Usurpado durante más de una década por un particular que lo explotaba como salón de eventos, hoy ofrece cobijo para 200 chicos y chicas que realizan diferentes actividades por 30 pesos mensuales.
Por Juan Chuimiento Especial para El Ciudadano
Cada vez que pasaba por Cafferata a la altura del 1477, Ezequiel sentía una incomodidad que lo interpelaba. Un candado impedía de forma permanente el ingreso a lo que alguna vez había sido un club. Sobre la reja, un cartel con un número de teléfono. “No necesitamos socios. Lo único que se hace acá es alquilar el salón para eventos privados”, le respondieron. Atónito, comentó la situación con algunos amigos. Entre todos decidieron que era necesario hacer algo. Corría el año 2016. Comenzaba a escribirse un nuevo capítulo de la historia del Club Social y Deportivo El Cóndor.
De igual forma que tantos otros espacios en Rosario, el de barrio Echesortu nació con el primer peronismo. Fue la respuesta al nuevo esquema laboral que les permitía a los trabajadores tener más tiempo para el esparcimiento y el ocio. Su fundación está fechada en el 31 de mayo de 1945, tal como lo recuerda un cartel que cuelga en el espacio central del club junto a una frase de la canción «Son los sueños todavía» del cantautor cubano Gerardo Alfonso.
“Cuando empezamos con el proyecto de recuperación leímos los estatutos. Encontramos que no había que inventar mucho. En todo caso había que recuperar eso que se había inventado: los clubes son asociaciones civiles sin fines de lucro”, dice a El Ciudadano, Ezequiel. Él integra la comisión directiva conformada tras la asamblea celebrada en octubre de 2016 que hizo resurgir de sus cenizas al Cóndor.
Por más de una década el lugar había sido usurpado por un particular que lucraba alquilándolo para algún cumpleaños, despedida o festejo privado. Incluso estuvo a punto de rematarse por un juicio que había iniciado una ex encargad del bufete. La demanda era de 200 mil pesos por un conflicto de vieja data. “Si ese tema no se solucionaba (se terminó arreglando por 40 mil pesos) esto no estaría más y hoy acá habría un edificio”, reflexiona el joven dirigente desde el patio de la institución. El club comparte medianera con una torre que construye la Cooperativa de Viviendas sobre calle Zeballos.
El grupo de amigos inició un proceso de recuperación que implicó la participación de Fiscalía de Estado y, más importante aún, del barrio Echesortu. “Empezamos no solo con los procedimientos legales sino también con acciones puntuales, como volantear puerta por puerta para que la gente supiera que acá había un club”, cuenta Ezequiel. Los chicos rompieron los candados e hicieron una inscripción extraordinaria de socios. Después vino la asamblea. Participaron dos listas. Ganó la liderada por Mariano Perren, quien continúa al frente de la institución.
“La recepción fue muy buena entre las personas del barrio. Desde que se nombra la comisión hasta que comienzan las actividades pasaron más de cinco meses en donde lo único que había eran jornadas de trabajo solidarias tres veces por semana para poner en condiciones el lugar. Nunca se ha tenido que invertir un peso en ningún albañil o plomero. Hubiera sido imposible sin donaciones. No nos hubiera alcanzado el dinero aún si hubiéramos fijado una cuota de 100 pesos”, explica.
La idea era hacer que el club funcione antes que nada en su función social y no como un prestador de servicio, como entienden que actúan muchas instituciones deportivas en la ciudad. La dirigencia fijó una política de cobrar un monto fijo anual que permita realizar cualquier actividad sin ningún costo extra.
“Lo de sin fines de lucro es algo que en muchos lugares pasó al olvido. En muchos lugares como socio no tenés ninguna posibilidad de hacer nada salvo si pagás otro canon para practicar una actividad. Hay muchos sectores que están tercerizados, como la pileta y el bufete”, analiza Ezequiel. “Esa situación lleva a que los clubes se hagan exclusivos y relega la pertenencia y el compromiso”, agrega.
Hay otros lugares en Rosario que pasaron por experiencias similares. Entre otros casos, el club Francisco Godoy en Bella Vista, y El Luchador y El Federal, del distrito Oeste. En Echesortu está el caso del club Carriego, que cobra un monto accesible para realizar diferentes disciplinas.
En el Cóndor la cuota es de 360 pesos e incluso los que no la puedan pagarla pueden entrar. En la actualidad, más de 200 chicos asisten a la institución y cada semana se practican más de 20 actividades regulares: Fútbol, patín, taekwondo, pintura, yoga y tango, entre otras. Incluso dos escuelas de la zona (la 115 “Provincia de Salta” y la 1463 “Madre Teresa de Calcuta”) lo usan para dar clases de Educación Física. Hace poco sumó una biblioteca con 500 ejemplares.
Hoy lo que lo interpela a Ezequiel no es la incomodidad de ver un espacio cerrado, sino la sensación de cumplir día a día con eso que repite varias veces en su discurso: que el club cumpla con la función social. “Esto es como todo: hay que trabajar y trabajar. Siempre hay algo más para hacer”, dice.