Entrevista a Alfredo Delgado : Enero de 1973.
-Vamos a conversar, pero no de las peripecias de la cordillera, no de lo que pasó AFUERA sino de lo que pasó ADENTRO tuyo, del que eras antes, del que sos ahora, de lo que quedó tal cual, de lo que se modificó en tu relación con el mundo, en tu trato con la vida. ¿Puede ser?
-Ya. Puede ser.
-Por empezar, algo muy vago: ¿cómo estás, cómo te encontrás?
- Todavía no estoy, todavía no me encuentro.
-¿Cómo es eso?
-Ocurre que todavía estoy flotando, no he podido hacer pie, no he vuelto a mi vida de antes. Los reportajes, el viaje a Montevideo, el recibimiento, el encuentro con los familiares, cada encuentro con cada amigo es un nuevo sacudón. Me está costando bastante volver a mis cosas, siempre hay algo que viene y me acude, un abrazo, un saludo, un encuentro. No hay caso, no termino de despertar.
-¿No será que ya has despertado y no te das cuenta?-No te comprendo bien.
-¿No será que has despertado, pero de una manera diferente, tan diferente que vos no lo advertís y confundís tu despertar a una nueva visión del mundo con una especie de pesadilla o algo así? -Algo de eso hay. Estoy despertando y veo todo diferente, pero estoy seguro que todavía no he retornado, no me he despertado del todo, porque no he tenido respiro, todo está muy cerca. No me acostumbro a estar de regreso, no me acostumbro. Veo esta esquina que vi tantas veces y la veo por primera vez y me produce no sé qué extraña cosa. Veo ese café, aquel puente, estos árboles y siento que todo es nuevo y muy viejo a la vez. Quién iba a decir que yo iba a volver a caminar por aquí, que yo iba a volver a pasar por enfrente de esta bicicletería.
-¿Y en el retorno a tu cama, a tu almohada, cómo te ha ido? -Más o menos. También ha sido lento mi retorno al ritmo de sueño de antes. Los primeros días dormía poco, algo más de cuatro horas, ahora ya voy por las seis horas. Esto se debe a que durante70 días de cordillera nunca dormía más de 3 ó 4 horas diarias. Pasaba las noches en vela, durmiendo a intervalos, a pedazos, temiendo dormir y temiendo despertar. En realidad aquello no fue vivir sino sobrevivir. Todos los pensamientos, todas las energías, las usábamos para buscar una salida, una rendija de salvación, y en esa concentración de ejercicio fuimos aprendiendo cosas nuevas, cosas desconocidas para nosotros.
-¿Por ejemplo, qué cosas aprendieron? -Entre muchas aprendí, con el resto, una cosa imprescindible para convivir en la sobrevivencia. Aprendí a apretar los dientes, a no a no mostrar los sentimientos, a contraerme. Por fuerza de las circunstancias aprendí a envolverme con una especie de caparazón exterior que impedía que los demás advirtieran lo que me estaba pasando por adentro. De esa manera no nos hacíamos daño, nos dábamos fuerza. Con ese caparazón yo iba a poder aguantarme y no derramar una sola lágrima cuando se me murió un amigo, a los dos meses, faltando apenas diez días para la salvación. A mí, ese amigo, que era el compañero entrañable de la infancia, se me murió en los brazos, pero no dejé ver mis lágrimas, porque las lágrimas de uno podían derrumbar al grupo.
-¿Como fue el frio? -El frío, qué frío es el frío...Es tan difícil explicar lo frío que es el frío...cuando hacen 30 grados bajo cero nada te puede mitigar el frío y entonces aprendés algo que no sabías, otra cosa que nunca ibas a aprender, lo que es el calor humano, el calor del cuerpo y el calor del afecto, sobre todo el calor que viene de ver a alguien con fe y ganas de vivir enfrente a medio metro, a diez centímetros. Sí después del accidente hubiéramos quedado vivos sólo cuatro o cinco, seguro que no nos salvábamos porque se
depende casi absolutamente del estado de ánimo del otro.
En un grupo de más de quince siempre es posible encontrar seis o siete tipos de buen ánimo que sostienen al resto; cuando éstos aflojan aparecen otros seis o siete y así sucesivamente. El frío da frío al cuerpo, pero sobre todo al alma. Nosotros nos apilábamos en las interminables noches en el interior del avión, nos apretábamos, nos sentíamos respirar, nos dábamos ese mutuo calor que era indispensable para los huesos, pero sobre todo para que el espíritu no se nos viniera irremediablemente abajo. Nunca supe lo que es el calor humano, ya lo aprendí y no se me va a olvidar.
-¿y qué pasa, Delgado, con el hombre cuando lo acosa el hambre?
-El frío, la angustia, el hambre, son sucesivos escalones que nos van desnudando. Nosotros antes de que se terminaran las provisiones, empezamos a prepararnos para lo inevitable. filosoficamente si pero tísicamente no todos toleraban la posibilidad de tomar el cuerpo delos fallecidos. Previendo esa posibilidad se comentó el tema y cuando llegó el momento de adoptar la tremenda decisión, esperamos una reacción atroz. ..pero no llegamos a la desesperación, al límite, el frío te consume muchas calorías, llegar al límite de la resistencia física era caer al vacío.
Estábamos obligados a decidir antes que las fuerzas nos abandonaran completamente, porque después iba a ser demasiado tarde para recuperarnos. El frío, la soledad, la incomunicación, la muerte rodeándonos, el hambre, fueron un escalón detrás del otro; cada escalón parecía el último, el final, pero en cada escalón aprendimos que siempre hay un resto de fuerzas, de fuerzas inesperadas que nos salen a relucir de los rincones más inesperados. Eso también aprendí, lo enormemente fuertes que somos a medida que nos vamos debilitando.
-En aquellas noches en que dormías de tres a cuatro horas, ¿lograbas equilibrar las angustias del día? ¿Soñabas? ¿Qué cosas soñabas?
-Al principio cerraba los ojos y ya estaba soñando..., era terrible. Soñaba que yo estaba viviendo mi vida normal, de siempre, en Montevídeo y creía en el sueño que lo del avión era una pesadilla. En sueños me veía en Montevideo, en la facultad, con mi novia, en mi casa, con mis padres. .., cada despertar era un golpe brutal, abría los ojos y me encontraba con la letra fosforescente del cartelito del avión que dice "EXIT”. Me llevaba unos chascos terribles! Los primeros días fueron todos iguales, dormir y soñar eso, que yo estaba en Montevideo y que lo del avión era sólo pesadilla.
Después venía el bofetón de cada despertar y los ojos se me clavaban en al cartelito EXIT. Sentí que me iba a volver loco a corto plazo. Los estados depresivos después de cada despertar me hundían más y más. Entonces decidí no dormir, pero sin dormir no podía aguantar mucho. Entonces me las arreglé para poner mi mente en blanco antes de cada sueño. Eso significaba un esfuerzo, un entrenamiento pero con el correr de los días lo logré y pude terminar con la tortura de los sueños.
-Y durante las largas y lentas Jornadas, los recuerdos, la presencia lejana de la familia, de tus seres queridos, ¿de qué modo influían en vos?
-Con los recuerdos me pasó como con los sueños. Al principio recordaba con nitidez a mis padres, a mi novia, pero cuando salía del recuerdo y volvía a la realidad era un porrazo. Me di cuenta que en vez de ayudarme eso estaba debilitándome, machucandome interiormente. Entonces decidí dejar de masoquearme y en los recuerdos suprimí a las personas.
-¿Cómo es eso?
-Recordaba, pero recordaba sitios, momentos, sacando de ellos a las personas queridas. A veces con el recuerdo me instalaba en mi casa, caminaba por ella, me sentaba en un rincón, me ponía a leer en mi cuarto. Otras veces ubicaba algún árbol, algún verano, alguna sombra y me demoraba en ella. Siempre tenía especial cuidado de vaciar a los momentos ya los lugares de las personas. De esa manera asas andanzas me servían de cierto estímulo y para esquivar los pozos depresivos que siempre estaban cercándome. Yo tenía muy claro que si la caída en esos pozos se hacia muy frecuente iba a desembocar en la locura.
-Delgado, ¿alguna vez tuviste el preanuncio, el sentimiento de lo que te iba a ocurrir en la cordillera?-Sí, muy nitidamente supe de antemano que el avión se iba a caer. Fue en Mendoza, en El Plumerillo, justo en el momento de apoyar el pie en la escalerilla. La sensación de que algo nos iba a pasar la sentí con claridad, con gran claridad.
-¿y qué hiciste en ese momento? -Solamente tuve un ademán de demora, pero ya era demasiado tarde para echarse atrás, subí no más, pero convencido que nos íbamos a caer, convencido pero raramente sereno, tan convencido que busqué de inmediato el último asiento, porque la experiencia me decía que en la cola del avión hay más posibilidad de salvación. La azafata desalojó la última hilera diciéndonos que esos asientos estaban reservados para ellas. Fui a parar a un asiento del medio. ..ya en el primer pozo de aire tuve la confirmación del presentimiento, Cerré los ojos y me puse a rezar. Después pasó lo que pasó; pero yo me salvé justamente por no estar en la cola que se desprendió del resto.
-El presentimiento, la sensación de la muerte, ¿fue cosa de ese momento o algo frecuente en tu vida? -Un presentimiento tan nítido nunca lo tuve, pero lo que siempre me acompañó fue la idea de que yo iba a morir joven y en un accidente. Este pronóstico se lo dije a mi madre y a mi novia.
-¿Has averiguado la razón de tal suposición?
-Siempre pensé esto porque tenía la sensación de que había vivido mucho, porque aunque no había tenido una existencia opulenta, la vida había sido demasiado generosa conmigo.
-¿Entonces veías la muerte como una especie de compensación? -Exactamente. Sin llevar una vida fácil tuve una vida muy feliz por eso cuando era chico, a los 17 ó 18 años, tenia ya esa idea y se la comunicaba a los míos.
-¿Esa sensación de muerte, la llevabas con temor, con angustia?
-No, miedo a la muerte en sí nunca le tuve...yo creo que a la muerte nadie le tiene miedo, lo que se teme es la forma en que la muerte puede venir, la muerte acompañada de largo dolor de larga agonía, por ejemplo.
-Y en la cordillera, ante la posibilidad tan cercana de que la muerte sucediera, ¿se modificó o no esta actitud?
-Las muertes por el accidente, las muertes a causa de él, las muertes por el alud me rodearon. Aprendí a convivir con ella, con la sensación de que hay algo superior. Esa convivencia, digamos pacifica, con la muerte, fue posible porque siempre me afirmé en la certeza de que después de ella viene algo mejor. ..peor de lo que estábamos pasando no podría existir nada. La idea de morir estaba en mí, la tenía con tranquilidad de conciencia. Casi casi podría decirte que sentía a la muerte como una compañera.
-Todo aquello ha pasado, Delgado, la cordillera quedó atrás. Ahora estás aquí. ¿Qué pasa ahora entre vos y esa idea de la muerte? -Sí antes tenías el presentimiento de una desaparición por accidente y pronta, ahora tengo una tranquilidad total respecto de lo que me pueda pasar. No es que no quiera vivir, todo la contrario, pero si alguien me dijera que me quedan tres días de vida, me quedaría inmutable, seguiría caminando con vos por esta vereda.
-Sos otro hombre, te das cuenta, otro diferente a aquel que puso el pie en la escalerilla del avión rumbo a Chile, ¿no es cierto? -Sí. Me he trasladado a otro mundo, a una madurez desconocida. Ahora sé, ahora creo saber que pasa por adentro de un anciano que ve a la muerte como algo que en cualquier momento puede golpear a su puerta. En mi modo de ver todo y de aceptar la muerte ha sido fundamental el hecho religioso. Aquella penuria prolongada durante 70 días y 70 noches la soporté por que vi en ella una especie de purgatario en vida.
Muchas veces me pregunté a qué se debía todo ese sufrimiento terrible e innecesario. Siempre terminé respondiéndome que era un acto, un previo, un requisito para entrar en una mejor vida. Muchas veces, allá arriba, me dije: "A lo mejor el purgatorio es esto". Esta idea justificaba hechos absurdos, insoportables, como por ejemplo que un compañero, un amigo se muriera a los sesenta días, cuando sólo faltaban diez para la salvación.
-En medio de aquella pesadilla tan concreta, ¿alguna vez pudiste sustraerte y disfrutar del paisaje? Es una pregunta absurda, pero tal vez no lo sea tanto considerando la situación.
-Durante aquella “temporada”, o aquel "veraneo", no faltaron momentos en los que, efectivamente, suspendía mis "viajes”por lejanos lugares deshabitados y disfrutaba del silencio, del paisaje. Aquello era una sensación nueva. Aquel silencio no era el silencio de una pieza, ni el silencio de la orilla del mar, ni el silencio de la llanura. ..otro sonido tenía aquel silencio. ..
-¿El sonido de aquel nuevo silencio no resultaba agobiante? -La sensación de agobio en verdad la tuve con la nieve, no sabés cómo extrañaba el verde. Era desesperación que tenía por ver algo verde, era como sed por mirar algo verde. La nieve era desconocida para mis ojos y de pronto lo invadió todo..., todo era blanco, blanco, blanco...
-Te hago otra pregunta absurda. ¿No extrañas, en algún momento aquella sensación del blanco, aquel sonido del silencio?
-Todavía no. En todo aquello había una parte de paz, de profunda paz, pero todavía no he descendido, no he tenido un momento de respiro, quizás más adelante, cuando esté metido hasta la cabeza en este mundo agitado, pueda llegar a extrañar ciertos momentos de reposo total, allá en el medio de la nieve.
-¿Como fue el trato con Dios allá arriba? -Mi creencia en Dios fue decisiva como sostén. El Dios del que yo hablo no tiene que ver con ninguna religión en especial, o tiene que ver con todas. El Dios del que yo hablo, para definirlo, es algo, alguien que se encuentra muy cerca de lo que es la propia conciencia, que es lo que en definitiva nadie puede engañar.
-A propósito de conciencia, ¿qué pasó, si se puede saber, entre ella y vos durante aquellos 70 días y noches? -Pasó mucho. Más que una revisión de hechos de mi vida o de situaciones. Hice un examen de conducta. Ese examen dio como resultado algo que dicho así parece una banalidad, pero lo digo lo mismo: nacieron en mí unas ganas tremendas de cambiar, de ser más bueno. ..Parece medio infantil eso, pero no puedo expresar de otro modo la potencia de esas ganas de ser bueno.
-¿y esa necesidad todavía dura? ¿Hasta cuándo te va a durar?
-No puedo decirte lo que seré dentro de seis meses o un año si no lo que deseo ser. No puedo garantizar si esto que me habita ahora me habitará en un año o en dos más. Pero he llegado a la conclusión que tengo, que debo vivir del modo más recto posible. Han cambiado las cosas: antes pensaba en mí mismo, ahora pienso más en los demás. ..lo material, el confort, los dólares, todo eso me parece secundario.
-¿También ha cambiado tu opinión sobre el mundo, sobre el siglo que protagonizamos? -Del mismo modo. Hay cosas, muy elementales y muy dichas, pero yo ahora las siento profundamente. Sé que éste es un siglo extraordinario en muchos aspectos técnicos, pero la locura por el confort, la despreocupación por lo ajeno, por lo que le pasa al otro, por lo espiritual arruinan el resto. Lo espiritual, eso tan marginado y olvidado, es precisamente lo que a nosotros nos permitió sobrevivir en una situación límite. Fuimos realistas pero también en los momentos más terribles pensemos en los que estaban adelante, recurríamos a fuerzas interiores que teníamos muy replegadas, muy descuidadas.
-Tu carácter, tu forma de relación con tus semejantes, ¿también varió? -Sí, bastante. Antes era muy dicharachero muy simpático, alegre, amigo del chiste, pero ahora tengo ese caparazón puesta y mi cariño, mi afecto ya no se notan. Quiero volver a ser como antes en eso, quiero que se me note lo que siento. Cuando deseo hacer una caricia o cuando me esta por saltar una lágrima ahora se me quedan a mitad de camino. En eso quiero volver a ser el de antes.
-¿Y en qué no?
-Antes, dentro de mi forma alegre, tenía rachas de muy mal carácter. Eso lo quiero modificar .Antes también dormía mucho, ahora voy a tratar de dormir lo indispensable, he comprendido lo que vale cada minuto de vida y no quiero desperdiciarlos. -¿Como fue tu niñez? Remontate a tus primeros recuerdos. -¿Mi niñez? ¿El punto más lejano que recuerdo de mi niñez? No, no lo puedo precisar.
-Hacé un esfuerzo, tratá de rescatar algo, un hecho, una cara, algo que viste, que te pasó cuando chico.
-A ver. ..a ver. ..mi niñez, no hay caso, no recuerdo nada de ella.
-¿No recordás siquiera alguna travesura especial? -No hay caso, me cuesta una enormidad. No sabés el esfuerzo que estoy haciendo. ..La niñez, con estos setenta de por medio, es algo tan lejano para mí que por más que me esfuerzo no puedo rescatar nada nítido de ella.
-¿Tus días en el colegio, no los recordás? -Sí, pero sin contornos...del colegio lo que me viene ahora a la memoria es mi mejor amigo, Numa. ..Numa Turcatti, Turcatti con dos "t". El también viajó en el avión, yo lo convencí para que viniera, la convencí a su madre para que lo empujara a él, que era medio flojo para salir...Numa se murió a los sesenta días, faltando tan poquito, en mis brazos, una mañana. Era como un hermano, más todavía...y pensar que no lloré, que no pude llorar ni en ese momento, porque ya tenía el caparazón puesta...
-¿Cuántos años tenés?
-Veinticinco, cumplí veinticinco años en la cordillera.
-(Hace un rato dijo: "Cuando yo era chico", refiriéndose a sus 17 años. Habla como un hombre que se aproxima a los 40, a los 50 años).
-¿y ahora hasta cuándo pensás vivir? -Hasta que Dios quiera. Date cuenta de qué valen los presentimientos...yo aseguraba que iba morir joven y en un accidente y no le acerté..., aunque muriera mañana ya no sería joven. Tengo 25 años y esos setenta días y esas setenta noches.
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