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  • Foto del escritorMuseo Negro

Caso Sauan: las dos mujeres que en aquellos días de 1980 conocieron de cerca a Masciaro

Ambas salieron con el hombre que sería acusado de matar y disolver en ácido el cuerpo del empresario textil. Una de ellas dijo que le propuso matrimonio. La otra contó una extraña escena de intimidad en el cine. Todo en vísperas de caer detenido.

Por Hernán Lascano / 7 de septiembre 2022·02:10hs

El departamento de Montevideo 1651, donde vivía Masciaro y en el que encontraron el cuerpo del empresario desaparecido.


Alguien vio a un hombre inmóvil en el departamento en que por esos días vivía Juan Carlos Masciaro. Era la imagen de dos piernas paralizadas en el living, desnudas bajo una luz pálida, casi irreal, que provenía de otro ambiente. Fue el mismo día en que se denunció la desaparición de Jorge Salomón Sauan. A Masciaro lo terminarían acusando de matar a ese hombre y disolver su cuerpo en ácido sulfúrico en ese mismo piso de Montevideo y España.


La intención era pedir un rescate a la familia. Hubo una única persona que vio a un individuo en el departamento que ocupara Masciaro el señalado como día del crimen. Una mujer de 43 años, oriunda de Casilda, jefa del área de Comunicaciones del Banco Provincial de Santa Fe, que vivía en un departamento de Urquiza al 1900. Ella tuvo un entredicho con el ocupante del departamento que, nervioso y abrumado, se empecinaba en no darle paso ni decirle qué hacía en ese lugar ese hombre en esa posición extraña, quien era y cuál era la razón de su negativa a permitirle permanecer allí.


El relato de esta mujer es la única referencia de lo ocurrido en la escena del crimen la que se presenta como la noche del hecho. Era el martes 16 de diciembre de 1981, el día principal del acontecimiento, que ahora se refleja en "Un crimen argentino", la película filmada en Rosario y estrenada hace diez días. El abogado Masciaro había salido de la cárcel hacía solo un mes tras purgar una pena por estafar con la venta de unos campos a dos compradores. A través de un corredor inmobiliario llamado Juan Ortiz conoció a Graciela Obelard. Precisamente la mujer que le alquiló de manera temporaria un departamento que poseía en Montevideo 1651. Y que recién supo que su inquilino le había dado un nombre falso cuando el caso de la desaparición de Sauan estaba en las noticias.

Masciaro tenía 35 años en ese momento. Desde antes de entonces y hasta el final de su vida adulta convivieron dos formas de describirlo. Las dos sostenidas en un manejo profuso y experto del don de la palabra. Una como un individuo capaz de las mentiras más extravagantes. La otra como un hechicero fascinante a la hora de seducir. Un hombre que encantaba a las mujeres pero que también las llenaba de asombro.

Antes de conocer a Graciela Obelard hubo otra mujer con la que Masciaro tuvo unas pocas salidas. Se llamaba Patricia Romero y tenía 20 años. Su declaración transpira extrañamiento por ese hombre que le había dicho que era piloto de Air France, que estaba de paso por Rosario y se había hospedado en el Hotel Ariston de Córdoba al 2500 hasta comprar un departamento en la calle Montevideo. Dos cosas intrigaron a Patricia. Una es que ese hombre cortés le dijo que tenía una fábrica de pelotas de fútbol y que le pidiera por eso algo de literatura sobre tratamiento de cueros. Unos meses después diría Masciaro al defenderse que tenía el ácido sulfúrico en el departamento debido a su proyecto laboral de curtir cueros para fabricar balones.

La otra cosa que sorprendió a Patricia fue algo que pasó en el cine. En el medio de la película advirtió que Masciaro había dejado de prestar atención a lo que pasaba en la pantalla para, durante largos minutos, contemplarla fijamente. Ella captó el vistazo penetrante y sostenido de su acompañante por lo que le preguntó si pasaba algo. La respuesta fue que le gustaba mirarla.

Patricia dijo que Masciaro era una persona muy tranquila, que vestía muy bien, que le hablaba pausado, pensando cada palabra y que la contemplaba durante períodos muy prolongados. Le prestó "El exorcista", un libro que, le dijo, lo había impactado. La invitó a su casa donde le aseguró tener "una infinidad" de bebidas alcohólicas. Durante los cuatro días de la única semana que salieron afirmó ella que jamás intentó él un contacto físico y nunca le hizo la menor insinuación de mantener relaciones íntimas. Solo una vez le acarició la mano lo que le hizo notar lo delicadas que eran las de este hombre. Pocos días después le planteó que ya no podían seguir juntos porque él era, según dijo, "un venerable anciano", que "no tenía sentimientos" y que "ya no podía querer a una mujer".

El sosiego de ese individuo taciturno y pensante se quebró la noche en que un mes después Graciela Obelard fue al departamento que le alquilaba. Ellos ya mantenían una relación que tampoco era de intimidad pero sí ya era cercana. De hecho Juan Cataldo Masciaro, suboficial del Ejército y padre del finalmente acusado de matar a Sauan, había revelado que su hijo fue a su casa de Riccheri y Mendoza una de esas noches de diciembre. Quería pedirle el auto para salir "con la bancaria".

Seis personas habían visto el día anterior a Masciaro cenando con Sauan en el club Argentino Sirio de la calle Italia. Ese 16 de diciembre Graciela fue al piso de Montevideo al 1600. Había recibido una llamada anónima en la que una voz femenina le pedía que vigilara más el departamento. Le brotó la idea de que su inquilino podría estar usándolo como casa de citas. Como tenía un duplicado de la llave la introdujo en la cerradura del primer piso de calle Montevideo sin siquiera tocar el portero. Cuando forcejeaba porque había una llave del lado de adentro Masciaro salió y le clavó los ojos. Le preguntó qué estaba haciendo allí e interpuso el cuerpo para no dejarle paso.

Ella forcejeó dejando clara su intención de entrar. Lo logró. En su declaración ante el sumariante judicial Carlos Triglia dijo que había en el piso una luz encendida pero estaba muy tenue. Eran pasadas las 22. Impetuosa y algo perturbada por sospechar que habría alguien más se dirigió al dormitorio pero al pasar por el living notó algo que en ese momento no pudo precisar con exactitud.

Entró en el cuarto, encendió la luz y vio sobre la cama sin deshacer un pantalón y al parecer una camisa. Volvió hacía atrás, pasó al baño y prendió la luz. Dijo que Masciaro la seguía de cerca apagando las luces que ella prendía. El living estaba oscuro pero al llegar a su vértice observó en el medio de esa sala un par de piernas. Fue una visión extraña que le quedaría grabada. Un par de piernas delgadas y juntas, como pegadas en una posición anormal, de color pálido y que por el vello en las pantorrillas eran de hombres. Tenía medias y zapatos negros con los cordones puestos.

Todo era anormal y un tanto estrafalario. Masciaro se mantenía junto a ella del lado que le cerraba la visión hacia el living tratando de acercarla a la cocina. Un poco obnubilada por esa rareza le preguntó a Masciaro sobre la presencia de ese hombre en esas condiciones en el departamento. Le preguntó también por qué no la presentaba.

Contrariado, el abogado la condujo a la cocina y cerró la puerta. Le dijo que era un cliente y le pidió consideración porque se trataba de una persona que en su profesión no la podía ni debía molestar. Un hombre en calzoncillos en el living, pensó Graciela Obelard. "Una persona que no habló, que ni siquiera la escuché que respirara, pero que puedo asegurar con toda firmeza que ni siquiera se movió de la forma en que estaba".


Graciela parecía muy pendiente de su observación. Y por eso subrayaba la quietud de esa persona. "La tendencia natural al sentarse es separando las piernas. La de esta persona no estaban juntas", dijo.

Masciaro le imploró que se fuera y la citó para el día siguiente en un bar de Zeballos y España donde le contaría todo con más detalles. ¿Quién era ese hombre en lo oscuro? ¿Estaba descansando en esa posición como decía el inquilino? O sugería la escena otra cosa?

El tanque de fibrocemento con el ficus. En la tierra removida de ese macetero se encontraron los restos de Sauan. ARCHIVO LA CAPITAL

Los cabos sueltos de esa turbadora noche empezaron a anudarse cuando Graciela supo que ese hombre con el que había compartido cenas y salidas no se llamaba Juan Carlos Macías Medrano, como se había presentado al firmar el comodato por dos meses, y que sería acusado de quitarle la vida a un hombre en el departamento que ella le había alquilado y diluir allí mismo el cadáver en un tanque de fibrocemento.

Todo un asunto salpicado de rarezas pero extrañamente sazonado de hechos normales. Con un hombre con el que, según ella dijo, solo iban a tomar un café o a cenar afuera. Masciaro le contó que era representante legal de Air France, que tenía su casa frente a La Sorbona en París y que había llegado a Argentina para supervisar una plantación de pinos en su campo de Pergamino por lo que solamente necesitaba alquilar su departamento por un par de meses.

"Llegamos a tutearnos y en una oportunidad me propuso matrimonio para viajar luego a Francia juntos y conocer su casa allí y sus actividades, propuesta a la que no contesté por considerarla imprevista y prematura", testimonió Obelard.

El 17 de diciembre Masciaro y Graciela se encontraron en el bar. El se manifestó muy enojado por la forma en que ella había entrado al departamento y le pidió que solamente fuera allí con él. Le dijo que sus clientes, por situaciones complicadas en las que podían encontrarse no querían ser vistas consultando a un abogado y que eso era precisamente lo que lo había puesto incómodo la noche antes.

Ella aprovechó para recriminarle que tuviera un enorme macetero en el medio del living. Un tanque desproporcionado para la dimensión reducida de ese departamento. Le preocupaba que un objeto tan pesado de mover pudiera arruinar el alfombrado.

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