Entrevista a Carlos Paez: Octubre de 2002
Antes de hacer las entrevistas quisimos consultar con algún familiar directo de los elegidos, sobre el enfoque que le queríamos dar al tema y por sobre todo, si había cosas sobre las que no quisieran hablar.
Nacho habló con Madelón Rodriguez, mamá de Carlitos Paez y amiga suya. Luego coincidimos con Madelón en un vuelo a Buenos Aires. Como siempre, fue muy valioso hablar con ella. Me dio confianza y como en otras ocasiones, nos “enroscamos” con el tema de Los Andes. Fue parte importante de esta historia y su punto de vista me parecía fundamental.
No me llama la atención que cuando el avión se detiene en la cabecera de la pista y se dispone a despegar, Madelón se persigne.
Carlos Paez nos recibe con la simpatía que lo caracteriza. La confianza que nos dieron los años que trabajamos juntos hace que todo se desarrolle con calma y naturalidad.
Creo que no perdió la inocencia, la frescura y la admiración que siente por sí mismo y por sus amigos de la cordillera. Pero como él dice”Yo soy un personaje público y pago las consecuencias”. Por momentos parece atrapado en alguien que no se conmueve con lo que dice y sin embargo, cuando le pido la foto que está arriba de la mesa la expresión de su cara cambia por completo.
Es una copia en blanco y negro con bordes blancos. Típica foto de prensa. Se ve a Carlitos, brindando con vaya uno a saber que, en una tapa de un termo. Hace minutos del rescate e increíblemente no presenta signos de desnutrición como la mayoría de sus compañeros.
A su lado, uno de los Strauch se inclina sobre lo que seguramente sea algo para comer.
La mano casi esquelética que asoma por un costado no se sabe de quien es y sin embargo llama tanto la atención como la cara del gendarme detrás de Carlitos, escuchando algo que nunca va a olvidar.
-"Llevátela así como está (con marco, vidrio) y me la devolvés como está".
Reconozco en la expresión al que me imagino fue Carlitos con 18 años. Ese muchacho rebelde y creyente, que sin quererlo se estaba convirtiendo en ícono de la esperanza que tantas veces el hombre parece haber perdido.
-Por supuesto- le contesto –Como va, vuelve.
Guardo la foto en mi bolso con mucho cuidado y me siento.
Es hora de encender el grabador.
La vida, antes
¿Qué recuerdos tenés de tus años en el Colegio Stella Maris?
La verdad que me la pasé bien en el colegio. Estudié poco y me divertí mucho. Yo vivía en Carrasco, un verdadero privilegio para cualquier chico. Nos íbamos en bicicleta al colegio y en el camino juntábamos ranas, viste como es eso... Tengo un gran recuerdo de lo que fue toda mi infancia.
¿De qué jugabas al rugby?
Jugaba de pilar y no era muy bueno. Hice un solo try en mi vida y además compartido con varios, así que nunca supe si fui yo realmente. Jugaba de Pilar en el First XV del colegio.
¿Elegiste ese deporte o era el único que se practicaba?
No, se practicaba fútbol también, pero yo era malísimo y me incliné por el rugby. La verdad que era muy buen deportista (risas).
Definime en valores lo que significa la palabra rugby.
Básicamente rugby significa equipo.
Tu formación física, ¿influyó en lo que fue tu supervivencia en Los Andes?
Yo creo que no, de verdad. Creo que más influyó un tema de educación. Hubo varios puntos. El primero fue la inconciencia, éramos todos chicos y éramos inconscientes.
El hecho de ser conocidos también era importante, de ser casi todos amigos o del mismo nivel social y cultural. Creo que son cosas que influyeron y la parte religiosa jugó además, un papel importantísimo. Pero no creo que el rugby nos haya unido, de hecho no eran todos jugadores de rugby. Yo mismo no iba a jugar al rugby. Ni siquiera eran todos del colegio. Es más, de los 16 sobrevivientes hay 7 que no iban al colegio.
¿Y tu formación religiosa?
Mi formación religiosa ayudó, obviamente. Cuando no teníamos nada de que agarrarnos, nos agarrábamos de Dios que era lo único que teníamos porque no había otra cosa más.
El Dios que conocieron allá ¿era el mismo que en el que vos creías o veías cuando ibas a misa?
No. Era un Dios bien diferente. En el colegio teníamos una imagen de dios que era un viejo de barba que anda por las nubes y que se yo. Ahí conocimos un Dios que estaba más vinculado con el desapego, con la humildad y con el no tener nada. En la medida que uno estás más despojado de cosas, la figura de Dios aparece más importante.
¿Cuáles eran tus expectativas, tus proyectos y sueños?
Mi proyecto era trabajar en el campo. Como buen mal estudiante y como mi familia tenía campo, decidí inclinarme por el campo. Estudié en la escuela agraria de Sarandí Grande y me recibí de técnico agropecuario y bueno, trabajé en el campo. Después me di cuenta que no era un trabajo para mi. Yo soy un tipo más de relacionarme con la gente y en el campo estás un poco limitado. Soy muy ansioso y el trabajo de campo es muy lento. Los procesos son muy lentos.
La tragedia
¿Qué recordás de aquella fatídica tarde de octubre a bordo del Fairchild de la fuerza aérea?
Habíamos salido de Montevideo para Santiago de Chile el día 12 de Octubre de mañana y tuvimos que bajar en Mendoza porque las condiciones del tiempo para cruzar la cordillera no eran buenas.
Pasamos la noche en Mendoza y comimos en el restaurante de un uruguayo que conocimos ese día. Nos habíamos dividido en grupos, más o menos por amistad y la verdad que estábamos encantados. Era nuestro primer viaje “largo”.
En un momento, al otro día se llegó a barajar la posibilidad de volvernos a Montevideo porque el tiempo no mejoraba y finalmente los pilotos decidieron cruzar a Chile en parte presionados por nosotros.
A las dos de la tarde salimos rumbo a Santiago.
Al ratito nomás aparecieron las primeras nubes y empezaron las turbulencias. Vimos que el avión empezaba a bajar y uno de los ayudantes nos comunicó que habíamos iniciado el descenso hacia el aeropuerto de Santiago. En ese momento caímos en el primer pozo de aire, después vinieron otros dos más, muy grandes caídas eternas que no terminaban nunca. Los motores rugieron al mango en lo que calculo fue el intento por levantarlo y una de las alas tocó contra la montaña y vino el impacto.
Yo creía que todo lo que estaba pasando era parte de la navegación normal, no tomaba conciencia de que habíamos chocado. Lo único que atiné a hacer fue poner la cabeza entre las manos y rezar. Entre el Padre Nuestro que era la oración más larga y el Gloria que es la más corta, elegí el Ave María, un intermedio. El Padre nuestro seguro no lo terminaba y el Gloria lo iba a terminar muy rápido y no quería quedar mal con Dios. Es increíble pero me dio para hacer ese razonamiento.
Así que comencé a rezar el Ave María y cuando terminé el avión se detuvo. Ese episodio está bastante bien documentado en la película...
¿En serio no te dabas cuenta que habían chocado y se estaban deslizando montaña abajo?
Yo no me di cuenta hasta que paró. Cuesta mucho darte cuenta de que te accidentaste en un avión por la velocidad con la que transcurren las cosas, y más cuesta darte cuenta de que sí te accidentaste y encima estás vivo.
¿Y cuando el avión paró?
Se fueron todos los asientos para adelante y quedamos todos apretados. Yo tardé como media hora en poder salir. Recién ahí me empecé a dar cuenta de lo que había pasado. Estaba Canessa cerca y le pregunté si se había muerto alguien. “Es un desastre” me contestó. Salí de lo que quedaba del avión y vi al gordo Francoise sentado, muy tranquilo fumando un cigarro. Ahí empezó el caos.
¿Cómo fue esa primera noche?
Espantosa. Había una cantidad de gente que se estaba muriendo y de hecho se murieron esa noche. Si me pidieras una definición de la palabra infierno te respondería “esa noche”.
¿Pensás que el hecho de tener 19 años te ayudó en el sentido de no ser muy conciente de lo que estaba pasando?
Totalmente. Todo fue una inconciencia. Sin ir más lejos, lo que hicieron Parrado y Canessa, caminar por la cordillera durante diez días sin equipo y después de dos meses casi sin alimentarse, no le entra en la cabeza a nadie.
Hace poco estuvimos en la cordillera y yo la pasé muy mal. Estamos más veteranos, es verdad, pero creo que la inconciencia de los 18 años jugó un papel fundamental. El hecho de no medir los riesgos de lo que hacíamos nos llevó a salir de allí...
Alguna vez antes del accidente, ¿habías pensado en la muerte?
Siempre pensás en la muerte.
Te parece que es una cosa lejana porque además el ser humano es bastante arrogante y de alguna manera creés que a vos nunca te va a pasar nada. Me acuerdo una definición que escuché en un velorio. Un tipo le preguntaba a otro “¿Y vos que opinas de la muerte?”. El otro contestó “yo a la muerte le tengo bronca”. Me parece una buena forma de definir el tema.
Yo le tengo miedo. La verdad es que no me gusta.
¿Cómo hiciste para tan rápidamente cambiar la perspectiva con respecto a este tema, de no haber pensado nunca a convivir con ella?
En realidad convivimos más con la vida que con la muerte. Por más que habían 29 muertos alrededor nuestro, el tema de la esperanza y de la fe en luchar por la vida nos hizo convivir más con ella que con la muerte, a pesar de estar en un cementerio.
¿De que temas hablaban?
En general hablábamos de comida. Estábamos con tanto hambre que hablábamos mucho de comida. Habíamos hecho una lista con más de 130 restaurantes en Montevideo. Era masoquismo puro.
¿El dinero en los Andes tenía algún valor?
Yo tenía 70 dólares, que era todo mi capital y le quise comprar al gordo Francoise un cigarrillo. Le ofrecí los 70 dólares por un cigarrillo y no me lo vendió. No sé si eso contesta tu pregunta.
¿Se peleaban?
Nos peleábamos abiertamente. Se dice que la mejor manera de que dos amigos se peleen es tenerlos mucho tiempo en el mismo lugar. Pero básicamente había unidad. Lógicamente los que laburábamos estábamos más unidos y los que no, estaban más apartados, pero había unión.
¿Y por qué algunos no trabajaban?
Por diferentes motivos, algunos porque se sentían mal, otros por debilidad. Yo lo único que sé es que me rompí el culo.
Después del alud los que sobrevivieron pensaron que después de eso se tenían que salvar, ¿Cómo les afectó la muerte de Arturo Nogueira y luego la de Turcatti?
En realidad nos afectó mucho menos que si nos hubiese pasado aquí, en la civilización. La muerte de ellos y las de otros más, porque estábamos peleando por la nuestra.
Inclusive lo de Nando y sin querer meterme con los sentimientos de él, creo que no es lo mismo que se te muera tu madre acá a que se muera en la cordillera donde vos tenés que pelear por tu vida. Estás en una posición mucho más compleja donde los sentimientos te pueden jugar una mala pasada y te pueden matar.
Esas muertes que tuvimos la desgracia de contemplar eran avisos de lo que nos podía pasar a nosotros. Sinceramente a mi me afectó menos la muerte de mis amigos en la cordillera que acá en la civilización.
Una especie de convivencia con el riesgo permanente... Pero mirá que hubo de todo. En el libro ni figura pero hubo temblores de tierra un par de veces y a raíz de los desprendimientos de rocas una me pasó a centímetros de mi cabeza. Lo del alud fue distinto. Nunca nos imaginamos que podía venir y sin embargo vino.
¿Le tuviste más miedo a la locura o a la muerte?
Yo no me daba cuenta de que me iba a morir. Estábamos a 4.000 metros de altura y había poco oxígeno, por lo tanto pensaba más lento, estaba como en un estado que no era normal.
A la locura no le tuve miedo.
Recuerdo momentos de miedo específicos, como después de la avalancha donde quedamos literalmente sepultados bajo la nieve durante tres día y tuve miedo de quedarnos sin aire.
¿Estuvieron 3 días sepultados?
Así es, del 29 de octubre al 1 de Noviembre. Pasé mi cumpleaños ahí dentro. Pero yo el 1 de noviembre salí al techo del avión para rendirles homenaje a mi viejo y a mi hermana que cumplían años, hubo otros que estuvieron más tiempo, en un espacio muy chiquito, sin luz, mojados y con 25 grados bajo cero. Éramos 19 personas uno pegado al otro.
¿Cómo influyó en vos la expedición que tuvieron que encarar y volver al otro día? (con Vizintín y Harley)
Fue durísimo. Había que elegir al tercer integrante del equipo de expedicionarios que acompañaría a Nando y Roberto. Salimos con Roy Harley y Antonio Vizintín. La nieve al mediodía con el calor del sol se empieza a derretir y se hace muy difícil caminar. En un momento no pude más, me largué a llorar y les dije “déjenme acá”. Me llevaron a patadas.
Luego Roy se quedó atrás también y se decidió que el tercero sea Vizintín.
Pero yo hice varias expediciones anteriores a esa, buscando las baterías para conectar la radio. Esas baterías las terminaron encontrando Canessa y Parrado junto a la cola del avión.
¿Se acostumbraron a esas expediciones?
Nunca, eran muy duras. El lugar era muy complicado. Estábamos a 4.000 mts. de altura con 25 grados bajo cero y sin ningún tipo equipamiento para soportarla.
Describinos el entorno, el lugar donde se encontraban.
Una locura. Por un lado te dabas cuenta de que el lugar donde te encontrabas era hermoso pero a mi me parecía espantoso. No se podía vivir ahí. Es un lugar totalmente inhóspito. Mirá, en Marzo, como te dije fuimos al lugar donde está el avión y lo hicimos con todo el equipo necesario, carpas, ropa teléfonos celulares, comida.
Igual casi me muero.
Por un lado es horrible. Por otro es divino.
¿Como funcionó la conciencia de grupo?
Yo a veces llegué a pensar “basta no quiero más”. Pero lo bueno que cuando estás en grupo, ese grupo te ayuda. Cuando uno se cae, los otros lo levantan, lo contienen, lo ayudan.
¿Pensás que esa conciencia de grupo la inculcaron los que jugaban al rugby o fue general?
Fue general, sin duda. De los 16 que volvimos sólo 5 eran jugadores.
Lógicamente que a la hora de tener que hacer las cosas más jodidas fueron ellos los que se hicieron cargo. Estaban mejor entrenados.
Pero todos sabíamos que la única posibilidad de salir de allí, si era que podía haber alguna, era manteniendo esa conciencia de grupo...
¿Cuál fue el sustento espiritual?
Me agarré del rosario.
De tardecita, además de hablar de comida y restaurantes, rezábamos el rosario y era un buen momento de tranquilidad.
¿Se creó una rutina?
Sí, naturalmente. El hombre es rutinario y esa no fue la excepción. Pero muchas veces las inclemencias del tiempo te la hacían cambiar.
¿Qué te dice la frase ”Los perdedores se quedan”?
Yo no sé si es tan así. A veces te quedás y no sos perdedor.
A lo mejor diría “los que no quieren vivir se quedan”, “los que no tienen la suficiente salud mental se quedan”.
El doctor Mendilá, uno de los grandes de la psicología en el Uruguay me dijo una vez:-Carlitos, ud. tiene un carné de salud aprobado de por vida.
Y es verdad. Había que tener la mente muy sana para soportar lo que soportamos, para poder vivir después sin traumas.
¿Pero es cierto que utilizaban frases para darse ánimo?
Yo no recuerdo haber usado esa frase. Tené en cuenta que también juega la inventiva del escritor si es que o leíste.
Lo que sí recuerdo es que Roberto Canessa tenía el mejor título para lo que terminaría siendo ¡VIVEN!. Era “Tal vez mañana”, en alusión a esa esperanza que teníamos de que nos vengan a buscar. Sin duda era el mejor título, pero no sí que problemas editoriales hubo y no se pudo.
¿En verdad pensabas que te ibas a salvar?
Siempre pensamos en salir. Mirá, para que veas el optimismo, hay una foto que estoy fuera del avión sin camisa. Estaba tomando sol para llegar bien a Punta del Este.
La vida, después
¿Qué recordás del retorno a Montevideo?
La llegada a Montevideo fue de las cosas más lindas y más tristes que me han pasado porque por un lado estaba la felicidad del reencuentro con toda la gente amiga y por otro, la tristeza del reencuentro con los padres de los que no volvieron, que eran los padres de mis amigos. Entonces era muy raro. Por un lado estaba feliz y por el otro muy triste.
¿Te acordás de la misa en el Stella Maris?
En la misa lloré todo lo que no había llorado en la Cordillera.
¿Y aquella conferencia de prensa?
Llegamos al colegio y nos encontramos con trescientos periodistas y mucha gente amiga a la que no podíamos saludar porque nos tenían apartados. Yo lo único que quería era saludar a mis amigos pero tuvimos que cumplir con el rito de la conferencia de prensa. Bueno, era el momento en que íbamos a hablar para el mundo, esa es la verdad.
¿Como los trató la prensa?
Básicamente nos trató bien.
Con los años y después de haber trabajado bastante con la prensa te puedo decir que lo que pasó fue tratado con respeto. Hubo algo de prensa amarillista, siempre hay, pero fue los menos.
Fue un tema que conmovió a todo el mundo, a toda la sociedad del mundo y fue tomado con respeto.
¿Cómo los recibió la sociedad?
También, con sumo respeto.
Es que ni había por que tomarlo de otra forma, pero sé que se podía prestar para pensar distinto y de hecho hubo quienes pensaron distinto y eso produjo algún malentendido o alguna irrespetuosidad pero hay que ver en que contexto sucedió.
¿Cómo te sentiste cuando después de volver te fuiste enterando de todo lo que habían hecho tus padres para encontrarte?
Me pareció natural. Para mi no resultó una sorpresa volver a ver a mis padres porque era como si me hubiese ido de viaje por dos meses y medio.
El problema fue para ellos. Yo sabía que ellos estaban vivos, ellos no. Me imagino que para ellos el volverme a ver debe haber sido asombroso.
A pesar de que la Iglesia no considera lo ocurrido como una comunión sino como un acto de inspiración, ¿qué sentiste al ver que algunos confundieron esa “comunión” con “antropofagia”?
Yo estoy de acuerdo con la Iglesia. Para mi no fue ninguna comunión.
Nosotros comimos carne humana para no morir. Es así de simple y así lo interpretó la Iglesia.
A mí, como católico me sirvió el saber que hay cuerpo y hay alma y el cuerpo es materia. Cuando te morís el alma se va y solamente queda el cuerpo, que es sólo materia.
¿Alguien los condenó?
Mirá, cuando tuvimos que promocionar la película viajamos por el mundo entero y los únicos que no entendieron lo que pasó fueron los coreanos. Pero hasta Pablo VI, que era el Papa en ese momento nos envió un telegrama de bendición.
Si me volviese a pasar, haría lo mismo. Quizás no espero los diez días que esperamos.
¿10 días les llevó tomar esa decisión?
10 días. Y esos días fueron decisivos para algunos que se debilitaron mucho en ese tiempo y luego murieron. Yo no sé si esas muertes fueron a causa de no haber tomado antes la decisión. Lo que si sé es que hoy la tomaría antes.
El libro ¡Viven! En Italia se llama Tabú. ¿Sabés por qué? Porque no había precedentes de eso. Fue la ruptura de un tabú.
Pero ¿Por qué tardaron tanto? para gente que acababa de sufrir un terrible choque, bajo esas condiciones climáticas y sin comida el debilitamiento debe haberse acelerado.
Nosotros rompimos ese tabú y no fue nada fácil. No pensábamos que nos estábamos debilitando. Estábamos tratando de comprender y superar lo que estábamos por hacer.
Por otro lado pensábamos que nos iban a rescatar, que nos estaban buscando y eso retrasaba la decisión. Después, cuando nos enteramos que habían suspendido la búsqueda, que no existíamos más para el mundo, hubo que tomar una determinación y no teníamos nada para comer. Esa es la realidad.
¿Para vos el haber logrado sobrevivir fue “un milagro”, o fue exclusivamente ”obra del hombre”.?
Si hay un milagro, ese es como está hecho el hombre, capaz de soportar y adaptarse a situaciones límites de verdad. Pero esto no fue un milagro. Algunos lo tratan de rotular así y lo llaman “El milagro de los Andes”, pero yo creo que es más la lucha del hombre por la vida.
Cumplimos con el más sagrado de los derechos que tenemos que es pelear por nuestra vida. Más que un derecho, una obligación. Creo que Dios intervino pero milagro hubiese sido que apareciéramos los 45 vivos después de 70 días. No es este caso.
¿La durísima prueba por la que tuvieron que pasar, te cambió la actitud frente a la vida?
Quisiera que me hubiera cambiado, pero no creas que me cambió tanto. Me sirve como un parámetro para reflexionar y quejarme menos de las cosas. Pero me quejo como cualquiera, lo que pasa que ahí tengo que volver a Los Andes y decir “puta allá no tenía luz y acá viene un apagón y puteo. Y en los Andes estuve 70 días sin luz”.
La gente cree que nos sirvió y nos presiona para que digamos algo que no sé qué es. No sé si me sirvió que tanto. Conocí lo que soy capaz de hacer en situaciones límite, cosa que ni siquiera lo sospechaba.
¿Te costó mucho “volver a la vida cotidiana”?
Me costó porque en estos países donde la gente está muy pendiente de los demás, la sociedad estaba un poco de jueza de nuestras actitudes. Si hacíamos las cosas bien, si las hacíamos mal. De hecho pasamos a ser famosos sin quererlo y empezamos a estar más expuestos. Más en mi caso que trabajé en cosas relacionadas con la prensa. Fue jodido y yo asumo pagar ese precio, pero bueno, aprendimos a convivir en el mundo del canibalismo de la civilización.
Cuando tenés que trabajar con la prensa del exterior, ¿notás que saben sobre este tema, se interesan?
Siempre. Yo me doy cuenta que buscan la vuelta para hablar sobre eso. Es lo que me pasaría a mí si conociera a un sobreviviente del Titanic.
¿Se siguen viendo?
Nos juntamos todos los 22 de Diciembre y ahora que se están por cumplir los 30 años nos juntamos todos los martes en lo de Canessa.
¿Siempre sale el tema de los Andes?
Siempre. Durante años quedábamos aparte de todas las mujeres y lo tomábamos como que era un momento de nosotros y revivíamos momentos de la cordillera, generalmente desde el humor.
¿Se te sigue poniendo la piel de gallina con esta historia?
Para mí el momento más impresionante que es el que más veo cuando miro la película fue cuando aparecieron los helicópteros porque es el momento para mi culminante de esta historia. Fue el momento en que dejábamos una civilización para volver al mundo. Para mí, el momento cúlmine.
¿Te gustó la película?
Fue hecha con mucho respeto y pienso que se podría haber hecho algo mejor, pero no sé si soy buen juez en esta historia de la que formo parte. Cada cual tiene su propia historia. El escritor de ¡Viven! hace unos años planteó un desafío a cualquier escritor a que pueda escribir esta historia y que estén todos de acuerdo y creo que tiene razón. Cada cual vive su propia cordillera.
¿Si pudieras cambiarías algo de lo que pasó?
No. Además no puedo.
¿Te gustaría dejarle algún mensaje a quienes se interesan por este tema?
No me gustaría dejar ningún mensaje de nada. No tengo la arrogancia suficiente para hacerlo. No soy ningún profeta de nada. Lo único que hago es ponerme a disposición para contar esta historia y si alguien quiere sacar alguna conclusión de ella, adelante.
Yo trato de sacar la mía.
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