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Foto del escritorNo a Monsanto en Argentina

AL CORAZÓN


¿Qué corazón es el mío?

¡Oh Dios que riges los mundos!

con la ley de tu albedrío,

cuyos designios profundos

¡no me es dado penetrar!

¿Qué misterio, arcano, abismo

es éste que ni yo mismo

me atrevo; ¡oh Dios! a sondar?


¿Cuándo su volcán se apaga?

¿Cuándo su hondura se llena?

¿Cuándo la tormenta aciaga

de sus pasiones serena

podré ver y no sufrir?

¿Cómo es que nada le sacia,

si ha perdido la eficacia

para gozar y sentir?


¿Cómo al cúmulo de males

que con porfía violenta

como furias infernales

le acosan, no se revienta

ni exhala un solo clamor?

¿Cómo no vierte siquiera

una lágrima ligera

para amortiguar su ardor?


¿Cómo cabe entre mi pecho,

cuando su vuelo atrevido

halla el universo estrecho,

desprecia lo conseguido,

y sin cesar pide más?

¿Cómo sufre, calla, anhela

se roe a sí mismo, y vela

sin fatigarse jamás?


Vuelvo la vista azorado

como náufrago en el puerto

al borrascoso pasado,

y encuentro todo desierto,

todo triste y funeral;

miro atónito delante,

y ni la luz vacilante

veo de astro divinal.


¿Qué quiere pues, ¡oh Dios mío!

mi corazón insaciable,

en su loco desvarío;

si en la sirte miserable

todo su caudal perdió?

¿Qué quiere si ya la tierra

nada en su extensión encierra

semejante a lo que vio?


¿Acaso en región luciente

guardas ¡oh Dios poderoso!

algo que el alma presiente,

algún tesoro precioso

que deba en vano desear;

y que la mía ambiciona,

como la excelsa corona

de su incansable afanar?


Parece que el hombre errante,

como triste peregrino,

marcha con pie vacilante,

sin saber por qué camino,

en pos de alguna visión;

de paso echa una mirada,

sin arraigar aquí a nada

su voluble corazón.


Pero ¡infeliz! marcha en vano,

tropieza, cae, se fatiga,

maldice su error insano,

y a veces su sed mitiga

con lágrimas de dolor;

hasta que una mano yerta

viene, lo toca, y despierta

despechado del sopor.


Mas yo continuo luchando

con un genio incontrastable,

con mi corazón, sudando,

al destino irrevocable

obedezco a mi pesar;

y no puedo en mi ansia fiera

ni una lágrima siquiera

para alivio derramar.


¿Qué es esto? ¡Oh Dios! ¿Por qué ha sido

para mí tu ley más dura?

¿Por qué hacerme habéis querido

blanco de la desventura

formándome un corazón

tan indómito y sediento,

que batallando violento

siempre está con mi razón?


Pero nada me respondes

Dios clemente y soberano:

¿por qué tu auxilio me escondes

y me dejas en oceano

de dudas siempre fluctuar?

¿Por qué un rayo de luz pura

no me abre senda segura

para poder descansar?


No te pido ¡oh Dios! riqueza,

felicidad, poderío

gloria, deleites, grandeza;-

manjares que dan hastío,

y nunca pueden saciar:

sólo quiero olvido eterno,

y algo que pueda el infierno

de mis pasiones calmar.


(Junio, 1835)

Esteban Echeverría

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