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Foto del escritorCharles Gutierré

Final Mundial 1986. De Fiorito al Azteca. El Mundial de Maradona.


La consagración de Maradona como 'Dios del fútbol' tuvo lugar en el Mundial de México 1986. Después de los míticos cuartos de final frente a los ingleses, la selección argentina derrotó a Alemania en la final.


Maradona, Maradona, Maradona… como una letanía cubierta por el polvo de los siglos, el apellido de Diego Armando ocupaba todas las conversaciones previas, todos los análisis de los expertos, todos los sueños de los argentinos y las pesadillas de los alemanes.


Beckenbauer vivió las horas anteriores a la final caminando por los pasillos de la sede de Alemania, abriéndose paso entre cortinas de consejos que le llegaban de todo el mundo acerca de cómo parar al genio de Fiorito. Escuchando cómo debería hacer su trabajo para que no le pasase lo mismo que a Inglaterra en los cuartos de final, o que a Bélgica en las semifinales, es decir, salir en la foto de una nueva gesta de Maradona.


En un hombre convergían todas las esperanzas alemanas: Lotthar Matthäus. El centrocampista de 25 años (la misma edad de Diego) era visto como la opción idónea para dificultar la vida al argentino. A cambio, Alemania perdería el despliegue ofensivo de un jugador de enorme peligro cuando pasaba el mediocampo. También se hablaba de Rolff, que había hecho un gran marcaje a Platini en semifinales. Pero, a pesar de ello, se consideraba que le faltaba velocidad para seguir al 10 de Argentina.


La tercera opción, Briegel, ya se había enfrentado con Maradona en la liga italiana pero no estaba en su punto de forma idóneo. Así pues, Matthäus se dibujaba como la opción ideal para intentar lo que parecía imposible en junio de 1986: parar a Diego Armando Maradona.


A veces es curioso comprobar cómo se escribe la historia pues el propio Bilardo confesaba que, antes del Mundial, le llegaban de muchos sitios dudas sobre Maradona y que él mismo fue muy criticado por concederle la capitanía de Argentina: “Recuerdo que hubo muchos artículos criticando a Diego antes del Mundial. Que por qué le hacía capitán en vez de Passarella y que ni siquiera debía ir a la selección tras lo de España 82. Y menos de titular.


Que Maradona en la selección era un fracaso… Me decían: “Bochini es mejor que Maradona”, y yo no respondía. El propio Diego me dijo: “Estamos solos”. Y luego, mire lo que pasó”. Una demostración más de que, en el fútbol, hablar es gratis. A posteriori, siempre parece que las cosas no pudieron haber sido de otra manera pero, mientras estas se desarrollan, suceden hechos y declaraciones que, años después, nos parecen inverosímiles.


Suponemos que Bilardo contestaría, en aquellos momentos, a los detractores de Maradona algo como “cuéntenme que de algo vale lo que gano si le pierdo”. Los opinadores profesionales callarían y Carlos Salvador, sonriendo, abrocharía el brazalete de capitán al ‘10’ más grande que han conocido los tiempos. No sé, me gusta pensar que pudiese haber sido así. Aunque seguro que no tuvo nada que ver.


En fin, vayamos al Mundial, que me pierdo en lirismos. Lo cierto es que Argentina no lo tuvo fácil. Al no ser cabeza de serie tuvo que compartir grupo con Italia, Bulgaría y Corea del Sur. Bilardo montó un 3-4-1-2 con Nery Pumpido, Oscar Ruggeri, José Luís Brown, Sergio Batista, Ricardo Giusti, Diego Maradona, Jorge Burruchaga y Jorge Valdano como columna vertebral y se ajustó el nudo de la corbata. A jugar.


Debutó imponiéndose 3-1 a los coreanos gracias a dos goles de Valdano y uno de Ruggeri. Un empate a uno contra Italia (partido en el que Maradona marcó su primer gol en este Mundial) y una cómoda victoria (2-0) contra Bulgaria, dieron el pase a Argentina como primera de grupo por delante de Italia, que sumó un punto menos.


En octavos se encontró a una Uruguay que, en un grupo con Dinamarca, R.F.A. y Escocia, apenas había sumado dos puntos. Pero debemos recordar que en aquellos mundiales de 24 selecciones se clasificaban para la ronda de Octavos también los cuatro mejores terceros. Es decir, de los 24 que iniciaban el camino, en la fase de grupos solo quedaban fuera 8. Así que Uruguay logró pasar y se enfrentó a la futura campeona el 16 de junio en Puebla.


Pumpido, Cuciuffo, Brown, Ruggeri, Garre, Giusti, Batista, Maradona, Burruchaga, Pasculli y Valdano. Ese es el once que Bilardo opuso aquella tarde a los uruguayos. Una selección celeste comandada por el legendario Enzo Francescoli. Argentina se impuso con un único gol de Pedro Pasculli, quien pudo marcar el segundo tras una maravillosa jugada de Maradona. Y aún un tercero tras un mano a mano que, increíblemente falló. Al propio Diego le anularon un gol por una dudosa falta previa a su defensor. En fin, no llegaron más goles pero Argentina ya estaba, tras tres victorias y un empate, y solo dos goles encajados, en cuartos de final.


Allí esperaba la madre de todos los partidos. Un partido que, con los años, se ha convertido en una especie de mito colectivo de la nación argentina. Algo así como un “grito de Ayacucho” futbolístico. Lo que pasó aquel 22 de junio en el Estadio Azteca entre Argentina e Inglaterra ha sido tantas veces contado que no merece la pena insistir en ello. Ninguna palabra, por bien escrita que esté, podrá representar nunca lo que Maradona nos hizo vivir aquella tarde mexicana de junio. Solo diré que un partido así justifica una vida. Argentina 2 (Diego Armando Maradona) – Inglaterra 1 (Lineker). Nada más que añadir.


Pero el de Fiorito no había acabado de asombrar al mundo. Llegaron las semifinales contra Bélgica y, tras una nueva exhibición, todos acabamos convencidos de que, efectivamente, al séptimo día, Maradona hizo a Dios. En el minuto 52, un pase “a lo Laudrup” (palabras mayores, ¿verdad?) de Burruchaga para Maradona, fue culminado por el hijo de doña Tota picando ligeramente el balón con el exterior tras superar en carrera corta a dos defensas belgas. Nueve minutos después, otro gol “maradoniano”, otro milagro de Diego que, filtrándose entre cuatro defensas belgas, como el agua fina se filtra entre las rocas, acabó picando ligeramente el balón con su zurda milagrosa y metiendo a Argentina en su segunda final en los últimos tres mundiales.


El rival sería, como ya sabemos, Alemania Federal (todavía se alzaba, vergonzoso y vergonzante, como una cicatriz en el corazón de Europa, el muro de Berlín), que había eliminado consecutivamente a Marruecos, en octavos (1-0, gol de Matthäus), México, en cuartos (empate a cero y 4-1 en penaltis) y, por último, Francia, en semifinales (2-0, con goles de Brehme y Rudi Voeller). Alemania llegaba así a su cuarta final en los últimos seis mundiales (jugó, y perdió, las del 66 y el 82, y ganó la del 74).

Aquí estamos finalmente, en la madre de todos los partidos, la final de un Mundial de fútbol. 29 de junio de 1986, estadio Azteca, México DF. Pumpido; Cuciuffo, Brown, Ruggeri, Olarticoechea; Giusti, Batista, Enrique; Maradona; Burruchaga y Valdano, formaron por Argentina.

Schumacher; Brehme, Förster, Jakobs, Briegel; Eder, Berthold, Matthäus, Magath; Rummenige y Allofs, intentarían conquistar el título para la República Federal Alemana.


Estas son las fechas, el lugar y los nombres de un momento legendario. Los datos para ordenarnos en nuestra memoria. Lo otro, el fútbol, la magia, las jugadas, pertenece al terreno de los sentimientos. La verdad es que no fue el mejor de los partidos que jugó Maradona, pero era de justicia que la copa dorada solo tocase sus manos. Le pertenecía. Estaba escrito en las piedras, en los cielos, en las aguas. Esa Copa del Mundo de 1986 era la espada Excalibur que Maradona arrancó de la roca, para alzarla ante el mundo y coronarse como el mejor.


En el minuto 22, uno de los jugadores más anónimos que había sobre el campo, José Luis “el Tata” Brown, cabeceó, un córner sacado por Jorge Burruchaga para poner el 1-0. Lo hizo tras una mala salida de Schumacher que le dejó la portería completamente vacía. Fue el momento de mayor gloria en la vida del Tata, que no estaba destinado a la titularidad en aquel campeonato, pues en su puesto jugaba el gran Daniel Pasarella, quien, acabó enfermando antes del debut y no jugó más. «No hay ni habrá día de mi vida que no piense en ese gol. Fue la sensación más fuerte que tuve en mi carrera, porque se me concretó todo», confesaba el Tata hace unos años en una entrevista al diario argentino ‘Clarín’.


En la segunda parte, Jorge Valdano marcaba el 2-0 que, lógicamente, parecía definitivo en ese instante. Pero nunca hay que fiarse de los alemanes. Tienen la enojosa costumbre de no rendirse jamás, de no decaer ni en las circunstancias más adversas y un gol de Rummenigge en el minuto 74 les hizo creer que era posible.


Efectivamente, no hay como creer que algo es posible, para que finalmente se realice y, seis minutos después, Rudi Vöeller, lograba el empate a dos tras un córner sacado desde el lado izquierdo del ataque alemán y una mala salida de Pumpido. Era el momento. Su momento. Maradona sintió la llamada de aquel niño que, muchos años antes, en unas imágenes en blanco y negro y desenfocadas, declaraba que quería ser campeón del mundo con Argentina. Llevaba todo el partido aguantando la pegajosa marca de Matthäus pero hasta ahí había llegado la broma.


Minuto 83, Diego Armando Maradona recibe un pase de Giusti en el mismo círculo central y, rodeado de tres alemanes, ve la luz en la oscuridad y mete un pase de primer toque al espacio. Allí, contagiado de la genialidad de Diego, aparece en carrera Jorge Burruchaga y corre, corre, corre, hacia la eternidad. Cruza todo el campo alemán, entra en el área y, con un disparo cruzado con la derecha, pone el último balón en la esquina del tiempo. Ocho minutos después, Argentina es la nueva campeona del Mundo. Maradona cumple el sueño de una vida. Aquel que no pudo atender en el 78. Ahora sí. Ahora Diego Armando se ceñía la corona para no quitársela nunca más. México 86 será, para siempre, el Mundial de Maradona.


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