en los barracones abarrotados todavía era mayor, si cabe, que el de los hombres. No sólo por la falta de espacio, sino también por las medidas e instalaciones sanitarias insuficientes, los constantes registros, y los malos tratos perpetrados por el personal de guardia de la S.S. Muchas de las mujeres-guardias de la S.S. igualaban en crueldad y en dureza a sus colegas masculinos. Incluso competían por ser los/las más crueles en el trato con los presos. Especialmente temida era la jefa de vigilancia del campo de mujeres, María Mandel, que también tomaba parte en las selecciones.
Las mujeres física y psíquicamente se derrumbaban antes que los hombres, convirtiéndose por ello también antes en un “musulmán” (así llamaba la S.S. a los prisioneros que tenían un aspecto sumamente demacrado y ya no podían realizar trabajos duros). La media de esperanza de vida de las mujeres en el campo era en un 50% inferior a la de los hombres. Por esta línea llegaban las víctimas. Vista desde dentro del campo, junto a las cámaras de gas y crematorios. Al fondo se ve la entrada del campo. Sólo la esperanza de vida de aquellas mujeres que formaban parte de los "buenos comandos de trabajo" era superior (p. ej. en la cocina, en la sastrería, de asistenta en la familia del comandante, de escritora en la sección política, etc.) Todas las demás presas tenían que realizar, al igual que los hombres, los trabajos más penosos. Las mujeres también estaban obligadas a prestarse a experimentos pseudomédicos. Destacaban especialmente por su crueldad los médicos Dr. Schumann (esterilización con rayos X), Dr. Clauberg (esterilización con preparados químicos, inseminación artificial de las mujeres, castración de los hombres) y Dr. Mengele (experimentación con gemelos, investigación racial en gitanos y enanos). Musulmanes A aquellas personas más abatidas y derrumbadas por la vida en el campo se las llamaba “musulmanes”. El musulmán era un ser humano abatido, derrumbado por la vida en el campo, una víctima del exterminio paso a paso. Se trataba de un preso que sólo recibía la comida del campo sin tener la posibilidad de “procurar” nada, y que perecía en el transcurso de unas pocas semanas. El hambre crónica generaba un debilitamiento físico general. Sufría una pérdida de musculatura, y sus funciones vitales se reducían al mínimo existencial. El pulso se alteraba, la presión arterial y la temperatura disminuían, temblaba de frío. La respiración era más lenta, la voz se debilitaba, cada movimiento significaba un gran esfuerzo. Cuando se sumaba la diarrea provocada por el hambre, el decaimiento se producía aún más rápidamente. Los gestos se volvían nerviosos y descoordinados. Cuando permanecía sentado, el tronco se tambaleaba con movimientos incontrolados; a la hora de caminar ya no era capaz de levantar las piernas.
El “musulmán” ya no era dueño de su propio cuerpo. Le salían edemas y úlceras, estaba sucio y olía mal. El aspecto físico de un musulmán se describía de éste modo: Extremadamente delgado, la mirada apagada, la expresión indiferente y triste, los ojos profundamente hundidos, el color de la piel gris pálido; la piel se iba haciendo transparente y seca, como de papel, y terminaba pelándose. El pelo se volvía duro y tieso, sin brillo, y se partía con facilidad. La cabeza parecía aún más alargada al sobresalir los pómulos y las órbitas de los ojos. También las actividades mentales y las emociones sufrían un retroceso radical. El preso perdía la memoria y su capacidad de concentración.
Todo su ser se concentraba en una sola meta -su alimentación. Las alucinaciones provocadas por el hambre disimulaban el hambre atormentadora. Sólo registraba lo que se le ponía directamente delante de los ojos y sólo oía cuando le gritaban. Se resignaba sin resistencia alguna a los golpes. En la última fase, el preso ya ni siquiera sentía ni hambre ni dolores. El “musulmán” moría en la miseria, cuando ya no aguantaba más. Personificaba la muerte en masa, la muerte por inanición, el asesinato psíquico y el abandono, un muerto ya en vida. Los niños en Auschwitz A partir de 1942, los niños procedentes de todas las zonas ocupadas fueron deportados a Auschwitz. En general los niños pequeños eran asesinados inmediatamente por ser demasiado pequeños para trabajar. Si durante la selección, una madre llevaba a su hijo en brazos, los dos eran enviados a la cámara de gas, porque en estos casos se calificaba a la madre de no capacitada para trabajar. Si era la abuela la que llevaba al niño, era ella la asesinada junto al niño. La madre, -en caso de ser considerada capacitada para trabajar- era ingresada en el campo. Sólo en el campo de los gitanos y en el campo de familias de Theresienstadt, a las familias les estaba permitido permanecer juntas. Los niños varones, a los que la S.S. perdonaban la vida, se convertían primero en aprendices de albañil en la construcción de los crematorios en Birkenau. Ya que la alimentación no era suficiente para realizar estos trabajos tan duros, sufrían de desnutrición. En 1943, concluidos los trabajos en Birkenau, los muchachos de la “escuela de albañilería” fueron trasladados a Auschwitz I, donde fueron asesinados, junto a otros niños, inyectándoles fenol. Algunos niños se encontraban de continuo en el campo, en los bloques y en los comandos de trabajo, donde tenían que ejercer de peones. Algunos kapos alemanes abusaban de los muchachos para satisfacer sus instintos más perversos, agravados por su larga estancia en el campo. En el campo estaba prohibido beber agua, puesto que estaba contaminada. Sin embargo los niños la bebían debido a la escasez de agua potable. Sus pequeños cuerpos débiles y demacrados estaban expuestos sin protección alguna a todas las enfermedades del campo. Muy a menudo, como consecuencia de la destrucción total del cuerpo por el hambre, ni siquiera se podía comprobar de qué enfermedad habían muerto. Los niños, al igual que los adultos, estaban en los huesos, sin músculos y sin grasa, y la piel fina y de pergamento, se desollaba en todas partes sobre los huesos duros del esqueleto, inflamándose y convirtiéndose en heridas ulcerosas. La sarna cubría por completo sus cuerpos desnutridos, extrayéndoles toda su energía. Las bocas estaban carcomidas por profundas úlceras de noma, que ahuecaban las mandíbulas y perforaban las mejillas como un cáncer. En muchos casos y debido al hambre, el organismo, que se iba descomponiendo, se llenaba de agua. Se hinchaban hasta convertirse en una masa deforme, que no podía ni moverse. La diarrea, sufrida durante semanas, corrompía sus cuerpos indefensos, hasta que al final, debido a la pérdida continua de sustancia, no quedaba nada de ellos. La situación era especialmente grave para las mujeres embarazadas. Al principio eran enviadas directamente a las cámaras de gas. Sin embargo, también había partos clandestinos en el campo. En la mayoría de los casos las mujeres morían de septicemia. En cualquier caso, el recién nacido no tenía casi ninguna posibilidad de sobrevivir. Los médicos de la S.S. y sus ayudantes le arrebataban el niño a la madre, y lo asesinaban. A principios de 1943, a las mujeres embarazadas registradas en el campo, se les permitía dar a luz. Sin embargo, los recién nacidos eran ahogados en un cubo lleno de agua por las ayudantes de la S.S. En el transcurso del año 1943, los recién nacidos de “descendencia aria” ya no eran asesinados, sino registrados en el registro del campo. Al igual que a los adultos les era tatuado un número. Puesto que su antebrazo izquierdo era demasiado pequeño, el número les era tatuado en el muslo o en el trasero. Debido a las condiciones de vida en el campo, los recién nacidos no tenían casi ninguna posibilidad de sobrevivir. Si un niño lograba sobrevivir las primeras seis a ocho semanas, la madre tenía que entregarlo a la S.S. Si se negaba, los dos eran enviados a la cámara de gas. Algunos niños, cuando eran rubios y de ojos azules, eran arrebatados a sus madres por las S.S. para “germanizarlos”, mientras que a los niños judíos se les seguía tratando con una increíble crueldad y finalmente se les asesinaba. Las madres totalmente debilitadas por el hambre, el frío y las enfermedades, muy a menudo no podían ni siquiera evitar que las ratas mordieran, royeran o incluso se comieran a sus hijos. Para los recién nacidos no había ni medicamentos, ni pañales, ni alimentación adicional. El Asesinato Por Inyección Letal Los presos temían el ingreso en la enfermería, puesto que tenían que contar con “la inyección letal”, incluso cuando sólo sufrían “una enfermedad leve”. “La inyección letal” significaba ser asesinado con una inyección de fenol de 10 ccm, inyectada directamente en el corazón. Las víctimas morían en el acto. Con ese método de asesinato se empezó en agosto de 1941. Las inyecciones de fenol en la mayoría de los casos las administraban los sanitarios Josef Klehr y Herbert Scherpe, así como los presos iniciados Alfred Stössel y Mieczyslaw Panszcyk. Los presos, al igual que los niños seleccionados para la inyección letal, tenían que presentarse en el bloque 20 del campo central. Allí se les llamaba de uno en uno y se les mandaba sentarse en una silla del ambulatorio. Dos presos sujetaban las manos de las víctimas, un tercero les vendaba los ojos. Acto seguido, Klehr introducía la aguja en el corazón y vaciaba la jeringuilla. Así morían entre 30 y 60 personas a diario. El Campo de los Judíos Húngaros Hasta la entrada de las tropas alemanas en Hungría y la reconstitución del gobierno el 19 de marzo de 1944, el gobierno húngaro se había negado a deportar a la población judía a los campos de concentración. El nuevo gobierno con su jefe pro-alemán Sztojay, aceptó las exigencias alemanas, concentrando a los judíos en ghettos y campos transitorios para después deportarlos a Auschwitz-Birkenau. Preparativos a gran escala precedieron a los dos primeros transportes, que salieron el 29 de abril de 1944 de Kistarcsa (1,800 judíos), y el 30 de abril de 1944 de Topolya (2,000 judíos). Tras una interrupción de dos semanas empezó, el 15 de mayo de 1944, la fase principal de las deportaciones. Hasta el 9 de julio de 1944, un total de 437,402 judíos fueron deportados desde Hungría a Auschwitz. Debido a la fuerte presión por parte de los países neutrales y del Vaticano, el regente Horthy prohibió seguir con las deportaciones. En aquél momento, Alemania no quería que se agravase el conflicto con Hungría, por lo cual renunció a tomar medidas decisivas. Sin embargo, en agosto de 1944, varios centenares de judíos húngaros fueron transportados a Auschwitz desde el campo para presos políticos en Kistarcsa. Para estar preparados antes de la llegada de los dos primeros transportes, se realizaron las siguientes mejoras: los crematorios fueron reformados, los hornos crematorios reforzados con chamota (arcilla refractaria), y las chimeneas con bandas de hierro. Detrás de los crematorios fueron excavadas fosas muy amplias. Un mayor número de presos fue asignado a los comandos de limpieza, así como a los comandos especiales. A pesar de ello, estos dos comandos no daban a basto -eran demasiados los judíos que llegaban con sus correspondientes pertenencias. Bloque 14, bunker de la muerte, donde mataron a S. MaximilianoLa inscripción lee: "celda en la que en 1941 murieron prisioneros sentenciados a muerte de hambre como resultado de responsabilidad colectiva por los escapados. Uno de ellos fue el Padre Maximiliano Kolbe, el sacerdote polaco que sacrificó su vida para salvar a otro prisionero" Los judíos húngaros tardaban aproximadamente cuatro días en llegar al campo. Los vagones estaban tan abarrotados que no podían respirar. No se les daba de beber, y muchos de ellos morían por asfixia o de sed. Especialmente los niños pequeños, los ancianos y los enfermos, morían debido a estas circunstancias durante el transporte. Al tratarse de transportes tan numerosos, la S.S. seleccionaba a muchos judíos para enviarlos primero al campo, y después a la cámara de gas. Sin embargo, el número de los cadáveres gaseados era tan elevado que los crematorios no tenían suficiente capacidad para esas masas. Los cadáveres se iban amontonando, de forma que terminaron apilándolos en hogueras dentro de unas fosas previamente excavadas, donde eran quemados. Para acelerar este proceso, fueron excavadas zanjas alrededor de las hogueras, en las que escurría la grasa de los cadáveres. Esa grasa se vertía sobre los montones de cadáveres, para que ardieran mejor y más rápidamente. Los hombres más sádicos de la S.S. se divertían arrojando en vida a niños pequeños o ancianas a la grasa hirviente o al fuego. Para calmar a los parientes de los deportados y también al resto de la población húngara que se había percatado del hecho de que un gran número de personas de repente había desaparecido, los húngaros recién llegados tenían que enviarles una postal con el siguiente texto: “Estoy bien.” Como remitente había de figurar el campo de trabajo de Waldsee, que sólo existía en la imaginación de la Gestapo. También aquellos que eran enviados directamente del tren a la cámara de gas, recibían postales en las cabinas de los crematorios con la orden de escribir a casa. La Enfermería La enfermería no se diferenciaba en nada de los restantes barracones. Las camas estaban atiborradas de piojos y los colchones de paja empapados de excrementos humanos. Los presos que sufrían de disentería se encontraban en los camastros de arriba, su deposición líquida acababa cayendo sobre los enfermos de los camastros de abajo. A menudo los enfermos tenían que compartir cama con los moribundos o los muertos. No había ni asistencia médica ni medicamentos. Durante mucho tiempo a los médicos presos les estuvo prohibido trabajar en la enfermería. No existían ni aseos, ni agua, ni jabón, ni toallas. La comida era la misma para los presos enfermos que para los presos sanos. El 28 de julio de 1941, tuvo lugar la primera selección en la enfermería. Los presos fueron sometidos a un “tratamiento especial”, bajo el cual se entendía el asesinato en las cámaras de gas. Tomaba lugar cada dos o tres semanas, o cada semana en que la enfermería estaba llena. Cada vez que se daba parte de ello, se daba la orden de organizar un transporte para someterlos al “tratamiento especial”. La S.S. determinaba el número de presos que debían ser gaseados. Amor en medio del odio En mayo de 1941, San Maximiliano Kolbe fue arrestado por la Gestapo en Niepokalanow, la ciudad de la Inmaculada, y llevado a Auschwitz, la ciudad del odio y de la muerte, en el intento de los alemanes de exterminar a todos los líderes de Polonia. El padre Kolbe recibió golpizas y fue víctima de grandes crueldades por el simple hecho de ser sacerdote católico. A estos los hacían trabajar aun más duro que a los civiles, y los oficiales de la S.S. se gozaban en la mas mínima oportunidad para proporcionarles golpizas inhumanas. Si alguno intentaba ayudarlos, castigaban al sacerdote aumentándole el peso del trabajo o los golpeaban hasta perder el conocimiento. San Maximiliano fue una luz un medio de tanta oscuridad. Hay muchos testimonios de aquellos que a través de su ejemplo y palabras lograron mantener la fe en medio de tanta desesperación y muerte. Un sobreviviente del campo de concentración explicó: “La vida en el Campo era inhumana. Uno no podía confiar en nadie porque habían espías aún entre los prisioneros. Todos éramos egoístas de corazón. Con tanto hombre asesinado alrededor, la esperanza era que otro fuera asesinado y uno sobrevivir... los instintos animales se elevaban por el hambre”. Esta fue la realidad que compartió San Maximiliano con ellos, trayendo paz al corazón de los más atribulados, consuelo a los afligidos, fortaleza a los débiles, la gracia de Dios a través del sacramento de la Misericordia, la oración y el sacrificio; y como buen Maestro de almas, vivió hasta el extremo lo que no se cansó de predicarles a sus frailes: “No se olviden nunca de amar”. TESTIMONIOS DE QUIENES CONVIVIERON CON SAN MAXIMILIANO KOLBE EN EL CAMPO DE CONCENTRACIÓN AUSCHWITZ Sigmund Gorson, judío sobreviviente de Auschwitz, lo llamó “un príncipe entre los hombres”: “Yo nací en una familia preciosa donde el amor abundaba. Toda mi familia, padres hermanas y abuelos fueron asesinados en el Campo de Concentración, solo yo sobreviví. Para mi fue durísimo encontrarme solo en el mundo, en una situación de terror e infierno como se vivía en Auschwitz, y profundamente solo a la edad de trece años. Los jóvenes de mi edad perdíamos pronto la esperanza de sobrevivir y muchos se tiraban a los alambres eléctricos para suicidarse. Yo no perdía la esperanza de encontrar en esa masa inmensa de personas, a alguien que hubiera conocido a mis padres, un amigo o vecino, para no sentirme tan solo. Es así como el padre Kolbe me encontró, por decirlo así, en busca de alguien con quien yo pudiese hacer contacto. El fue como un ángel para mi. Como una mamá gallina acoge a sus polluelos, así me tomó entre sus brazos. Me limpiaba las lágrimas. Yo creo más en la existencia de Dios desde aquél entonces. A partir de la muerte de mis padres yo me preguntaba, ¿dónde está Dios?, y había perdido la fe. El padre Kolbe me devolvió la fe. El padre sabía que yo era un joven judío, pero su amor nos abarcaba a todos. Él nos daba mucho amor. Ser caritativo en tiempos de paz es fácil, pero serlo, como lo era el padre Kolbe en ese lugar de horror, era heroico. Yo no solamente amé muchísimo al padre Kolbe en el Campo de Concentración, sino que lo amaré hasta el último momento de mi vida”. Mieczyslaus Koscielniak relata como San Maximiliano había intentado crear en Niepokalanow una escuela de santos, y lo mismo intentó hacer en medio de los horrores de Auschwitz: “San Maximiliano nos animaba a perseverar con fortaleza, “no se dejen quebrantar moralmente” -nos decía, prometiéndonos que la justicia de Dios existía y que eventualmente los Nazis serían derrotados. Escuchándolo a él, se nos olvidaba el hambre y la degradación a la que eramos sujetos constantemente. Un día San Maximiliano me pidió un favor. “Nuestra vida aquí es muy insegura”, me dijo, “uno por uno estamos siendo llevados al crematorio, tal vez yo también vaya, pero para mientras, ¿me podrías hacer un favor? ¿me podrías hacer un dibujo de Jesús y María a quienes les tengo gran devoción?”. Se los dibujé del tamaño de una estampilla de correo, y las llevaba en una bolsa secreta que tenía en la correa. Arriesgando su propia vida o al menos una buena paliza, nos reunió en secreto casi todos los días entre los meses de junio y julio para instruirnos. Sus palabras significaban mucho para nosotros, pues nos hablaba con gran fe sobre los santos que se celebraban cada día, y lo que ellos tuvieron que sufrir. Nos hablaba con gran ardor sobre los mártires que se habían sacrificado totalmente por la causa de Dios, y en Pentecostés nos exhortó a perseverar y a no perder el ánimo, puesto que aunque no todos sobreviviríamos, todos sí triunfaríamos”. Henry Sienkiewicz era un joven que dormía al lado de San Maximiliano cuando estos llegaron al Campo. “Nunca dejé pasar un día en el que no viera a mi amigo. El Padre se ganaba todos los corazones”. “Viviendo día a día de la mano de Dios como lo hacía el Padre Kolbe, tenía un atractivo que era como un magneto espiritual. El nos llevaba a Dios y a la Virgen María. No cesaba de decirnos que Dios era bueno y misericordioso. El hubiera deseado convertir a todos en el Campo, incluyendo a los Nazis. Él no solo oraba por su conversión, sino que nos exhortaba a nosotros a que oráramos por su conversión también. Una mañana en que me iba a hacer trabajo duro, antes de partir se me acercó el Padre y me dio un cuarto de su ración de pan. Me di cuenta de que había sido golpeado brutalmente, y que estaba exhausto, y por ello no quería recibírselo. Además, no recibiría nada más hasta la noche. El Padre me abrazó y me dijo: “Debes tomarlo. Tu vas a hacer trabajo fuerte y tienes hambre”. Si yo fui capaz de salir con vida, mantener la fe y no desesperar, se lo debo al Padre Kolbe. Cuando estuve cerca de la desesperación y a punto de tirarme en los alambres eléctricos, él me dio fortaleza y me dijo que saldría con vida. “Sólo apóyate en la intercesión de la Madre de Dios”. Él infundió en mi una fe fuerte y una esperanza viva, especialmente en su protección Materna.” El Papa en Auschwitz y otros escritos sobre judaísmoReunidos en un volumen de la Librería Editora Vaticana 16 julio 2006 (ZENIT.org). ¿Qué dijo Benedicto XVI en Auschwitz y qué comentó después de su viaje? Estos textos, junto a otros comentarios sobre el judaísmo, se reunen ya en un pequeño volumen de la Librería Editorial Vaticana (LEV): «Svégliati! Non dimenticare la tua creatura, l’uomo» (¡Despierta! No olvides a tu criatura, el hombre). El volumen comienza con las palabras que Benedicto XVI pronunció el 31 de mayo en la Plaza de San Pedro. Decía: «Ante el horror de Auschwitz no hay otra respuesta que la cruz de Cristo: el Amor que desciende hasta el fondo del abismo del mal, para salvar al hombre en la raíz, donde su libertad puede rebelarse contra Dios». El libro consta de una introducción del biblista Gianfranco Ravasi sobre «Las fuentes del desierto» y después se ofrece el discurso íntegro del Santo Padre en el campo de concentración nazi de Auschwitz. En la sección documental se ha añadido el mensaje de Juan Pablo II por los 60 años de la liberación de los prisioneros del campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau, así como un escrito del entonces cardenal Josehp Ratzinger titulado «La herencia de Abraham, regalo de Navidad». «Nosotros Recordamos. Una reflexión sobre la Shoah» también se puede leer en este volumen, que finaliza con la homilía de Juan Pablo II en el campo de concentración de Brzezinka y con el texto de la declaración conciliar «Nostra Aetate» sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas. En sólo 80 páginas se plasma el interés de los dos últimos Papas por los judíos. Como subraya el teólogo Ravasi en la introducción, «el llamamiento de los dos Papas peregrinos a Auschwitz implica a las conciencias de la humanidad entera para que vuelvan a la paz».
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